La Inteligencia Artificial irrumpe sobre el escritorio

por MIguel Vera Superbi

Estas frases apoteósicas son alharacas: “El fin de la historia” de Francis Fukuyama por ejemplo, pero hay más: “El fin del poder” de Moisés Naim, “El fin del principio” del físico Adam Frank y así muchos libros más. Son títulos atrayentes porque sirven para llamar la atención, invitan a meditar acerca del contenido, pero se sabe de antemano que no quieren decir de manera literal lo que anuncian; quieren advertir cambios radicales en la forma de percibir, de entender un determinado campo de ideas. Veamos.

Hace muchos años, más de treinta, estaba trabajando en la Editorial Arrayán, donde el editor era el conocido y premiado poeta Carlos Cociña. Luego de trabajar elaborando libros de ciencias naturales por dos años, mi tarea consistía en examinar las colecciones de libros de ciencias y tecnologías que llegaban desde la casa matriz “Editorial Anaya” -en España- y clasificarlos según creyera que iban o no a entrar al mercado nacional.

Todo un privilegio, porque pude leer los primeros libros de Inteligencia Artificial en español y con un nivel de dificultad razonable. Subrepticiamente aparté todos esos libros (cinco o seis) y los mantuve “bajo observación”.

Durante meses los estudié con mucha atención y fui escribiendo en un computador los programas o algoritmos (veámoslos como sinónimos) que estaban publicados. Uno de ellos era un Sistema Experto. Esto consiste en que hay ‘respuestas posibles’ por un lado y ‘preguntas’ por el otro, al estilo de la dinámica donde en un concurso se trata de saber quién es el verdadero personaje de entre un grupo de personas en un set de TV. Un clásico era “¿Quién soy yo?” para los que andan por sobre los cincuenta, con la conducción de Enrique Bravo Menadier en el Canal 13 (años setenta).

Después de escribir las preguntas y respuestas de un tema, hay que “entrenar” al software para que aprenda las “reglas”, que es donde radica la gracia de un sistema experto y le permite acertar.

Con Cociña colocamos como respuestas o salidas a los poetas latinoamericanos más conocidos: Neruda, Mistral, Vallejo, Parra, Darío, Benedetti y varios más. Las preguntas eran del tipo: “¿su literatura es melancólica?”, “¿la naturaleza está presente en sus obras?”

Después venía lo interesante: se tomaba un poema de autor conocido y se completaba el set de unas quince preguntas en una ronda tras otra en el computador: aparecía la pregunta “¿Suele hablar del pasado?” por ejemplo y uno le marcaba “Sí”, “No”, “A veces”, “La mayoría de las veces”, “Casi nunca”. El sistema experto al principio no daba pie con bola: decía tras la ronda “El poema fue escrito por César Vallejo” y no era así, pero uno le indicaba cuál era la respuesta correcta al final, en la lista de ‘salidas’: Pablo Neruda supongamos y así ‘aprendía’ hasta que sus salidas o respuestas eran casi infalibles. La calidad del trabajo radica en la formulación/precisión de esas preguntas y en la repetición del ‘entrenamiento’.

Cualquier poema (de uno de esos autores) era identificado por este software, para sorpresa de amigos y conocidos en esas épocas. Cada vez el sistema experto va mejorando su capacidad de predicción.

Luego, seguimos entusiasmados con esto de la inteligencia artificial (I.A.) y creamos un programa que se dedicaba al “análisis del lenguaje natural”, que consiste en que un algoritmo puede armar una frase ‘inteligente’, porque coloca en el orden correcto los elementos para generar una expresión gramaticalmente correcta. Para esto se escribe una Base de Datos con artículos, verbos, pronombres, adjetivos, etc. Cuando el programa estuvo listo, recuerdo que apareció: “la noche lo abarcaba todo en su soledad”. Salieron así las primeras frases automáticas en pantalla ante nuestra sorpresa (fines de los años ochenta); “el hombre caminaba taciturno por la avenida, descalzo” era otra (salían otras sin sentido, naturalmente). El asunto fue que programamos el software para que fuera imprimiendo en el antiguo “formulario continuo” de esas épocas, metros y metros de papel con frases que –en realidad- queríamos ver como versos.

