Presentación de libro Microcuento Fantástico Chileno. Simplemente Editores, Santiago, 2019

(Compilador: Diego Muñoz Valenzuela) en la Universidad de Magallanes, Punta Arenas, sábado 8 de junio de 2019

Por Fernando Moreno
Profesor de Literatura e investigador de la Universidad de Poitiers, Francia.

¿Quién no conoce el quizá más célebre microcuento de las letras hispanoamericanas, aquel que, firmado por Augusto Monterroso, dice que “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”? Lo que ahí tenemos es una brevísima historia, bien estructurada y organizada tanto estética como discursivamente, a la vez misteriosa, enigmática, fantástica, política, onírica, y que se ha convertido en el ejemplo más que representativo de esta forma narrativa.

El microcuento es inclasificable, de carácter camaleónico y provocador, una suerte de híbrido de breve extensión que ha recibido denominaciones varias –por ejemplo minicuento, microrrelato, minificción, ficción breve, texto súbito, microhistoria, textículo, etc.–, algo así como un relato bonsái en el que generalmente destaca la ironía, el sarcasmo y el humor negro. Posee un carácter lúdico y experimental, por lo que se lo liga a los movimientos de vanguardia de inicios del siglo XX. Desde entonces ha pasado agua mucha bajo los puentes de la literatura y, podría decirse que, con el paso del tiempo y considerando su desarrollo y práctica en las últimas décadas, ha obtenido sus letras de nobleza.

Su auge es innegable en el ámbito de la literatura hispanoamericana actual, donde se multiplican los autores de esta modalidad, con la publicación de libros y numerosas antologías, con la existencia de sitios internet y revistas en línea, así como con la realización de congresos internacionales y el llamado a múltiples concursos que fomentan su práctica. Muchos autores destacados se han dedicado específicamente a la escritura de microcuentos. Valga la pena citar, por ejemplo, a las argentinas Luisa Valenzuela y Ana María Shua y al peruano Fernando Iwasaki.

Según lo ha señalado la crítica –se pueden consultar las consideraciones de Dolores Koch, entre otras–, las condiciones básicas del microcuento son la brevedad, la concisión, la narratividad, la singularidad temática junto con la tensión y la intensidad. Entre sus características más destacadas pueden citarse la preocupación por el lenguaje, un elocuente afán de universalidad, el sentido irónico, la rebeldía y originalidad; es frecuente encontrar en ellos reversiones, parodias y alusiones de obras conocidas, para lo cual se hace uso de personajes históricos, míticos o de la cultura popular, además de los literarios, para proceder, en la mayor parte de los casos, a su desacralización. Se sabe, además, que el microcuento recurre a formatos antiguos como bestiarios, leyendas y cuentos folclóricos. Por lo general el microcuento ofrece una perspectiva poco frecuente o singular con el propósito de hacernos ver el mundo y su realidad desde otros ángulos. Y junto con todo lo anterior propone finales ambivalentes o sorpresivos de modo que desubica al lector con una lógica inesperada. En su busca de novedad, puede postular la presencia de nuevas realidades, ya sean poéticas, fantásticas o absurdas. Sin olvidar que su escritura concreta la transgresión de géneros, dada por su carácter “proteico”, en la medida en que atenúa o hace olvidar las barreras tradicionales entre la narrativa, la poesía y a veces el ensayo.

En síntesis, considerando y recordando lo anterior, los microrrelatos son textos breves que tienen múltiples posibilidades de interpretación y que requieren de un tipo de lector activo y competente para ingresar en esos discursos que invierten, alegorizan, metaforizan y releen la tradición literaria. No se trata de un ejercicio que implique una producción fácil, pues es necesaria una gran precisión en el lenguaje, en la concreción de los indicios y en el manejo de un discurso en el que se propongan cierres inquietantes y múltiples aperturas.

Según algunos estudiosos, como Francisca Noguerol, por ejemplo, el establecimiento del “canon” del microrrelato es paralelo a la formación de la estética posmoderna cuyo signo es un rechazo de las ideas de universalidad, racionalidad, verdad y progreso, características de la modernidad. Si se considera que la cultura posmoderna se caracteriza por la puesta en tela de juicio y, a veces, consecuente desaparición de los relatos emancipatorios y de legitimación del saber, propios de esa modernidad, los microcuentos aparecen como una nueva forma de entender la realidad, y como expresión de una nueva episteme con su preferencia por la disyunción, la apertura, el dinamismo, la presencia de lo lúdico y de la fragmentación. Desde este punto de vista se caracterizan por su escepticismo frente a los grandes relatos, por privilegiar los márgenes, la fragmentación, la apertura, la parodia, el humor, la ironía, con todo lo cual se carnavaliza la tradición y se introducen quiebres en una consideración cerrada y monolítica del presente.

