por David Espinoza

A los diez años el Caluga huyó del Sur debido a las palizas que su madrastra le propinaba cuando él se orinaba en la cama. En Santiago durmió bajo el puente Recoleta hasta que conoció a un viejo monrero que lo cobijó y lo llevó a los trabajitos. Su porte y agilidad fueron aprovechados para ingresar a las casas. No alcanzaba los doce cuando su socio le dio el primer pipazo de pasta base.

 

Al año siguiente, al Caluga lo detuvieron en calle Lastra cogoteando borrachos. Lo encerraron en el Sename. Acá conoció al Paco, que estaba internado por la familia. A los dieciocho el Caluga salió a la calle y se dedicó a vendedor ambulante. En el centro conoció a la Carmen y tienen una hija, Estefanía. Al Paco lo enviaron a Niño y Patria.

Ahora, a los veintitrés, se reencontró con el Paco, porte atlético, carácter violento y carabinero de oficio. Venía llegando de una destinación en Alto Palena. El caluga le ofreció un pipazo. Lo echaba de menos, le dijo.

-Hagamo una quitá compare.

-Los cañones los tengo listos, faltan los tiros que tení que traer -respondió el Paco, que acomodó su uniforme y se despidió de mano.

Al día siguiente, el Caluga le mostró doce tiros.

-Son toas treinta y ocho, y ahora compare, peguémoslo un último pipazo pa’ matar la noche. El Paco sonrió.

En la pieza, la Carmen, terminaba de acostar a la niña, el Caluga, la saludó de besos, le tocó las nalgas y le entregó cuatro mil pesos. A ella la conoció como bailarina en el “Éxtasis” del caracol Bandera. Él llegaba buscando refugio con su caja de súper 8.

-Mientras pasa el piquete -le decía.

De tanto verse, se fueron acostumbrando y nació una amistad que se transformó en idilio y luego en convivencia al quedar embarazada. Ella dejó la noche, las luces y no le importaron las visitas a la “Peni”, cuando al poco tiempo de conocerlo, el Caluga cayó por hurto. Hizo seis meses.

-Estas gueonas de las gendarmes me trajinan hasta el choro- le contaba riendo en las visitas.

La noche antes y cerca de la botillería Don Lalo, el Caluga recibió al Paco quien, aún de uniforme, le arrebató la pipa recién encendida para aspirarla con desesperación. Luego de botar el humo, le dio unos golpecitos en la espalda;

-Me cambio ropa y nos vemo aonde mismo.
Haciéndose cómplice, la entrada de la vieja escuela los recibió. El Caluga, con ojos saltones, el cabello tomado con elástico y enfundado en un abrigo de cuerina, llegó diciendo;

-Traje una petaquita pal frío, no pa’ nosotros.

Riendo la destapó, bebió un largo sorbo, le pasó la palma por el gollete y eructó antes de entregársela.

-Paquito, hay que ponerse serio, al Chamo le traen una caleta de dos kilos de pasta, mote y prensao, mañana llega too.

El Paco sonrió y sacó una papelina. Untó la pipa, la encendió y aspiró con fuerza. A medida que lanzaba el humo habló.

-Voy a cargar los fierros y mañana a la ocho, aquí mismo.

No hablaron más y se dedicaron a fumar pasta y terminar con el trago. Se despidieron efusivamente. El Paco a su casa y el Caluga a la pieza que arrendaba.

Con un beso despertó a la Carmen, ella, desperezándose le habló fuerte;

-Vo no pensai cabriarte, si no lo hací, yo pesco la niña y me oy pal Sur, parecimos italianas de tanto fideo.

-Calmá Carmencita y la abrazó, d’eso quería hablarte, viramos pal Sur, aonde tus viejos, pero tiene que ser piola, no tení que decirle a nadien, así que arregla las pocas hueá que tenimos y mañana me esperai en el terminal, partimo en el de once, ahora, no hay que hablar más desto o si no, vo cagai.

Se levantó cerca del mediodía. La pequeña Estefanía, al verlo, estiró sus manitas. Jugó con ella un par de minutos, la besó en la frente, a la Carmen en la boca, tomó la caja de súper 8, una mitad de marraqueta y partió al centro.

Esa noche, el primero en asomar fue el Paco, vestido de negro, con una botella de pisco, las armas y una bolsa de género. El Caluga con los pasamontañas. Se arrinconaron a la entrada de la escuela, bebieron y repasaron la quitada.

La forma de comprar era silbando, uno de los ayudantes del Chamo vendría. El Paco, aprovecharía para tomarlo del pelo y encañonarlo.

-Si le dan color, nos vamos con too no más y sea lo que Dios quiera- dijo el Paco. Secaron el trago, se dieron la mano y caminaron separados hacia el pasaje Ciclón.

El Chamo, abastecedor de traficantes minoristas del sector, vive con su madre, la Soa Chela, hace veinte años que venden. Comenzaron con marihuana. Mientras el Chamo estuvo preso algo más de tres años por información del Paco (decían que se había “cargado” para salvarla a ella), la Soa Chela no vendió.

Cuando uno de los soldados del Chamo abrió el portón, el Paco lo tomó con firmeza del pelo. Con rápido movimiento lo abrazó por la espalda y lo encañonó en la nuca:

-Sin atao- le susurró.

La Soa Chela, levantó las manos al verse apuntada.

El Paco sacó la bolsa y echó el botín: Doscientas cuatro papelinas de pasta base, medio kilo de coca, tres “ladrillos” de prensado, dos paquetes de papel arroz, diez millones en efectivo, un fino reloj de dama y una cadena de oro.

Comenzaban a retroceder cuando una detonación llenó el comedor. El Paco se desplomó como poste. Un humo blanquecino salió del pasamontaña. Con el arma humeante, el Chamo asomó por atrás para darle otro tiro en la cabeza.

El Caluga, se sacó el pasamontaña y miró al asesino. El Chamo, con un movimiento de cabeza le hizo dejar el arma y le indicó la salida:

– Gracias, Calugita, lleate la pura plata, del cuerpo me ocupo yo.