por Sonia González Valdenegro

I El taller.

Una cocinería. Una cuadrilla de mueblistas. La trastienda de una casa de sastre donde se corta y confecciona un traje a la medida. Cualquier lugar en el que se trabaja arduamente, siguiendo y destruyendo los moldes para dar con la artesanía precisa y en la que importa, principalmente eso, el trabajo hacia el resultado.

Cualquier espacio donde se aprende un oficio.

Y se trabaja con materiales. Palabras. Historias. Sillas dispuestas alrededor de una mesa sobre la que se distribuyen las copias que dan cuenta de una labor en la que se han gastado horas y letras del teclado; se ha leído y revisado. Se ha desechado mucho material. Una frase. Un párrafo. Todo un capítulo a la basura. Destacar y delate. Suprimir. Todo el esfuerzo a la chingada. Y volver a empezar.

Un lugar que está, en definitiva, al otro lado del Olimpo y más bien cerca del infierno donde las cosas tardan un mundo en ver la luz y las flores en recorrer el camino hacia su esplendor.

Eso es el taller.

El lugar más indicado para que te bajen los humos de un mangazo y te hagan ver que la escritura es un ejercicio de constancia y humildad y al mismo tiempo una de las pocas cosas que harás en tu vida en la que serás el más único e irrepetible de todos los mortales, pero por la que puedes pasar toda tu vida sin encontrar jamás la puerta de salida. O de entrada. Según lo que esperes de este oficio.

Entonces, ¿para qué escribimos?

Escribimos, simplemente. Somos en tanto escribimos. Bien o mal.

De ahí la pregunta: ¿Están escribiendo?

De eso se trata este libro. Es la respuesta de los particpantes del taller de Poli (¿debo decir los alumnos del Poli? ¿le gustaría a Poli que me refiriera a ellos como sus alumnos?) Es el sí de estos hombres y mujeres. Seguimos escribiendo. Estamos escribiendo.

Y qué hago yo aquí, presentando este libro.

Bueno. Me pidieron que participara y la idea me entusiasmo en un doble sentido.

Primero. Creo en los talleres literarios, a lo menos en una etapa de la formación de un escritor, aunque tal vez no todos, es una de las mejores instancias para dirigir los pasos porque cuando uno escoge esta pasión, este trabajo tan digno como cualquier otro los rumbos se abren como un peligroso juego de laberintos. Cómo escribir; cómo empezar, cómo seguir. ¿Tendrá algún sentido esto que estoy escribiendo?

Y ahí está el taller. Ahí están las orejas de los otros. Los gustos; las lecturas. Al poco tiempo la torre de libros por leer crece en el velador porque del intercambio con los otros surgen otras lecturas, otros nombres, nuevas tendencias que te hacen descubrir voces y en éstas encuentras placeres desconocidos y también las mejores lecciones, aquellas que no te dará ningún manual porque un escritor se hace tanto en el ejercicio de su propia escritura como en la lectura de la de otros, tanto de los aciertos como de los errores que cometen los otros.

La segunda razón por la que estoy aquí es porque ¿Están escribiendo?, así, como interrogación es una visita al taller de Poli Délano quien, como a sus discípulos, solía preguntarme. Y, Sonia, ¿estás escribiendo?

La conocida generosidad de Poli me hizo comparecer cada vez que publiqué algún título ante el grupo de escritores con que se reunió durante años para darle a la literatura, que es la manera que encuentro de sintetizar lo que hacían; un poco leer, otro tanto escribir y un mucho hablar de esa vida paralela que levanta el encantamiento de los libros donde los molinos son gigantes, los animales hablan y la gente se queda encerrada en un baño cuando en el país se desarrolla un golpe de estado.

De manera que la presentación de este libro me ha permitido además encontrarme con los trabajos e imaginar que estamos en la casa de Branny o de Micaelina, Poli presente, y eso hace de esta reunión una ceremonia de recordación, al mismo tiempo que de anuncio.

Mientras leía este libro tuve la sensación de entrar en la cocina donde se prepara un banquete y de observar el trabajo de un maestro y sus discípulos. Si a algo se parece la escritura, o el oficio de escribir, es a la cocina. Cuando se le toma el gusto, además, no hay quien nos pare. Lo digo con conocimiento de causa porque llevo muchos años aplicando conocimiento e intuición a variados platos que a veces resultan y otras, no. Lo mismo que con los cuentos, las cosas que uno escribe.

Y la cocina es tan buen lugar para aprender como cualquier otro. Entonces he pensado en este libro como el registro que hace un intruso en las sesiones donde se prepararan complicados platos. A veces hay una receta. Otras, los aprendices se dejan llevar por la tersura de los materiales (debemos hablar de ingredientes), por los olores que emanan de los frascos recién abiertos; por el sonido del aceite en la freidora y la incomparable textura del pan recién horneado.
Homenaje, muestra de taller, antología, incidencias del oficio más antiguo del mundo ejecutado por quienes se niegan a renunciar a la hermandad para su realización.