Una paradoja rodea al fenómeno de la minificción actual: por una parte, tenemos un crecimiento vertiginoso y el aumento de cultivadores y lectores, así como el interés de críticos y profesores, no hacen sino poner en evidencia la enorme actualidad del género; por otra parte, se puede constatar que no es fácil encontrar en nuestro medio, incluso en las buenas librerías, libros de microrrelatos. De ahí que no se pueda sino saludar la aparición de este volumen y felicitar a Diego Muñoz Valenzuela por haber tenido esta iniciativa y haber podido concretarla gracias a la disposición consecuente de Simplemente Editores.

El compilador (Constitución, Chile, 1956), el escritor e ingeniero Muñoz Valenzuela, es novelista –todos recordamos, entre otras, Todo el amor en sus ojos (1990) Flores para un cyborg (1997) y su reciente Entrenieblas (2018)–; cuentista, con El tiempo del ogro (2017), por ejemplo, y excelso creador de microcuentos. De hecho, ha publicado varios volúmenes de esta forma narrativa: Ángeles y verdugos (2002), De monstruos y bellezas (2007), Las nuevas hadas (2011), Microsauri (2014), Demonios Vagos (2016), y Largo Viaje (2016), por citar algunos. Ha sido además incluido en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero, traducido a varios idiomas, y distinguido en numerosos certámenes literarios, entre ellos el Premio Mejores Obras Literarias del Consejo Nacional del Libro en 1994 y 1996.

El libro que se presenta reúne ochenta y cuatro textos de treinta y un autores: Gabriela Aguilera, Gregorio Angelcos, Roberto Araya, Pía Barros, Alejandra Basualto, José Ben-Kotel, Paulina Bermúdez, Rosanna Byrne, Jorge Calvo, Sonia Cienfuegos, Eduardo Contreras, Fabián Cortez, Ana María del Río, Lorena Díaz Meza, Lilian Elphick, Juan Armando Epple, Martín Faunes, Denise Fresard, Carlos Iturra, Pedro Guillermo Jara, Bartolomé Leal, Camila Margarit, Juan Mihovilovich, Diego Muñoz Valenzuela, Carolina Rivas, Patricia Rivas, Yuri Soria Galvarro, Luis Alberto Tamayo, Roger Texier, Max Valdés, Miguel Vera Superbi.

El conjunto, precedido por una breve introducción del compilador que presenta las orientaciones generales que presidieron la selección, así como ciertas características de sus características cronotópicas y al que lógicamente remito al lector, ofrece una amplia, rica y sugestiva panorámica de algunas de las líneas directrices mayores que podemos encontrar en la producción de la micro narrativa nacional en su vertiente fantástica. Por las páginas, o las líneas, de los textos antologados, se pasean presencias fantasmales, monstruos y seres fabulosos, dioses, hadas, princesas, seres mitológicos, seres, mujeres, niños, hombres, aparentemente normales pero que deben enfrentar extrañas situaciones o a los que les ocurren perturbadoras experiencias, clones, alteridades, muertos vivientes, animales o cosas personificadas. Ellos transitan por y se insertan dentro de los mundos de la leyenda o de la aparente cotidianeidad, de la informática, de la tecnología o de los cuentos infantiles, de la religión, la política, la literatura, universos que resultan desacralizados, presentados bajo perspectivas inéditas, desmarcados de sus tintes tradicionales gracias a la emergencia y presencia de la ironía, el ingenio, la paradoja, la alegoría, la hipérbole.

La lectura de estos textos pone así de manifiesto el carácter movedizo y dialéctico de los signos textuales que configuran estos discursos, la dinámica de la forma semántica expresada por medio de estos relatos centrados y concentrados, concertados y desconcertantes; una lectura que resulta, en definitiva, claro está, una experiencia enriquecedora a la que me permito invitarles y que, ojalá, muchos podamos compartir.