Autor: Juan Mihovilovich
Novela. 197 páginas. Zuramerica Editores Santiago de Chile, 2020.
por Álvaro Mesa Latorre
Temuco 2020
He tenido el privilegio de seguir de cerca la carrera literaria de Juan Mihovilovich. Sus hijos literarios surcan el amplio universo del pensamiento libre. Así, desde La última condena (1983) hasta esta obra Útero (2020) han nacido a la vida creativa otras de gran madurez y trascendencia. En ellas la crítica reconoció a un autor de peso en la narrativa chilena. De ese reconocimiento dan cuenta, especialmente, El contagio de la locura (2006), Grados de referencia (2011) y El asombro (2013).
Mihovilovich tiene un impulso vital: la necesidad de escribir. En ese impulso, a través de su prosa, ha intentado, una y otra vez, todos y cada uno de los caminos para abrazar, acompañar, auscultar, describir, desnudar, dibujar, diseccionar, rescatar, resucitar al ser humano.
Hace mucho tiempo que su prosa rompió con cualquier forma literaria. Su escritura es un viaje, una investigación, una introspección, huidas, una lluvia de intuiciones y suspiros. Caídas libres por doquier, levitaciones, agonías, aullidos, respiraciones, tensiones, una alquimia, un acto mágico, el precipicio, el vacío. La antiliteratura. En realidad es como un felino, entrando y saliendo de la forma y del fondo, del cielo, de todos los universos, una y otra vez.
Quizás es el mismo lienzo, el mismo camino, el mismo mar, la misma introspección que el autor nos ofrece, pero Mihovilovich, con diferentes horizontes, experiencias, alegrías, rabias, frustraciones y ritmos (como Claude Monet que pintó la famosa catedral de Rouen, en Normandía, más de 30 veces) intenta -qué duda cabe- descubrir las infinitas dimensiones del hombre y la mujer, de la naturaleza, del cosmos.
En este caso ancla su discurso desde la palabra útero. Útero, que puede ser inicio y final; protección y desprotección; esperanza y desesperanza. Útero en toda su amplitud, desde la densidad absoluta antes del big bang, hasta la conversación cotidiana con sus seres queridos. Estamos en un útero permanente: entramos y salimos de él conscientes e inconscientes. Construimos y destruimos, sin darnos cuenta, cientos de úteros. Es a partir de esa imagen que el autor va explorar los silencios y las voces del Universo y del ser humano.
¿Cuál es la relación de silencios y voces? Mihovilovich, como un gran mago va, lentamente, lanzando pincelazos sobre la vida y sobre su vida, esperando escuchar los alaridos de silencios de tantos seres y penetrar en los largos desiertos de silencios de las voces. Existe una tensión y disputa permanente en la obra.
Podemos recorrer la narración y sentir esta lluvia de mutismos y voces que en definitiva configuran al ser humano. Así, como un nacimiento: el mundo que se me presenta es de un hedor insoportable, pero traigo conmigo la espada de la justicia y el perfume inmaculado del futuro (pág. 20). De la misma forma viaja a lo profundo de la materia: me llamó la sangre, las revoluciones, ahora sí, las verdaderas, las del átomo, de ese átomo permanente, que hace circular neutrones y electrones, que se inmiscuyen en las células nacientes y las aglutinan… (pág. 21).
Por otro lado cuando interroga al hombre: he ahí el hombre, su dilema, su padecimiento, su gemido, sus aullidos, sus dolores de parto diario, y sus martirios sufridos en una amalgama de sonidos y de sentidos….( pág. 24). Insiste luego en su exploración: la búsqueda no pude ser caminar sencillamente, contesto, primero en silencio, luego en un alarido. Itaca no puede ser un ardid de Kavafis. El camino tiene un sentido debe tenerlo, el viejo adagio de andar por el natural proceso de articular los pasos no me basta (pág. 23).
Y a propósito del título en sentido amplio: y está ahí, al fin, la llamada: tú madre ha muerto. Y el silencio. Y el tiempo. Y el espacio. Y el camino recorrido, girando como un torbellino de sentimientos, de pensamientos dispersos que huyen en tropel y quisiera alcanzarlos, arrojarles un lazo y apresarlos… (pág. 29). Luego con su padre: espérame viejito, déjame tocar tus dedos agotados y decirte que te quiero, porque no recuerdo habértelo dicho nunca y nunca recuerdo haberlo escuchado de tus labios (pág. 49).
