por Rodrigo Barra Villalón

El chirrido del portón, al abrirse, los hizo detenerse.
—¿Pero que no llegaba a las ocho? —preguntó, inquieto, el amante.
—Algo debió ocurrir. ¡Rápido!, escóndete bajo la cama —dijo la mujer.

Poco después, el marido entró al dormitorio y ella, semidesnuda, lo ayudó empujando su silla de ruedas.
—¡Hola, mi amor!
—¿Todo bien?
—¡Sí! …, ¿apretamos?
Con las manos entrelazadas presionaron el interruptor, entonces se abrieron unas compuertas debajo de la cama. El joven se precipitó en una piscina llena de ácido que bulló mientras disolvía el cuerpo. La pareja se besó apasionadamente, luego, el hombre dificultosamente se tendió en la cama, aún tibia, y le dijo:
—Ahora, cuéntame todos los detalles…