por Reynaldo Lacámara y Víctor Sáez
La Roma imperial recibía a sus victoriosos generales, luego de inolvidables, gloriosas y cruentas campañas, con un grandioso desfile. En la cuadriga que trasladaba al homenajeado, un funcionario de la corte, sosteniendo una corona de laureles sobre la cabeza del héroe, repetía en su oído “memento mori… memento mori…”, “recuerda que morirás, recuerda que morirás”, una suerte de antídoto a la soberbia y a la autocomplacencia.
“Sospecho de toda verdad que no venga acompañada de una sonrisa”, Friedrich Nietzsche.
La terrible pandemia de coronavirus ha terminado de develar la fragilidad estructural de la “aldea global”, de sus príncipes, bufones y cortesanos. Una vez más, los malabarismos verbales de analistas, políticos y un largo etcétera poblado de contradicciones, medias verdades y eufemismos ha sumado a la crisis sanitaria, el sesgo patético de una conducción política, social y económica, atrapada por la añeja costumbre de hacer siempre lo mismo, aunque la fórmula ya no funcione.
La soberbia de los dueños del poder político, económico y sus controladores, la inoperancia de los “expertos en gestión” (coleccionistas de doctorados y posgrados), ha puesto de manifiesto dramáticamente ante la crisis, la bancarrota intelectual y ética de la clase política y sus operadores.
Ha llegado, entonces, el momento de promover y resignificar el retorno del ciudadano a la vida política. No podemos salir igual como entramos de esta pandemia.
La recomposición social que vendrá luego de la tormenta, requiere de un nuevo protagonismo del ciudadano soberano. Esto se debe expresar en la gestión, capacidad de gestión, exigencia y construcción de una democracia horizontal y participativa, en la cual la imaginación, la osadía, la cultura y, sobre todo, los más postergados, tengan no solo voz, sino también rostro e incidencia real en las cosas públicas. Además, es la única manera de superar el sentimiento de haber sido traicionados.
Las injusticias sociales de este rincón del planeta están claramente ligadas a la forma y a la práctica de nuestra democracia por parte de la clase política que actúa de acuerdo a los intereses económicos y hegemónicos de grupos transnacionales.
Es necesario vencer dicotomías sobreideologizadas, que impidan en áreas específicas (y en lo macro), colocar en el centro al ser humano.
En términos económicos, se requiere un Estado creativo y atrevido, que apunte más allá de la crisis sanitaria, y asuma la resolución de la crisis de confianza y presencia proactiva de lo público en la vida productiva, comercial, financiera y laboral de sus ciudadanos.
En la situación actual, también los pequeños y medianos empresarios (PYME) se han visto avasallados por la prepotencia de los grandes capitales, y no se ha tomado en cuenta que este sector necesita la mayor cantidad de trabajadores, por lo que será uno de los factores claves en la recuperación económica de nuestro país.
En la reinstalación social del Estado como garante y protagonista de un estilo de conducción política generoso y eficaz, en concordancia con las verdaderas necesidades e intereses de los ciudadanos, nos ayudará también a vencer el maniqueísmo entre Estado Protector o Estado Espectador, tan rentable en lo político y en lo económico para los privilegiados de siempre. Ningún Estado es políticamente neutro, como pretenden hacernos creer, es un instrumento político por lo mismo pensado, proyectado y operado desde planteamientos ideológicos al servicio de la hegemonía financiera que nos domina.
Es tiempo de asumir que también somos portadores del otro virus que el neoliberalismo nos ha transmitido… ese que nos hace creer que la sociedad humana no es más que la consumista suma de individuos compitiendo entre sí, por su cuota de dinero o poder.
La predictibilidad de los efectos económicos del “Coronavirus” es aún especulativa, en todo caso, no cabe duda que los más afectados serán aquellos que forman parte de esa nueva clase social, generada por el neoliberalismo: el precariado. Es decir, aquellas personas que sufren de una precariedad laboral de base, sin seguridad (ni económica, ni temporal, ni social), que afecta tanto el bienestar económico, como la salud mental de los ciudadanos. A diferencia del proletariado (surgido a partir del capitalismo industrial), los precariados están directamente vinculados al desarrollo avasallador del capitalismo neoliberal, financiero y rentista. He aquí un tema pendiente y abierto para todos.
Es tarea prioritaria abordar esa precariedad con políticas de Estado, dirigidas por las formas organizativas que se otorguen los ciudadanos y permitan en lo inmediato y en el mediano plazo, generar condiciones económicas y laborales sanas, justas y humanas, para que esta pandemia (que nos obliga a usar mascarillas, pero que ha hecho caer muchas máscaras), no solo nos ponga de cara a la fragilidad estructural del ser humano, sino también frente a lo inmenso de nuestra tarea, y a lo urgente de realizarla….memento mori….memento mori.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…