Manteniendo este equilibrio entre voces y silencios vuelve con sus reflexiones: la memoria es una especie de chasco: lo dices en broma, y es serio. Muy serio. A veces te atragantas y te quedas con las palabras a medias. … luego asumes que nadie te escucha, así que hablas hacia adentro (pág. 67).
Abrazando su útero: camino por esa arteria que es fragmento de mi cordón umbilical, una cuerda que me ata y que intento desatar con el peso de los años (pág. 81). Realizando sus viajes: allí soy succionado por ese árbol engomado, me inserto en su corteza, en su savia, en su mundo de bosques milenarios y atravieso sendas abstrusas e inciertas, derroteros donde nadie ha transitado jamás. (pág. 83). Intenta alcanzar el cosmos: y aunque ninguna elucubración metafísica sea indiscutible, o lo sea para quien soporte con estoicismo santificado el dilema de los astros y la basura espacial, que silenciosa rueda por los recovecos de un universo convexo… (87).
Retorna a una de las mayores voces de la obra, que en todo caso se traga todo el silencio y las voces: a orillas de un Estrecho de Magallanes que nos llamaba con su oleaje interminable, con su gemido de vida y muerte (96). La escuela también es un mar y un aullido: el maestro de primaria encenderá su pipa de olores aromáticos y entremedio de una nube de humo azulino nos dirá que el mundo entero es una abyección del demonio, que ningún dios, por pobre e incomprendido que fuera, permitiría que una bomba destruya generaciones enteras, mientras un piloto de avión masca chicle montando su Pegaso de metal y contempla sonriendo la radiación atómica golpeando la conciencia de las humanidades (pág.97).
Su propio camino: soy sólo quien escribe y no quisiera ser evadido o ignorado. Es un clamor soterrado para que los demás no se desconozcan sin preguntarse, al menos una mísera vez por sus existencias (pág.123). Hay una musicalidad en cada vocal, en cada palabra y frase. A medida que damos vuelta la hoja o pasamos a otro tema: la música inunda el ambiente, llena mis sentidos, los eleva, los sitúa por encima de la banalidad, me hace tocar las puertas de un cielo al que inútilmente aspiro en esta tierra (pág.141).Nuestro mundo: África será de verdad otro continente y América extraerá desde su alma nativa el conocimiento olvidado… Un sueño que tendrá ojos de niños y niñas, miradas limpias, nuevas y el arte recreará la vida y la muerte como parte de los mismos, sin miedos, sin cadenas… (pág. 149).
La delicadeza y lo pequeño que nos asombra: o despertar cada mañana con las gotas de lluvia azotando los cristales e imaginar que en una sola de ellas cabe entera la vía láctea. Y sentir que las nubes jamás se desvanecen, que los bosques milenarios reproducen insaciables las lluvias… (pág. 166). Todas nuestras voces: las voces que no se escuchan a diario, reaparecen inesperadas por vía telefónica, con matices insospechadas, nuevos, que colocados en nuestro viejo y agobiado sentido auditivo parecen irreconocibles (pág. 181). Está lo finito y lo infinito: estamos al comienzo de la vida y terminando con ella. Nos asusta lo que viene, porque lo que tenemos también nos atemoriza tras una felicidad desconsolada. Un ruido de truenos lejanos nos recuerda que estamos solos… (pág. 182).
Lo interior, el inicio: el niño se mantiene en esa actitud de recogimiento por largo rato hasta que percibo que cierra los ojos y sueña conmigo. Sueña que está decúbito abdominal en una extraña caverna donde observa que a su lado estoy yo (pág.191). O cuando emerge todo su ser: no hay tiempo para que el nefasto poder de las tinieblas recrudezca. Ni hay tiempo ni espacio ni energía posible. Por eso cantan al fin mis células dormidas. Se abren luminosas cuando el sol supera los márgenes del estrecho y golpea invisible las ventanas de mi pieza (pág.195). El final o el comienzo de la alegría de vivir o morir: tal vez sean estas lágrimas traicioneras que me impiden ver su luminosidad en su todo su esplendor. Un pajarillo canta. Una gaviota vuela indiferente por encima del río. El astro rey surge ante mí con su poder abrazador. Mi interior grita que estoy vivo y sueño y lloro (pág.197).
En definitiva, Útero es una obra que recorre todos los caminos de la existencia y confirma con altura, una vez más, la calidad de la construcción literaria de su autor.
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…