Nuestra hipótesis fue que la probabilidad de que saliera un poema completo bien escrito de una vez era alta y así fue. Lamentablemente, el contrato de trabajo para mi expiró en ese tiempo y salí fuera de esas oficinas donde –gracias a largas conversaciones con Carlos Cociña y mi trabajo escribiendo- agarré ‘el bicho’ de las palabras, de escribir con cuidado pensando en la persona que leerá, que a través del tiempo y el espacio la comunicación de ideas prevalezca en lo escrito, todo lo cual implica una gran responsabilidad. Quedarse sin trabajo en esas épocas era igual que ahora, un desastre.

Dentro del campo del “análisis del lenguaje natural” también se trabaja al revés: una frase se desarma para ver qué quiere decir, tal como en los traductores (por ejemplo, Google Traductor). Toman tu frase, la descomponen en las palabras, las convierten literalmente y luego le buscan un significado acorde al idioma de salida, con su estructura propia, lo cual ha costado bastantes años de esfuerzo en I.A.

Aprovechando este espacio, recomiendo el mejor traductor hasta el momento: https://www.deepl.com/translator capaz de saber por si solo en qué lenguaje estás escribiendo y traducir al que le digas con gran acierto.

Los Sistemas Expertos han derivado hacia el “Aprendizaje profundo” o Deep Learning, donde ya no es necesario que le escribas toda la información: la busca por si solo en millones de bases de datos y páginas web por el mundo sin que sepas siquiera. Un caso a destacar es el programa Watson de IBM, que desde hace unos años se ha hecho famoso porque puede emitir juicios en un caso legal o diagnosticar una enfermedad con gran precisión, mayor que los expertos abogados o médicos. De todas formas no es cosa de comprarlo, instalarlo y ya; requiere de una planificación que es ‘pesada’. No hay magia en la informática… aunque parezca que sí.

Navegando por la web en una tarde de calor santiaguino en el último diciembre, encontré el programa “Talk to Transformer” del científico canadiense Adam King. Escribo a veces cuentos muy cortos; decidí traducir un par y los escribí en inglés en el casillero que dice (“Custom prompt”), primero uno y luego el otro, desde luego.
Aquí van esos dos resultados: en negritas lo que escribí como micro cuento y lo que sigue es lo escribió el propio programa en segundos.

BIG BANG

En el umbral del Todo había Nada.

No había tiempo que perder. Necesitábamos actuar. No había tiempo para pensar. En el umbral del Todo había Nada: vimos el Big Bang suceder, pero fue un abrir y cerrar de ojos antes de que se encendieran las luces y todos vimos todo a través de nuestra pequeña burbuja mental.

La luz se fue. No había más átomos. Ya no éramos átomos. El tiempo era una mentira, una construcción sin sentido. No teníamos idea de qué hora era. No estábamos al tanto de nada.

En el umbral del Todo no había nada: nos despertamos. Nuestros cuerpos estaban quietos, muy quietos. Apenas podíamos movernos. Todo era como si nada hubiera pasado. Acabamos de despertarnos.

Lo primero que pensamos fue en el Big Bang. Nosotros lo creamos y empezó otra vez.

En otras palabras, antes no había nada, solo la mente. Este, a su vez fue el momento en que hubo un evento que cambió nuestra realidad, una nueva realidad para estar, pero una realidad diferente de todos modos. Este fue el momento en que nos dieron nuestros verdaderos nombres y nuestra verdadera naturaleza.

Este evento fue la creación del universo. Fue un momento de cambio, de nueva creación y el universo tal como lo conocemos, comenzó. La vieja realidad estática fue reemplazada por un nuevo universo, el primero en una larga línea de universos. Pero a medida que crecíamos aprendíamos que el Todo, aunque nuevo, también era finito. Es finito porque es tiempo. Es finito porque es espacio y es finito porque las leyes que gobiernan su existencia son establecidas por el universo eterno mismo.

LA RAZÓN DE SER

Una joven mujer pasa su vida soplando una plumita para que no caiga al suelo. Cuando deja de hacerlo, envejece de súbito y muere.

Su fantasma sigue soplando una pequeña pluma, pero alguna vez, esta terminará en el suelo.

