por Omar López

Detengo el incómodo aullido de la aspiradora. Hago un alto en el aseo casero y corriendo las cortinas en sus dos extremos miro la copiosa lluvia, única en su música de agua con cierta resonancia del paso de un tren viajando con miles de carros sobre un puente infinito. Escuchar la lluvia es un libro abierto a las preguntas con respuestas ocultas en los callejones de nuestros pensamientos.

Luego, inevitablemente la realidad fría sin publicidad de tiempos mejores, azota la calidad de nuestras flexibles intenciones. En la imaginación veo a un periodista en contacto directo con un estudio de televisión: Estamos transmitiendo bajo una inclemente lluvia desde un campamento ubicado en calle “Aguas servidas” esquina de “Desesperación” … la gente reclama porque los sacos de arena llegaron tarde… y siempre pasa lo mismo. Otra vecina, que vive cerca de la rotonda “Inundación” cerquita de “Avda. Pandemia” alega que tipos canallas se robaron los fondos y el cilindro de gas con los cuales preparaban día a día una olla común. Aprovechan el toque de queda estos sinvergüenzas y son los mismos que asaltan jardines infantiles, abuelitos, cabros chicos y a quien se les cruce por delante. Es pa’la pasta, son “angustiaos”…

¿Este es “el otro Chile” que alguna vez nos prometió el señor Ricardo Lagos? ¿O fue “otro” Ricardo Lagos desmentido violentamente a partir del 18 de octubre 2019? Lo cierto es que cualquier manifestación de la naturaleza, cualquier evento inesperado de connotación masiva y trágica afecta a los sectores de mayor pobreza y precariedad existencial. Ayer era la sequía y ahora, la lluvia. Ayer era la represión vía cazadores de ojos y hoy el populismo aceitado por bonos y la caridad bendecida por la SOFOFA. Suele ocurrir que, en los matinales, con una intoxicación de publicidad y dominación subliminal, la “gente linda”, frente a cualquier calamidad, manda abrazos, empatía y ternura mecánica a domicilio y el objetivo es sacar lágrimas y estampar la sensación de confianza en “las autoridades”, porque siempre están “estudiando soluciones”.

Mientras la cuarentena y sus alrededores sea el mapa cotidiano, tratemos de convertir “la distancia social” (concepto que, desde Providencia para arriba, es oportuno y permite un libre desplazamiento y que en los sectores “bajos” es una útil cadena para alimentar el miedo) en acercamiento humano. Verdaderamente humano, con olor a una infancia dormida, con gusto de cariño bueno, con serenidad de árbol veterano, con expectativas de encuentro en la sonrisa virtual. Digamos que podemos transformar las distancias con una caricia amable en el recuerdo, en la expresión de un deseo íntimo de humanidad más sencillo, más pleno en su verdad y anónimo en su empeño.

A comienzo de esta semana, el día lunes 30 de junio exactamente, partió un extraordinario poeta chileno, Efraín Barquero, Premio Nacional de Literatura. ¿Qué población de chilenos conoce su obra, sus libros, su figura? Su nombre real era Sergio Efraín Barahona Gómez, pero seguramente, para efectuar ese tan delicado gesto de despersonalizar su expresión poética de su identidad civil, adoptó su segundo nombre y Barquero, porque ahí, suponemos rescataba un oficio noble y tan humildemente hermoso como su estatura. Trasladar gente entre dos orillas distintas o navegar con tranquilidad de buena gente. Él hacía lo mismo, pero con palabras, pensamientos, reflexiones y silencio.