II EL MAESTRO

Como todo oficio, el aprendiz requiere de un maestro. Alguien que tiene el conocimiento, la técnica, por haberlo ejercido, que sabe enseñar y que disfruta haciéndolo.

Es decir, don Poli.

Este libro es un homenaje, un gesto de amor. Queremos tanto a Poli. A través de sus páginas es posible visitar a algunos de los autores más queridos o admirados por el maestro. Está el libro Once formas de decir soledad, de Yeats, los textos de Scott Fitzgerald, Bukowski, Lawrence Durrell. Para no mencionar a Faulkner y a todos los autores policiales.

Y está también el método del maestro, quien además de la lectura se valía de ejercicios muy recomendables para el bajón literario, esto es el momento en que la pantalla queda en blanco. “La cosa es mantenerse escribiendo, ejercitar periódicamente y evitar la excusa de que no hay tema.” “A escribir se aprende escribiendo”, recuerda Roxana Álvarez en las últimas páginas de esta compilación.

Podríamos decir: salir a cazar el texto. Y en ese sentido, este es un libro de caza. O de cómo hacer que venga el impulso para partir.

En la primera parte, “Seguimos escribiendo”, se da respuesta a la permanente interpelación de Poli. A los métodos empleados para provocar la escritura. Ejercicios de pie forzado, de una voz, de situación, de chistes.

Para hablar de Poli, el personaje, Gianfranco Rolliere rompe el hielo con un homenaje que lo sitúa en algunos de sus mundos, nos enseña algunos de los rasgos que lo caracterizaron y lo presenta como una suerte de brújula en el gran arte de adentrarse en la literatura por las orillas de la sociedad, desatendiendo a los tontos solemnes o huevones pretenciosos.

Sobre todo, y no hay otra manera de recordarlo con fidelidad, Poli era un cuate, un igual, un travieso, un tipo que siempre está aprendiendo y cuyos ojos permanecen abiertos a lo que el mundo pueda entregarle. Decir cuate es mucho más que decir amigo porque apela a una suerte de hermandad. Y esto me recuerda una frase típica de él, que no terminé de entender del todo y que era “nos vamos a morir juntos.” Lo decía a sus cuates. Les tomaba la cabeza por la nuca y los miraba a los ojos.

Era reidor don Poli. Se reía de aquella manera en que no lo hará jamás un huevón pretencioso o un tonto solemne. Se reía echando atrás la cabeza. Se reía con la cabeza, la boca, los dientes.

Y pucha que se reía uno con el Poli. Uno se reía con él de las mismas cosas siempre. Pues en eso consiste la amistad. En dar vueltas a la alegría conocida.

Pero Poli Délano no era solo el maestro de este taller. De alguna manera lo fue de todos quienes le conocimos. Maestro de literatura, a través de sus libros (qué tremendo cuentista que era) y de sus lecturas. De tango y de historia. Maestro de dignidad. En una época en que abundan los profesores de cachiporra él lo fue de lealtades.

III LOS TEXTOS ANTOLOGADOS

Los ejercicios de taller y la reflexión en torno a estos, constituyen una manera de abordar el recuerdo y al mismo tiempo el desafío de la escritura. Ejercicio de construcción de un diálogo, enseñando solo una de las voces, de manera que esto permitiera apreciar el resto de la historia asomado a aquellas pocas palabras.

Manuel Carrasco le entra de lleno a la anécdota del dinosaurio que explicaría un cuento sobre el que microcuentistas y macroocuentistas, es decir cuentistas de toda longitud han reflexionado en torno a la brevedad y el máximo significado. Desde Australia, el mismo Carrasco evoca su llegada al taller donde aprendió que la literatura era método, trabajo y dedicación.

Micaelina Campos representa un posible cumpleaños de Poli, en el que uno de sus personajes lo recuerda y le agradece el acto de la creación. Es, sobre todo, un relato sobre el acto de la celebración. Más adelante, la misma Micaelina, trabajando con un pie forzado desarrolla una historia de soledad y abandono.

Cuatro variaciones de un mismo encargo, de Cecilia Aravena, construido en base a un ejercicio probado en el taller de México, propone cuatro finales para una historia y una suerte de comentario a modo de no-conclusión acerca de cuál es el mejor. Como se trata de un ejercicio cada uno tiene su favorito, aunque probablemente el texto es eso; Una historia con cuatro finales posibles, pero donde los cuatro existen simultáneamente. También Cecilia entrega un trabajo en relación con la musa, aquel personaje que aparece y desaparece, fantasma que ilumina la creación artística y que desconoce aquel poder. Finalmente, Cecilia realiza un trabajo sobre el pie forzado de un chiste que sitúa la acción en un ambiente de desierto, cantinas y tipos muy cabrones a los que la suerte quita piso, una especie de reivindicación de los perdedores.

En La llamada, Gloria Torres es cuidadosa en cerrar los nudos de la historia a la manera que enseñaba Chejov, según el cual, si en un cuento hay una pistola, esta debe dispararse en algún momento. En este caso, escrito igualmente sobre la base del pie forzado de una llamada telefónica equivocada, la narración da cuenta de una vida conyugal en la que el naufragio se produce a través de los agujeros que hasta entonces parecieron invisibles.

