por Ramón Díaz Eterovic
René Vergara y su inspector Cortés vuelven a ocupar los escaparates de las librerías chilenas gracias a las reediciones de sus libros “La otra cara del crimen” y “Qué sombra más larga tiene este gato” realizadas por la editorial Kálei, en lo que constituye un valioso aporte para el conocimiento de uno de los clásicos del género policial en Chile.
René Vergara Vergara (1916 – 1981) fue un caso especial en la narrativa chilena de la segunda mitad del siglo pasado. Bajo las alas de un mismo sombrero cobijó al detective de buen olfato y al escritor de tinta punzante que recreó los bajos fondos capitalinos y algunos episodios memorables de la criminalidad criolla. Dotado para ambos oficios, destacó como policía dentro y fuera de Chile, llegando a ser creador y jefe de la Brigada de Homicidios de la actual Policía de Investigaciones, y más tarde funcionario y asesor en diversos organismos internacionales. Sus novelas, por otra parte, fueron durante décadas algunas de las más leídas en el país, al igual que los relatos y crónicas que desparramó por distintos medios de prensa, como es el caso de “Intimidades y Sucesos Policiales” donde por algún tiempo, a comienzo de los años 50’, publicó una buena cantidad de cuentos inéditos. Sabía de crímenes como pocos y su experiencia lo avalaba, al punto que llegó a decir que había ido a más exhumaciones que bautizos. Su narrativa se nutre de sus vivencias y del conocimiento de los ámbitos populares. En sus textos siempre abogó por la necesidad de contar con un trabajo policial profesional y científico; y criticó los engorrosos procedimientos judiciales de su época.
Con René Vergara desaparece la inocencia en la narrativa criminal chilena. Antes que él otros autores chilenos escribieron relatos policiales, apegados al modelo anglosajón que se centra en la resolución de acertijos y en las pesquisas de un investigador especialmente inteligente. Alberto Edwards, Luis Enrique Délano y Camilo Pérez de Arce fueron tres, entre otros autores chilenos, que surcaron con acierto esas aguas. Todos ellos escribieron amparados en seudónimos para ocultar la paternidad de sus relatos policíacos. Vergara también publicó sus primeros relatos con seudónimo (Hércules Poirot), pero pronto dio la cara y firmó sus historias con su nombre real. El año 1969 aparece su primer libro, “El pasajero de la muerte”, que contiene algunos de sus relatos más famosos, como “La bailarina de los pies desnudos” y el “Caso de El Tucho”. Antes de eso se conocían sus cuentos publicados en diarios y revistas, protagonizados en su mayoría por su personaje y alter ego: el inspector Cortés.
Carlos Cortés, apodado el «Mono», suele beber abundante cerveza y abomina de Agatha Christie. Tiene una esposa, Ana, con la que en ocasiones comenta los casos que investiga. Siente que su labor policial es un servicio público, por cuanto «el delito es una falla social» que nace de la injusticia y diferencias que la misma sociedad crea y mantiene. Sobre su profesión afirma que: «el policía se hace de noche y en los bares». En el cuento “Acusado por un muerto” (incluido en el volumen “Pasajero de la muerte”), un escritor acusado de asesinato reflexiona de la siguiente manera acerca de la personalidad del policía: “… la culpa de todo la tiene ese maldito inspector Cortés, que cree que su única misión en este mundo es desentrañar misterios para encontrar a los autores y enviarlos a presidio (…) Ha puesto su cultura, especializada, al servicio de sus personales fines, y ahora es, además, hábil y experimentado (…) Empieza por estudiar, concienzudamente, el sitio del suceso: las horas o días que en tal estudio invierta le tienen sin cuidado. Posee una pauta roja muy particular, algo así como un método propio, descarnado y frío. Analiza el móvil con precisión de cirujano o de relojero, confecciona listas de “probables” y les otorga puntaje en el tiempo. (…) Se “empapa” de la víctima, la “revive” y ha llegado a crear el verbo “lazarear” por aquello de “levántate y habla”; con esto en las manos empieza a acumular pruebas sobre el más “probable”; de paso destruye coartadas, fabrica testigos, compra informaciones, revela huellas, ubica indicios inmateriales y enferma. Cuando interroga, confunde, halaga, destruye, miente, grita, llora, ríe, jura, tose, fuma y uno termina por confesarlo todo”.
En otro relato “Otra vez te pegaron”, el inspector Cortés, mientras convalece en cama a causa de una golpiza, reflexiona y escribe una suerte de diario de vida que permite conocer algunas intimidades de su personalidad. “Conozco mis costumbres, por supuesto, mucho mejor que cualquiera otra persona: me acuesto tarde y me levanto tarde: cerca del mediodía. Tengo los amigos y enemigos que tiene todo el mundo en la cantidad proporcional a un policía de mi carácter y de mi rango. En las investigaciones criminales me limito a firmar partes y a dar algunas instrucciones sobre los casos que se presentan. En verdad, me pagan por estar en el cuartel el mayor tiempo posible e intervenir cinco o seis veces, en el año, en crímenes de cierta importancia”. En la novela “¡Qué sombra más larga tiene este gato!, Cortés le confiesa a su esposa: “Me entretiene cazar criminales. Tengo un cine propio en este largo y rojo país que siempre me está ofreciendo películas policiales nuevas con argumentos viejos”. Como en toda ficción policial la figura del detective o investigador es esencial en la construcción de las tramas y en la complicidad que se busca con los lectores. Y en ambos sentidos, la personalidad del inspector Cortés no queda atrás al ser comparada con los más emblemáticos investigadores de la narrativa criminal de todos los tiempos.
