por Eduardo Contreras Villablanca
En el mundo de las letras suele pasar que grandes escritores parten juntos de este mundo, o se van en fechas similares de distintos años: el 23 de abril se conmemora la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare (y por un día de diferencia no coincide con el nacimiento del querido Poli Délano). El 23 de enero es la fecha en la que fallecen en Chile Pedro Lemebel, Nicanor Parra y Armando Uribe. Y esta semana que termina, con menos de veinticuatro horas de diferencia, fallecieron nuestro Luis Sepúlveda (el 16 de abril) y el escritor brasileño Rubem Fonseca (el 15 de abril).
Me centraré en Rubem Fonseca ya que probablemente es menos conocido en Chile para quienes no sean seguidores de la literatura policial. En contraste, seguramente buena parte de los lectores chilenos conocen al menos una de las obras de Luis Sepúlveda (y si no es así, recomiendo que lo lean): Un viejo que leía novelas de amor, Patagonia Express, Nombre de torero, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Historia de una ballena blanca, por nombrar algunas de las más conocidas entre las casi cuarenta obras del autor. Los cultores del género policial le agradecemos sus incursiones en el género, por ejemplo, con Hot Line y el detective mapuche George Washington Caucamán. Luis Sepúlveda fue también un hombre comprometido con su país y con sus luchas, lo que le valió tres años de prisión en los primeros años de la dictadura cívico militar chilena.
Rubem Fonseca fue un escritor distinto, en varios sentidos; me centraré primero en su veta policial, que es el grueso de su legado. Como pocos de los colegas del género, su obra se nutre directamente de su experiencia trabajando por años en la policía brasileña. De profesión abogado, esa experiencia marcó los entornos y los personajes de sus obras: crueles y brutales, atmósferas de excesos, a ratos sórdidos, como los casos que le debe haber tocado protagonizar.
Debe haber sido a principios de los años noventa, cuando comenzaba a sumergirme en el mundo del neo policial, de la mano de Manuel Vásquez Montalbán y Ramón Díaz Eterovic, que descubrí a Rubem Fonseca, específicamente la novela El Caso Morel, en una edición de Editorial Bruguera. Agradezco hasta hoy a mi tía Gloria Contreras, gran lectora, que me recomendó el libro. Luego vino Pasado Negro, El enfermo Moliere, su novela Agosto que retrata el periodo del golpe de estado y posterior suicidio del presidente Getulio Vargas, sus varios libros de cuentos… En breve, si no lo conocen, sean o no cultores del género negro, tomen al azar alguna obra de Rubem Fonseca y pienso que disfrutarán de su lectura.
Haya sido esa su intención o no, por lo perturbadores que pueden resultar sus textos, y la violencia que muestran, a mi juicio se trata de un escritor que gatilla en el lector sensaciones al menos de incomodidad, cuando no directamente inconformismo con la sociedad, una de las características del género negro. Al respecto, hubo polémica de parte de los críticos, ya que Fonseca, un hombre muy reservado, alejado de las entrevistas y más aún de la farándula, eludió explicitar su posición política, a diferencia de otros exponentes del género en EE.UU., España, Italia, Suecia y Chile, por ejemplo, que fueron reconocidamente izquierdistas y varios, militantes de los partidos comunistas de sus países. A Fonseca se le ha calificado de conservador, incluso de colaborador con la dictadura brasileña. En mi caso, no veo a un conservador cuando leo a Fonseca, lo que no quiere decir que no lo haya sido, ya que en otro ámbito de la literatura lo mismo me ocurre con Mario Vargas Llosa: la mayoría de sus novelas me parecen escritas por alguien ideológicamente de izquierdas, lo que no deja de ser un gran mérito del Premio Nobel, ya que en su caso sí sabemos claramente cuál es su ideología.
En todo caso, si se trata de clasificar de alguna forma el pensamiento del escritor brasileño, me quedo con un par de frases suyas, con las que se retrata y de paso define su obra; son declaraciones realizadas en la que debe haber sido su última entrevista, y una de las pocas que dio en su vida:
“El escritor debe tener coraje. Coraje para decir lo que no puede ser dicho, lo prohibido, lo que nadie quiere oír”.
“El escritor debe ser esencialmente un subversivo. El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres”.
Aunque suene a cliché, creo que los escritores, como los músicos, los pintores, los dramaturgos, coreógrafos y los buenos artistas en general, se quedan con nosotros y viven a través de sus obras, en la medida que los visitemos. Estos tiempos de cuarentena y aislamiento, son una muy buena oportunidad de visitar a Rubem Fonseca y a Luis Sepúlveda.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.