Con el mismo ejercicio, la llamada equivocada, Rosario Contreras pone al otro lado del teléfono una voz que penetra en la soledad de un cuarto e inicia la seducción de Evaristo Vicuña, un abogado prisionero en el empaque del sistema, quien recorrerá los antes inimaginables lugares hasta dar con el origen de aquella voz, especie de viaje sin retorno, a lo menos al lugar anterior.

Mirtha Parada nos entrega Momentum, donde la levedad de los recuerdos de niño es sólida como el hielo, de manera que, en el relato de una carrera por el hielo, en la lejana Suecia, están presentes un abuelo, una infancia, un estadio y el “momentum” en que se alcanza el cielo. Es decir, el máximo de elementos sin atiborrar la historia, propicios para el desenlace y lo que se busca decir.

El de Mirtha es un texto trabajado sobre el pie forzado de un diálogo inicial. Myra se endereza en el asiento de atrás (obviamente de un automóvil), se alisa la falda y aparta la mano de Jack.

Hugo Martínez hace algo muy distinto con el texto anterior y nos entrega una de policías, valiéndose para ello de los elementos propios de este género. Acción y diálogo. La historia fluye. El cierre es esperable, que no es lo mismo que esperado.

Finalmente, y en el caso de Roxana Álvarez, aquel inicio será el prólogo de una tragedia de esas donde el diablo mete la cola y manda todo al traste. Y es Roxana quien cierra el libro con el necesario homenaje al maestro que dejó enseñanzas, momentos y amistad.

Consorcio de idiotas, de Paloma Sotomayor, construido sobre el pie forzado de un párrafo inicial da curso a la delirante historia de una agrupación de tontos que representan a una comunidad igualmente sometida por la estupidez y en la que a la única persona que le cruje un poco, no le queda más que jugar a ser una más de los que le rodean. Este cuento es una buena reflexión acerca del poder de los otros, cuando se encuentran organizados y de la necesidad del ser humano de encontrar lugares o espacios de aceptación que le permitan sobrellevar su condición.

Cecilia Jara escribe, también como un ejercicio, una historia donde una voz, interpelando a alguien, entrega todos los elementos del cuento. La historia se cierra con una acertada conclusión luego de un desarrollo donde se perfila el desenlace.

Un ejercicio similar realiza Eduardo Contreras en Aguas Negras. Tiene la mano suelta Contreras; su narración fluye desde un narrador que interpela a un teniente y a un mozo armando una historia que tiene elementos del género negro, poderes oscuros, crímenes, negocios, en fin, dinero. Y sigue, Contreras, con La última copa, un relato detonado por un chiste, un chiste negrísimo, de esos que le gustaban tanto al maestro. Y es también Contreras uno de los llamados a cerrar el libro con dos textos, una ficción que se centra en la improbable visita del maestro y que echa a correr el tiempo atrás y una despedida, el hasta pronto de un asistente a su taller.

En el ejercicio de situación, Un amor de película, de Jorge Alejandro Chomalí aprovecha la descripción de un lugar y una situación para develar el momento recordado en que un amante del cine se convierte en el chivo expiatorio de oscuros poderes.

El cine, antes mencionado en el trabajo de Chomalí es también un ejercicio de situación que Emilia Paez aprovecha para reinterpretar y definirse a partir del inolvidable film La Strada y convertirse en la mujer que sale anónima entre los espectadores. Personaje y espectador. O lector. Otra manera de ser sin dejar de ser uno mismo.

Sola, de Cecilia Ibarra, es un ejercicio de libertad y dolor, ambientada en una casa que se deshace, la atmosfera de desmoronamiento que deja la muerte y que es necesario sacarse de encima para seguir vivo. Y En el rey, de cuidada factura, circula una historia de creación, que sigue el mandato del ejercicio sin puntuación.

Marianela Armijo, en Costras se atreve con la ciencia ficción, pero no de aquella con perillas, naves espaciales ni las lunas de marte, sino una pareja en su departamento que sucumbe a una enfermedad que no tiene explicación.

Leticia Délano divide el mundo e dos a partir de una separación en un cuento de rara complejidad en donde los tonos del entorno aluden precisamente a la idea del viaje.

Yuri Soria-Galvarro. Economía de elementos en su Emboscada. Denota la precisión del microcuentista. Una historia completa en pocas líneas en las que nada queda por explicar.

Para Branny Cardoch, Encuentro fugaz es la oportunidad de revelar la vocación del escritor que crece en un muchacho y la búsqueda por un camino para lograrlo. Todos fuimos alguna vez como Braulio, que leía El Peneca y a Rubén Darío. Todo escritor se hace con lo que tiene a mano.

Finalmente, Juan José Lizama nos cuenta que él mató a Poli Délano, una oportunidad para recordarnos que Poli estuvo siempre más cerca de la vida que de la muerte. O la chingada. Esa que habla clarito y dice la última palabra, dejándonos apenas lo vivido, que en el caso de Poli Délano es su mejor legado.