El gran aporte de René Vergara a nuestra narrativa es la naturalización o adaptación a la realidad chilena del género policial. Con él queda atrás la etapa de mímesis o imitación que caracteriza al origen del género en Chile y otros países latinoamericanos; lo asienta en la sociedad e identidad chilena y termina siendo un antecedente importante para la reinstalación de la narrativa criminal en nuestra literatura, en su formato de novela negra, a contar de los años ochenta del siglo XX. En René Vergara el crimen aparece despojado de toda retórica y el juego lógico deja de ser lo central en la investigación policíaca y da paso a la preocupación por el delincuente y su entorno. Vergara ahonda en los espacios de la marginalidad social y sus relatos evidencian el conocimiento que tenía sobre el crimen y sus motivaciones. De la simple anécdota policial se pasa al reflejo de la realidad más descarnada. Como el mismo Vergara lo señala en las palabras preliminares de “El pasajero de la muerte”, escribe “desde adentro de un oficio largo”. Por otra parte, en unas anónimas palabras de presentación de su libro “Taxi para el insomnio” se señala que Vergara “… va en serio y a su manera, tras la huella que abriera el genio de Edgar Allan Poe y parece que a sus legítimos títulos une un extraño talento narrativo: su estilo, mezcla indefinible de realidad y ficción y su aplastante ciencia policial que le permiten hacer nuevo y apasionante algo tan viejo y cautivante como el crimen latinoamericano”.
Vergara, tanto en su rol de policía como en el de escritor, se veía a sí mismo como un testigo del “drama y dolor de chilenos”. En alguna de sus novelas señala que “no se puede pesquisar crímenes sin ver el ángulo conductual y las incidencias en él de todo lo social”. Esto adquiere mayor sentido si se recuerda la definición de “delito” que hace en su libro “Taxi para el insomnio”. Dice: “hoy sabemos que delito es, en su mayoritaria y criminal acepción, consecuencia social derivada de una equivocada y ciega política económica. Ningún humano nace delincuente; pero hacerlo “conmorir” con la miseria, entre el odio y el desprecio, entre enfermos y analfabetos, en el ocio inútil y perturbador, en el alcoholismo animal de reductos promiscuos, donde “casa” es intemperie, es lisa y llanamente, fabricarlos en serie día a día; es industrializar la inseguridad social a límites de locura colectiva. Ha costado mucha sangre, muchas vidas, honras y bienes, llegar a encerrar el problema delictual en sus auténticas proporciones y en sus reales causas”.
René Vergara es autor de los libros «El caso de Alicia Bon», «La pluma del ángel», «Un soldado para Lucifer», «La bailarina de los pies desnudos», «El caso del Tucho», «El pasajero de la muerte», «Ultima cita», «Las memorias del inspector Cortés», «¡Qué sombra más larga tiene ese gato!», «Más allá del crimen» y «La otra cara del crimen». El 2000 se publicó el volumen «Crímenes inolvidables», un esfuerzo editorial valioso para poner nuevamente en circulación algunas de sus historias, como «Las cajitas de agua» y «El decapitado de Quillota», todas basadas en crímenes reales que a Vergara le tocó investigar durante su paso por la Policía de Investigaciones. En la mayoría de estos cuentos no solo hay una acertada recreación de los crímenes que le dan título, sino que además valiosos comentarios respecto a la función policial.
Con Vergara, la literatura policial escrita en Chile se empapa del aire de los callejones, de las barriadas y de personajes excluidos del sistema. Carmen María Vergara, en su estudio «René Vergara, el policía que casi fue delincuente», señala que este autor «dejó un conjunto de obras de innegable valor literario y periodístico. Casi olvidadas, es el registro de una vida asombrosa, llena de esfuerzo y superación; muestran un mundo desconocido para el común de la gente; acercan al individuo, tanto al delincuente como al policía en un sentido humano; y son guiadas por una constante búsqueda de la verdad en todo sentido: verdad objetiva y verdad filosófica».
La obra de René Vergara bebe influencias de algunos autores ingleses y norteamericanos, y también de exponentes de la generación de narradores chilenos del 38’, como Juan Godoy, Nicomedes Guzmán o Sepúlveda Leyton. También se pueden establecer lazos entre su obra y la de algunos autores como Gómez Morel, Méndez Carrasco y Luis Cornejo. La investigación policial es la protagonista de sus obras, pero al mismo tiempo es un pretexto para recrear y reflexionar sobre el mundo construido en los márgenes citadinos y sobre la labor de los policías de carne y hueso. Vergara no olvida los años que vivió junto a su madre en los alrededores de la Vega Central o en el Barrio Franklin. Tampoco el tiempo que vivió en Buenos Aires, y en los que, según la leyenda, trabajó como boxeador, levantador de pesas, vendedor de helados y escritor de tangos, entre otros oficios que le permitieron ganarse la vida. Como policía y escritor, conoce el mundo que describe, y por eso lo hace con la autenticidad del que conoce lo que hay detrás del rostro de un delincuente. René Vergara es un pilar fundamental de la novela criminal chilena; un clásico que clamaba por un impulso editorial que reposicionara su obra para deleite de sus viejos y nuevos lectores.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…