Manicomio de dioses, de Orlando Mejía Rivera

por Diego Muñoz Valenzuela

Manicomio de dioses, Orlando Mejía Rivera, Editorial Cuadernos Negros, Colombia, 2010, 56 pp.

Orlando Mejía Rivera (Manizales, Colombia, 1961) es médico y escritor, con estudios de filosofía, periodista cultural, investigador en la universidad, entre otras actividades que ejerce con talento y laboriosidad. Como escritor ha cultivado el ensayo, la novela, el cuento y el microcuento, con 25 libros publicados, siendo acreedor de importantes premios por su obra. Ha cultivado la ciencia ficción y su trabajo figura en varias antologías del género. Tiene textos traducidos a cinco idiomas.

39 minificciones integran la colección titulada Manicomio de dioses, prologada por el escritor colombiano Umberto Senegal, quien destaca con justeza el acierto en la construcción de las piezas, en especial en lo que se refiere al equilibrio entre lo dicho y lo no dicho. La extensión de las minificciones se mueve entre unas pocas líneas y un límite de dos páginas. Vamos a un primer texto brevísimo:

El enfermito

–No sé si es mi impresión, pero cada vez me siento más enfermo. – Comentó el hombre. El sepulturero sonrió y le arrojó al rostro la primera palada de tierra.

Acá la concisión es máxima y el final cae como cruel flecha sobre el lector desprevenido. Las posibilidades de interpretación son muchas: alegoría acerca de la imprevisibilidad de la muerte, alusión a la continuidad de la existencia más allá del presunto fin, sarcasmo acerca de las carencias de la solidaridad humana. El mecanismo de acción retardada funciona y el lector queda activo trabajando en la efímera historia que se le ha brindado.

En la siguiente minificción, Orlando Mejía ingresa al territorio de la intertextualidad, en este caso en referencia a una caricatura que marcó a sus coetáneos con un especial sello.

Técnicas de marketing

Al borde del suicidio, cansado de tantos años de fracasos, de huesos fracturados, de humillaciones que le hicieron morder el polvo y, en especial, de las intolerables burlas de su enemigo despiadado, el coyote descubre, por casualidad, la verdad. Se encuentra, en una taberna del desierto, con un exempleado rencoroso de la Compañía de Explosivos ACME. Este le revela, mientras una mueca no disimulada de ironía aparece en su cara, que el Correcaminos es el verdadero dueño de la empresa y que a él le han vendido siempre artefactos con una pólvora debilitada.

Se nos revela la clave (ciertamente de manera muy tardía) de las siempre fracasadas estrategias del Coyote para atentar contra el Correcaminos, posiblemente uno de los seres más detestados del imaginario infantil de la época (soy uno de ellos). Es un inteligente juego con la frustración generada por la inútil perseverancia del coyote y la antipatía que convocan el éxito y la arrogancia del insoportable plumífero. Para mayor desgracia, esta reside en una condición ligada al dominio del empresariado, que constituye una metáfora social inquietante, por decir lo menos.

En la tercera minificción nuestro autor aborda el mundo de internet con humor picaresco, satirizando a nuestra sociedad hipersexualizada (al menos en las imágenes de la virtualidad) y esclavizada por el marketing cibernético a niveles de saturación.

Virosis

Se acostó con la exuberante vecina del apartamento 506. No le importó su fama de casquivana, ni su conocida negativa a que sus amantes usaran preservativos. El diagnóstico, realizado por un programa de experticia clínica, fue tremebundo: la zorra envenenada lo contagió de un virus informático incurable, conocido en el mundillo de los hackers como el “gusano gozetas”.

Ahora, cada vez que intenta leer sus libros de filosofía, recordar un número telefónico o, simplemente, conversar de fútbol, invaden su mente, de forma súbita, las imágenes de la publicidad de los casinos virtuales, las páginas Web de los sitios pornográficos, los archivos en clave de la secta de los sadomasoquistas, con aullidos incluidos.

El humor, sea desde lo macabro, la sátira o la carnavalización es un ámbito donde nuestro autor se mueve con expedición, brindándonos historias que nos divierten, impulsan una reflexión y están dotadas de sentido estético. El texto que sigue ironiza sobre la Iglesia Católica, y nos ofrece una posibilidad de visualizar las causales de su evidente crisis.

Espía

Cuando G.G, embalsamador oficial de los Papas, hizo su excelente trabajo con el cuerpo de su santidad Pío XIV, alguien cayó en la cuenta de que el doctor llevaba seis Papas embalsamados a sus espaldas. Es decir, que el médico debía tener más de doscientos años de edad. Entonces, el memorioso escuchó una sonrisa a sus espaldas y percibió un olorcito azufrado antes de desplomarse muerto.

El diablo ha metido su cola, bastante más allá de la función de un espía. Quizás la realidad haya superado la fantasía, es una posibilidad de reflexión. La fantasía es el método de aproximación, pero resulta en una aguda crítica social de nuestra realidad actual. El quinto texto que incluimos a continuación obedece a un mecanismo muy similar, convocando nuestra atención a ese foco desde el título mismo.

Lección de democracia

Douglas Smith, embajador plenipotenciario del Imperio para los países del quinto mundo, está reunido con los representantes diplomáticos de estas naciones y decide ser muy directo y enfático en su reflexión: –Ustedes nos critican y se atreven a acusarnos de ser déspotas y arbitrarios en nuestras decisiones de política internacional, pero les recuerdo que los hechos no mienten y rebaten cualquier teoría o ideología trasnochada. Nosotros nunca hemos tenido una dictadura, ni un golpe militar, somos un pueblo sin manchas en su historia democrática. En cambio ustedes… de coronel en coronel, de dictadura en dictadura, de guerra civil en guerra civil. ¿A qué se debe esto?

Los cientos de diplomáticos guardan silencio y se les nota la incomodidad. Sin embargo, uno de ellos, sin identificación en su vestido, se levanta, toma el micrófono con timidez y le contesta: –Señor embajador Smith, yo sé la respuesta a su pregunta. Ustedes no han sufrido una dictadura o un golpe militar porque, de manera afortunada, su nación jamás ha tenido embajadores de su propio país.

El golpe final de humor es dramático y sarcástico y constituye una acusación demoledora hacia el actual estado de cosas en nuestro continente, dominado por la avidez de riquezas y poder (como medio para obtener las primeras).

Orlando Mejía Rivera -como hemos dicho al inicio- es un autor polifacético en cuanto a los géneros que cultiva con efectividad. Con este libro nos ofrece una colección de minificciones digna de atención y aplauso, que me permito adivinar inicia una trayectoria relevante en el género narrativo brevísimo, aportando su matiz fantástico, macicez reflexiva y humor de amplio espectro.

Diego Muñoz Valenzuela