por Adriano Améstica, escritor y pedagogo

Cuando en medio de la crisis sanitaria las autoridades hablan del retorno de los niños a clases, una vez más advertimos la distancia e ignorancia existentes frente a la realidad diaria, la vida interna de un establecimiento educacional, sin olvidar a los estudiantes, docentes, equipos multidisciplinarios, asistentes, el personal que presta servicios en lo relacionado con alimentación…, en suma, todas las personas que conforman una comunidad educativa.

Ocurre, y todo docente lo sabe por experiencia, que la escuela (o liceo) es una institución social, un lugar de intensa comunicación, un espacio para compartir, tanto al interior del aula común como en otras dependencias, sean estas la biblioteca, los comedores, la sala de computación… También ocupan los mismos servicios higiénicos, las mismas duchas… Esto, por una parte…

Por otra, durante los recreos, en los patios, la interrelación de los estudiantes es altamente dinámica, se desplazan libremente, se reúnen en cualquier punto, forman grupos, comparten audífonos para escuchar música, comparten juegos, se empujan, corren, se tocan, la colación que cada quien lleva a veces es repartida o intercambiada…

O sea, para ir al punto, hay un marcadísimo contraste, un actuar muy opuesto con lo que se viene aconsejando para evitar el contagio y propagación del virus…

Hay que considerar, asimismo, que los estudiantes van y vienen de lunes a viernes, hogar-escuela y viceversa, considerando distancias y seguridad, sobre todo, usando la locomoción colectiva, transportes escolares…

Nuestra conclusión aquí, en el contexto del tema, es que los estudiantes deben volver a clases, una vez que el riesgo de contagio sea, en la práctica, nulo, y que haya garantías de que la salud de los menores, y de toda persona integrante de la comunidad educativa, no está en peligro, en estado de indefensión por un posible rebrote del contagio sobre el cual hay ya advertencias.

Habría que implementar para ello, procedimientos médico-sanitarios masivos en o para cada establecimiento educativo, previos y obligatorios de ejecutar por las autoridades, pensando más en el bienestar de los niños, sus familias y la sociedad en su conjunto, que en escatimar recursos, ahorrando a costa de la salud de las personas.

Y en este sentido, los padres y apoderados, han de ser exigentes al extremo de NO ENVIAR A LOS NIÑOS A CLASES, en tanto, muy responsablemente, no haya certeza total de que la crisis ha sido superada y que, es de mucha importancia, los estudiantes se encuentran emocionalmente aptos para asumir el trabajo escolar o con apoyo multidisciplinario, especialmente psicológico.

Más vale exagerar, que lamentar consecuencias dolorosas…, y escuchar después los repetidos y majaderos discursos formales, fríos, de autoridades distantes, demasiado a menudo insensibles ante la problemática del común de las personas, que somos la gran mayoría de los chilenos.

Vacaciones adelantadas

Dicho sea de paso, aunque no por eso de menor importancia, es el hecho de haber adelantado las vacaciones -interrumpiendo el trabajo educativo no presencial que se venía efectuando y teniendo ya en perspectiva clases durante el verano-, sin transparentar el motivo de carácter económico tras la determinación, puesto que, siendo vacaciones, es posible pagar de manera normal las subvenciones -que dependen de la asistencia de los estudiantes a clases-, a los establecimientos educacionales administrados por los municipios y aquellos pertenecientes al sector de los particulares subvencionados.

De este modo se evita, de momento, pagar una subvención por clases que no se están realizando, a la espera de que pasada la crisis se produzca un retorno a la normalidad, idea que podría eventualmente ser un factor de presión para volver a clases pronto, sin contar con garantías suficientes para asegurar el bienestar de los estudiantes.

Es importante que padres y apoderados tengan claro, y es un aspecto a considerar que, si hablamos, por ejemplo, de un mes sin clases, estamos en la realidad diciendo que son cinco días a la semana con una cantidad de horas por día, y que las horas reloj o cronológicas no son lo mismo que horas pedagógicas…

Tener claro, asimismo, que existen las adecuaciones curriculares, las que convenientemente elaboradas, permiten alcanzar objetivos propuestos, cuando los contenidos sirven de vehículo para alcanzar esos mismos objetivos y no son asumidos cuantitativamente, como un fin en sí mismos, en desmedro de la calidad educativa.

En definitiva, lo que queremos transmitir, es que los padres y apoderados deben estar tranquilos, preocupados hoy de lo inmediato, que es la preservación de la salud de sus hijos como prioridad, ya que lo propiamente escolar es subsanable.

También, transmitirles la idea de estar atentos a las decisiones que tomen las autoridades, y valorarlas en su justa medida, pensando siempre en el fin superior que es proteger a los menores, un deber no transable, un deber frente al que vale nada, en el actual contexto, una miserable visión economicista, como las que hemos venido soportando en todos los ámbitos del quehacer nacional hasta el extremo, durante las últimas décadas.

Adriano Améstica es escritor y pedagogo titulado en Universidad de Chile Sede Talca, 1973. Profesor de Grupo Diferencial desde 1977 a 2007. Docente Directivo desde 2008 a 2013.