Útero, de Juan Mihovilovich

Página abierta
Libresco y emocional

Por Camilo Marks
Una trama que detenta la rareza de ser, a la vez, libresca y emocional.

Útero, última novela de Juan Mihovilovich (1951), debe ser, hasta la fecha, el texto más sombrío, más lúgubre, más pesimista del prolífico y versátil autor oriundo de Magallanes. A primera vista, no es fácil leerlo ni seguirlo, pero con un poco de paciencia y otro poco de esfuerzo, nos encontramos con una historia absorbente, bien construida, casi siempre amena. En términos generales, Mihovilovich resulta satisfactorio, en gran medida porque esquiva el lugar común o las frases trilladas y sobre todo, gracias a su extensa carrera, ha adquirido oficio y desenvoltura. Sin embargo, también presenta defectos, o tal vez habría que decir baches menores, causados por una prosa que en sus peores pasajes, suele ser recargada, un tanto declamatoria. Aun así, posiblemente estas caídas que, insistimos, son escasas, se originan en el apasionamiento, la vehemencia, el nerviosismo y la impaciencia con los que Mihovilovich trabaja el material que quiere narrar y que invariablemente, es muy intenso, tan intenso que a ratos se desborda.

Útero es, de punta a cabo, un relato autobiográfico: el protagonista se llama Juan, ejerce como juez, la fecha de su nacimiento corresponde a la de nuestro escritor, las referencias a personas reales, de carne y hueso, son constantes y seguramente los incidentes y aventuras de la infancia e incluso algunos de la madurez, coinciden con las propias experiencias de Mihovilovich. No obstante, y este es un elemento destacable, nada de narcisismo ni egolatría hallaremos en Útero. Por el contrario, da la impresión de que, en ciertos momentos, el héroe en primera persona quisiera castigarse, dar una mala opinión de sí mismo, en fin, presentarse como un hombre sin muchos atributos positivos.

El libro está íntegramente compuesto por extensos capítulos, que conforman bloques narrativos sin puntos aparte, de manera que, sin darnos cuenta, estamos ante un volumen que puede parecer atemorizante, aun cuando esa sensación se disipa a las pocas páginas de Útero. La ficción que, tal cual lo insinuamos, de ficticia tiene poco, si bien hay detalles que sí tienen que ser inventados, comienza en la actualidad: Juan está casado, su mujer es hostigosa, negativa, desengañada; sus hijos ya son mayorcitos; ha adoptado a una muchacha —la adopción es aquí un tópico polémico—; esta muchacha se ha emparejado con un tipo aficionado a la artesanía y suma y sigue. La madre muere en el transcurso de la primera parte, sin dolor ni sufrimientos innecesarios. En cambio, el padre experimenta una agonía horrible, que no solo lo afecta a él, sino a todos sus cercanos. Juan tiene dos hermanos y uno de ellos es completamente loco o bien un desquiciado egocéntrico, que trastorna las existencias de cuantos le rodean. A estas alturas, Útero ha evolucionado hasta convertirse en una pieza de elevada sofisticación, de gran densidad literaria, con citas a indiscutibles clásicos, epígrafes cultos, transcripciones de poetas o novelistas predilectos de Juan e incluso múltiples alusiones musicales, artísticas, históricas, geográficas, locales y de un cuanto hay que interesen a Mihovilovich.

Con todo, es probable que lo mejor de este tomo se descubra en la pormenorizada y lírica evocación de la infancia y adolescencia de Juan. La ciudad de Punta Arenas, con la presencia sobrecogedora del Estrecho de Magallanes, sus barrios, sus calles, el colegio, los cines y teatros, la lluvia y la nieve, los amigos, los maestros, los parientes, otorgan a Útero un repentino e incuestionable carácter poético. Aquí abundan extensas descripciones acerca del modo como se padeció la dictadura en esa zona, de todo lo cual Juan Mihovilovich posee un conocimiento cabal, al haberse desempeñado en calidad de abogado de derechos humanos: pese a la enorme distancia con la capital, la represión fue allí tan inmisericorde como en el resto del país. La sola mención de la isla Dawson produce escalofríos, aun cuando hay más, mucho más, y Mihovilovich es absolutamente explícito al abordar este espinudo asunto.

En última instancia, Útero sobrepasa todos los elementos individuales y sociales, para terminar transformándose en un título —que, dicho sea de paso, proviene de un profesor— inclasificable, pues no se adapta a ningún manual, al combinar o mezclar muchas cosas dispares en un todo coherente, lúcido, emotivo y de hondura intelectual. En otras palabras, estamos frente a una trama que detenta la rareza de ser, a la vez, libresca y emocional.

Fuente: blogs.elmercurio.com/cultura
12 de julio 2020