Autor: Juan Mihovilovich
Novela. 197 páginas.
Editorial Zuramérica SA. 2020
Por: Edgardo Viereck Salinas
-cineasta-
Para mí, Juan es uno de esos (pocos) amigos que no sabía que tenía hasta que lo conocí. Luego de un par de largas conversaciones telefónicas, que bien podrían calificarse como semblanteos, la sensación de confianza y sintonía fue para mí inmediata y me sugería que llevábamos mucho más tiempo de amistad. Es esa misma confianza y amistad la que siento que Juan me regala ahora, permitiéndome leer y releer esta, su última novela.
Honor es el primer sentimiento que me invade. Responsabilidad es el que me atrapa a continuación. Para decirlo en buen chileno: no quiero embarrarla y poniéndome a tono con la despiadada honestidad del texto que tengo al frente, al que me he permitido mirar más de una vez y extraerle algunos párrafos que me parecen notables, he decidido que el único camino que me queda es la más completa sinceridad.
Se trata de un relato que pega fuerte y con la palma abierta en plena cara. No es de ser leído una sola vez. Exige volver sobre su superficie para encarar sus napas más profundas. Es un texto en el que su autor consolida una vocación por construir imágenes sólidas como literatura, a la vez que imperecederas por su vocación de servir como objetos filosos que buscan abrir de manera punzante esas heridas que uno ha conseguido resecar pero cuyas costras siguen ahí. Heridas que nunca sanan del todo, como el instante en que Juan le habla en su mente al padre moribundo y le dice: “Espérame viejito, déjame tocar tus dedos agotados y decirte que te quiero, porque no recuerdo habértelo dicho nunca y nunca recuerdo haberlo escuchado de tus labios”. O cuando nos recuerda que no hay mucho más que – cito de nuevo – “… la certeza de saber que moriremos. Qué duda cabe. Moriremos como todos, los de antes, los de hoy, los de mañana. Moriremos…”. Pero acto seguido nos propone la gran pregunta: “… ¿moriremos?”. Juan pareciera llevarnos por una autobiografía, pero no es realmente así. Mejor dicho, se trata de un recorrido atemporal que se rebela contra la dictadura imbécil del calendario y la cronología lineal de los acontecimientos, para obligarnos a volver sobre nuestras propias huellas, pero no como fueron hechas, sino como buenamente podemos recordar que fueron hechas.
En suma, “Útero” nos habla de la recurrencia al origen, es decir a ese refugio tibio e indoloro del cual nunca nos alejamos demasiado pues, como alguna vez dijo Ingmar Bergman, jamás conseguimos salir del patio de nuestra infancia. “Útero” nos recuerda algo que puede ser incómodo. Triste. Incluso agobiante. Nos devuelve a momentos ingratos de nuestra vida que, sin embargo y por algún motivo, no queremos borrar de nuestra memoria, quizás porque sabemos que son parte de nuestra condición de estar vivos.
“Útero” es un texto que nos sacude y puede perseguirnos un buen tiempo si no sabemos leerlo. Parafraseando otro de sus bellos pasajes, podremos comenzar a ser libres cuando descubramos que la jaula está hecha de pensamientos. Y entonces la nieve será blanca, pulcra y el ruido de la soledad seguirá nuestros pasos, y nuestras huellas, las huellas de nuestros abuelos, de nuestros padres y nuestros hermanos serán la higiénica representación de la blancura más blanca que podamos imaginar. Solo entonces podremos acompañar la memoria de nuestros padres como es debido, nos quedaremos con sus manos entre las nuestras y les diremos que se duerman. Pensaremos en Dios, en cómo la vida se escurre entre esos dedos contraídos y lloraremos en silencio mientras su único ojo desciende a las profundidades de un sueño lastimero.
Juan, tú nos recuerdas con esta novela que estás entre nosotros para acompañarnos en este camino. “Útero” es un gesto de amor profundo por tu lector, a condición de que estemos abiertos a recibirte. No es sencillo pues, como dices en algún pasaje de tu texto: “La potencia oculta de un talismán está en el hechizo personal de quien lo crea, en la fuerza de sus ojos, esa es su verdadera consagración y no el objeto en sí mismo…”, por lo mismo, hay que estar preparado para leerlo. Sería un error conformarse con admirar tu libro por la sugerente forma en que está escrito, y vaya que lo está, sin intentar develar su complejidad, que no es otra que la de tu memoria en su expresión más vital y descarnada. Digamos que de esta herida – tu herida – mana sangre pues esa es su vocación y sentido de existir. Y no hay sangre sin dolor. Es ese dolor que nos propone “Útero” el que nos permite comprender que somos esos transitorios habitantes de los que nos hablas tantas veces a lo largo de tu testimonio, mientras observas desde el ventanal del departamento que has elegido como refugio para escribir en tu natal Punta Arenas, aquella última ciudad que en silenciosa reverencia acepta tu origen y a la vez el origen del mundo. Ahí donde el astro rey surge con toda su potencia abrasadora, tú eres capaz de mirarlo de frente y en su interior gritar que estás vivo y sueñas y lloras. Tus ojos se esmeran en desafiar la omnipotencia de ese sol, pero no te es posible y en cambio te quedas mudo e inundado por su tibieza, anulado en tu inútil narcisismo, en tus ansias de poder, de reconocimiento, de dominio, de estúpido orgullo.
Entonces nos dices que serás tú quien, en definitiva, habrá pasado por todas las fases previas de una alucinante e ilusoria evolución personal para intentar saber en qué te convertiste antes de tu regreso al útero materno.
“Útero” es una novela y a la vez un diario de vida, y Juan Mihovilovich vuelve una vez más a acompañarnos, aunque ahora ya es para siempre.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…