por Omar López

Hoy es todavía 14 de abril de este asustado 2020. Las 22.10 hrs para marcar el tiempo y en la radio escucho una canción gringa de los 60. Recién llamé a mi hermano Leo porque mañana 15 será nuestro cumpleaños número 69. Una edad interesante y siempre refrescante para cualquier mortal. A mi hermano mellizo no lo veo hace cerca de dos años, y en este espacio de tiempo, si hemos hablado por teléfono dos o tres veces, es mucho. Bueno, esa es la anécdota, pero luego, he de pensar los porqués.

Vidas paralelas, es cierto. Cada uno en un entorno muy distinto de interés y formas de estar en el aquí y ahora. Familias, hijos, rumbos diferentes y marcados por hechos de toda índole, pero un hermano es y será siempre un hermano y esta es mi forma de abrazarlo. Ya estamos viejitos y la vejez, acerca lo que estuvo lejos porque lo que después estará en otro mundo o en la nada, será uno. Además de normal, es un paso justo y necesario porque serán otras las generaciones que salven el planeta y corrijan el desastroso engranaje de políticas perversas en nombre del lucro y del poder.

Nosotros tuvimos la fortuna de vivir la juventud con una emocionante carga de utopías y profundo sentido social y fue, en gran medida la escuela de conductas humanistas, ya fuera “un hippie” o un revolucionario. Me parece que los códigos actuales son muy distintos: El idealismo se cambió por desesperación en la masa de jóvenes nacidos en la marginalidad y el desamparo institucional. La “apolítica” pasó a ser señal de madurez cívica, cuando en la práctica es todo lo contrario. Es cierto, la “alegría llegó” pero, pasó de largo para caer en brazos de una clase dirigente narcisista y corrupta. “En la medida de lo posible”, todavía hay torturadores y asesinos vivos y sueltos, gozando de buenas pensiones y medidas humanitarias que ellos jamás aplicaron. Y “el otro Chile” que prometió Ricardo Lagos fue flor de negocio para inversionistas, consorcios y grupos económicos que se adueñaron de la educación, la salud y la vivienda; las obras públicas y la explotación de bosques; del mar, de los ríos, del aire, del medioambiente y de la dudosa o ya desquiciada “alma nacional”.

Hoy, cuando se dice con optimismo y confianza que “Chile despertó” es bueno no olvidar lo fue un sueño lleno de pavorosas pesadillas y un enorme costo de inequidad e injusticias. Ahora, al ritmo del coronavirus y las estadísticas diarias, el gobierno pretende lavar su imagen con aguas servidas: una mediocridad y manipulación siempre torpe y grosera de parte de sus voceros o líderes. Una falta de respeto a la inteligencia de todos y cada uno de nosotros, un discurso gastado y sucio que siempre invoca “a todos los chilenos”. Sin embargo, la realidad, es otra: Viene la cesantía y el abuso, la tramitación y el anzuelo de los bonos, la habitual lentitud del poder legislativo y su comparsa del Tribunal Constitucional. Es decir, el mismo circo con otros payasos y de repente algunos gorilas para poner “orden social”.

Si es que existe algo de bueno en toda esta época de pandemia y aislamiento, es recobrar espacios de reflexión y pensamientos. En la sana conversación con un buen libro o la caricia imbatible de un romántico Rachmáninoff o un siempre joven Beethoven renacemos y la bandera del cumpleaños es solo un buen accidente.