En uno de mis muchos intentos de aprender chino mandarín, me encontré con un libro sobre el tema de las historias de fantasmas. La historia tuvo el siguiente final:

«Un hombre se estaba muriendo. Al final, una mujer hermosa vino a ayudarlo. Ella lo ayudó y él siguió viviendo en la próxima vida. Luego la mujer murió. En la próxima vida, un hombre fue a su tumba, el fantasma sigue ahí. Cuando el hombre muere, el fantasma soplará una pequeña pluma. Cuando el fantasma muere, el hombre vive”.

Ella debe encontrar una manera de seguir soplando para que su pluma no vuelva a caer y así reencarnar otra vez.

NOTA: este género, el del micro cuento, mini ficción o como se le quiera denominar, tiene poderosos detractores tal como el escritor Fernando Jerez, pero también practicado y respaldado por autores de la talla de Diego Muñoz. La discusión queda fuera de este contexto, pero no deja de ser interesante que la literatura implica lucha, como todo en la vida; para poder caminar y así avanzar, se debe perder el equilibrio aunque no nos demos cuenta: caemos por un instante y nos recuperamos en cada paso. Es el primer acto de valentía en la vida de una persona, ¡VAMOS CHILE! Digresión aparte, volvamos al tema.

La aplicación es llamada “GPT-2” por su autor Adam King y fue publicada en el sitio https://talktotransformer.com/ en su versión de noviembre del 2019.

Los textos que escribió el software mostrados aquí no fueron modificados, excepto algunas palabras y puntuación mal traducidas desde los párrafos en inglés (al leerlos terminados quedé con la boca abierta por mucho rato). El propósito del autor del programa era que, al entregarle una frase semilla, el algoritmo buscara la siguiente palabra más adecuada y la sumara, luego otra vez y otra de manera recursiva formando párrafos.

Busca las palabras en miles de millones de sitios web, de acuerdo a reglas de coherencia semántica dadas, formando estos enunciados. El mismo autor señala que los resultados sorprendieron a sus colegas e incluso a él, que desarrolló el programa computacional, debido a que esperaban solo textos con un cierto grado de conexión lógica básica.

Podrías experimentar con el programa. No siempre sale todo bien hay que decirlo, pero se puede reintentar e ir probando.

Esto no es el fin de la literatura naturalmente, pero da que pensar porque estos (y otros) textos automáticos son interesantes (*). ¿Cómo “sabe” el programa qué palabras colocar y darles un sentido? En realidad eso (darle sentido al escrito) lo hacen los humanos de todo el mundo, que publican a diario en la web. El software le “toma el peso” a las palabras de acuerdo a su uso intensivo y a las estructuras de las frases donde están.

Aclaro que no copia párrafos o frases; los elabora por sí solo, si le hacemos caso a lo que dice Adam King en un ‘paper’ (publicación científica). Somos nosotros los que le asignamos un valor a esos textos, la máquina no es consciente de lo que hace… ¿o sí?

Los escritores y escritoras del mundo, con sus libros siguiendo la tradición milenaria de transmitir el pensamiento humano, las ideas, lo esencial de todos nosotros son los que marcan la pauta; la I.A. es y será una herramienta, no le tengamos miedo. No puedo dejar de pensar ahora en “Bola de sebo”, el inmortal cuento de Maupassant por ejemplo. Allí están las grandezas y bajezas inmanentes de nosotros. Dudo que un software pueda llegar a remedar las vivencias que a un escritor o escritora le llevan toda una vida para poder sintetizar algo así en una obra literaria… ¿o no?

… “la literatura es una forma de vida”, Juan Mihovilovich.

(*) “Konpyuta ga shosetsu wo kaku hi” es una novela hecha con I.A. que fue finalista en un concurso en Japón, en el Premio Literario Shin’ichi Hoshi, promovido por Nikkei, informa el diario The Japan News. “Este año era la primera vez que se presentaban novelas escritas por programas informáticos y de las 1.450 obras que optaban por el premio once estaban escritas, al menos en parte, por una entidad no humana, con lo que es muy posible que en lo sucesivo el número aumente y así siga siendo hasta que la tecnología avance lo suficiente como para que una de ellas finalmente gane el premio”, cita textual.