por Diego Muñoz Valenzuela

Este libro-homenaje a nuestro querido y extrañado amigo Poli Délano me parece una buena oportunidad para meditar acerca de aquella entelequia a la cual muchos de los presentes debemos afanes, angustias, trasnoches y disfrutes al por mayor.

Tras muchas vueltas en la vida, entre ellas una docena de volúmenes publicados en el género, el mecanismo de la escritura del cuento sigue pareciéndome enigmático, pues contiene una magia que escapa a las axiomáticas y las recetas. No hay postulado que valga: todos se derrumban con algún ejemplo. Así se confirma la vigencia del género y su poder potencial para cautivar a nuevos lectores.

Un buen cuento no devela fácilmente sus verdaderas intenciones: se rebela contra las apariencias, reniega de las primeras vistas, tiene vocación por lo oscuro y lo misterioso, aquello que la trama disimula y sugiere al mismo tiempo. Voces, historias, temas diferentes anidan bajo la superficie de la historia, se escurren entre las palabras, van insertándose en la acción, aparentemente regulada por el ritmo de una historia más o menos lineal.

El cuentista eficaz actúa como un médium —mediador con un mundo mucho más complejo que el narrado— para cuya descripción el lenguaje no es suficiente. Se requiere gatillar una sugerencia, generar en el lector una oblicua evocación, algo a medio expresar, que permanece a medio comprender en la conciencia de los lectores, en una zona de penumbras. Ha de haber generado inquietud, intriga, disconformidad y más interrogantes que respuestas.

De esta forma, el cuentista debe exacerbar y hacerse diestro en los aspectos técnicos de la construcción narrativa, aquello que se puede aprender leyendo y analizando los textos. Cursos o talleres pueden acelerar muchísimo este proceso de aprendizaje, aunque no sustituyen -como sabemos- el efecto de la lectura ejercida como una disciplina, sistemática, atenta, inteligente y ávida.

Pienso que en estas frases resumo parte de lo que conversamos a lo largo de estos años y tantas veces con Poli, Sonia González, Fernando Jerez, Ramón Díaz Eterovic, el Mono Olivárez (Carlos) y otros tantos amigas y amigos admiradores del género. Poli ejerció una suerte de magistratura del cuento en su taller ininterrumpido por varias décadas: allí enseñaba, predicaba, alentaba para continuar en el camino de la escritura con paciencia y perseverancia, quizás las más importantes cualidades para obtener logros.

En este libro se nos narra la esencia de lo que ocurría en su taller, así como también sus interesantes alrededores: anécdotas, historias, ejercicios y hasta fotografías. Poli había acumulado en su intensa experiencia como escritor una potente colección de artilugios y mecanismos orientados a despertar la creatividad y conducir la disciplina de la escritura. Tal vez los fue inventando, diseñando y perfeccionando para él mismo, pero tuvo la generosidad de compartirlos sin límites, con una vocación de maestro que ciertamente iba más allá de la frontera de su taller.

Cuando Poli regresó a Chile del exilio en México, de inmediato se integró a su gremio, la SECH, y se preocupó de hacer contacto con los “escritores jóvenes” de la época (condición efímera ciertamente), en proceso de publicación de sus primeras obras. En derredor suyo comenzaron a ocurrir muchas cosas y a circular muchas personas con distintas iniciativas. Nos trató desde un inicio como a sus iguales, y nos fue enseñando, como hacen los auténticos maestros, sin que nos diéramos cuenta y con absoluta prescindencia de pretensiones.

Hay que considerar que esta no era tarea fácil, porque nosotros nos habíamos criado solos, como caballos salvajes, abandonados a nuestra suerte, porque los “Novísimos”1 , nuestros antecesores y referentes naturales, no estuvieron presentes -por diversas razones- hasta que ya nos habíamos desarrollado como escritores novicios, sin percatarnos demasiado de ese proceso. Muy satisfechos estábamos, de otra parte, con nuestra condición de salvajismo, autoeducados por lecturas omnívoras y asistemáticas, ajenos al imperio de reglas o dominio de “maestros”, sobrevivientes a luchas arduas.

Poli nos ayudó y encontró el ángulo para ingresarnos a otros mundos desconocidos, no solo al campo de la narrativa y sus misterios. Nos enseñó la amplitud del mundo literario, sus caminos divergentes, nos compartió muchos de sus amigos desparramados por el mundo y todo eso fue configurando una especie de enciclopedia o universidad de la que formábamos parte sin saberlo. Creo que su apoyo fue fundamental para asumir la condición de escritor de una forma clara y trascendente, como un oficio que se aprende con la dedicación y el trabajo, y que debe ejercerse con amplitud y generosidad. Esta clase de aliento y consejo oportuno son muy trascendentes para quien escoge el camino de la escritura.

Este libro nos muestra el método y el resultado del taller de Poli. Puede leerse y disfrutarse como cualquier buen volumen de cuentos (que lo es, sus discípulos son bastante eficaces y notables), pero también se le puede asimilar como un método efectivo para realizar un taller. Así lo he leído yo, que desde 1978 me he empeñado en llevar adelante talleres literarios para acometer la misión de compartir lo aprendido en este arte complejo y difuso que suele tratar de escaparse de las manos, cuando uno cree que lo tiene asido con firmeza. El lector interesado encontrará en este libro un conjunto de triquiñuelas de notable efectividad, tanto para incentivar el trabajo disciplinado, como para abrir la mente a la imaginación. Conste que no revelaré ningún detalle concreto, impulsado por el afán desinteresado y altruista de incentivar la venta del libro.

Varios de estos recursos recuerdo haberlos conversados en su momento con Poli. Él sabía lo mucho que me interesaba el tema. He leído con gusto este libro, que proviene de talleristas cuya mano ya conozco, aprecio y recomiendo sin reserva. Viajarán por el mundo, conocerán de primera mano a personajes fascinantes, sufrirán con sus dolores y reirán con sus ocurrencias, presenciarán crímenes atroces y venganzas estremecedoras, sentirán el amor y la decepción, la soledad y la muerte. Pues bien, ahora les toca a ustedes, compren el libro y léanlo en su casa o donde puedan; hasta el metro pueden intentarlo. Yo me vine leyendo en el camino hacia la presentación de este libro. Y sigo escribiendo, para responder la pregunta de Poli.

Diego Muñoz Valenzuela, Agosto 2019

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1  Los Novísimos es la generación que comenzó a publicar en la década del 60: Poli, Antonio Skármeta, Ariel Dorfman, Carlos Olivárez, Ramiro Rivas, Fernando Jerez, entre otros. La generación bautizada como NN o del Ochenta debió tener tensiones con los Novísimos, como la del 50 la tuvo con la del 38. Nos unía una visión renovadora de la narrativa sí como la lucha contra la dictadura. No hubo rivalidad sino amistad.