Editorial Forja, 2020

Por Antonio Rojas Gómez

La historia se desarrolla en un fin de semana, en Londres. Pero los personajes son chilenos, aun cuando llevan más de treinta años viviendo en Europa. Él, conocido como Brandito, en Inglaterra. Ella, Viviana, en Noruega. Habían sido amantes en tiempos de la Unidad Popular, y pertenecían a un partido político de ultraizquierda, de raigambre trotskista, que se oponía al gobierno del Presidente Oquendo, al que acusaban de ser apenas un tibio reformista. Sabemos que se trata del Presidente Allende, pero en la novela se llama Oquendo. Están disfrazados, también, nombres de personas, instituciones y lugares; por ejemplo, el palacio presidencial cambia de la Moneda a la Garrufa.

El protagonista, que narra en primera persona, debe su apodo de Brandito a su notable parecido con Marlon Brando, lo que le garantizaba éxito entre las muchachas. Pero de sus muchas conquistas, solo amó a una, Viviana. Y ella lo traicionó con el profesor que además era el líder del partido.

Decía que la historia transcurre entre viernes y domingo, tres días escasos en los que Brandito y Viviana apenas se ven, pues ella ha ido a la isla británica a participar en un encuentro internacional feminista que ocupa todo su tiempo. Pero en esos tres días caben las más de tres décadas de su conocimiento y de su historia pasada. Y de paso, la historia inmediata de Chile, que es lo trascendente.

Brandito recibe a Viviana en el Londres de hoy motivado no por su amor antiguo, el único que experimentó en sus casi sesenta años de vida, sino por el odio que lo reemplazó luego de la traición de Viviana. Y ha esperado todo ese tiempo para vengarse. Esto queda claro desde el epígrafe que antecede al relato: “El amor se vuelve -con escaso esfuerzo- indiferencia o rechazo: solo el odio es inmortal. William Hazlitz, El placer de odiar”.

De manera que no se trata de una novela sobre el verdadero amor, sino sobre el auténtico odio. Y si hablamos de la reciente historia chilena, podemos preguntarnos si ella surge del amor o del odio. Pero esa es una disquisición que es libre de hacer cada lector. Nosotros vamos a analizar cómo lo hace Claudio Rojas para contar esta historia.

Digamos que Rojas -un apellido muy común y de alto prestigio en la literatura nacional- es un profesor chileno avecindado en Inglaterra desde la década del setenta, luego del golpe militar. Ha escrito obras de teatro, en inglés y español, traducido libros al castellano, y esta es su tercera novela. Es un trabajo maduro, que supera sus dos obras anteriores; el trabajo de un escritor serio, que sabe manejar el humor. Porque lo que nos cuenta es de una amargura tremenda, que resultaría tal vez agobiante si no estuviese salpicada de observaciones inesperadas, que revelan una visión risueña, o más bien irónica, de la vida, acaso despertada por su larga permanencia británica que, si le ha permitido dominar el idioma de Shakespeare, no lo ha hecho olvidar el de Cervantes. Su tratamiento del idioma es certero, preciso; maneja con soltura y elegancia el castellano chileno típico y lo eleva en jerarquía artística.

El manejo del tiempo es muy importante, porque lo que ocurre hoy en Londres está determinado por lo que sucedió ayer en Santiago. Y la narración va de una a otra época sin que se advierta. El paso del hoy al ayer y la vuelta al presente, no se notan, pasan como algo natural, que no dificulta la comprensión del lector. ¿Qué es lo más importante? ¿Acaso el dolor por el quiebre de la única relación sincera de un Don Juan de pocos escrúpulos? ¿O la pérdida del sueño político de una generación de jóvenes bien intencionados? ¿O todo aquello es opacado por la venganza que amasa por décadas el narrador protagonista?

A medida que progresamos en la lectura, vamos recibiendo información dosificada con extremo cuidado, que nos va adentrando en la historia y despertando incógnitas y permitiendo aclaraciones y respuestas parciales. Pero la respuesta total, completa, la encontraremos solo al finalizar la última página. Cuando se encuentren Brandito y Viviana en su domingo londinense.

Claudio Rojas le hace honor a su apellido. Es un novelista que constituye un aporte valioso a la literatura chilena actual, en quien no se ha reparado como debiera, tal vez por el hecho de que continúe residiendo en Inglaterra. Solo el verdadero amor debe posicionarlo en definitiva en el lugar que le corresponde por talento y trabajo entre nuestros más lúcidos creadores de hoy.