Poemas de Todd Davis

Todd Davis es el autor de seis libros de poemas: Native Species (2019), Winterkill (2016), In the Kingdom of the Ditch (2013), The Least of These (2010), Some Heaven (2007) y Ripe (2002). Ha sido reconocido con el premio de poesía Gwendolyn Brooks, el premio de los editores de Chautauqua, los premios de bronce y plata del año de la revista ForeWord y ha sido nominado varias veces al prestigioso premio Pushcart. Sus poemas se han publicado ampliamente en revistas literarias de Estados Unidos. Enseña escritura creativa, literatura norteamericana y estudios medioambientales en Altona College de la Universidad Estatal de Pensilvania. Todd Davis ha autorizado la presente publicación de las seis traducciones realizadas por Oscar Sarmiento. Todos los poemas salieron en sus tres últimos libros publicados por Michigan State University Press.

En una reciente entrevista de marzo de este año el poeta se refirió a su razón para escribir de la siguiente manera: “Estoy siempre escribiéndole de vuelta al mundo, a la gente con la que lo comparto, a las otras criaturas vivientes, a mi padre muerto, con el cual compartí una conexión profunda y al que le contaba lo que veía en el bosque al final de cada día. De algún modo, mi padre es siempre el que me inspira a escribir poemas”.

Muchacho perdido (Kingdom, 2013)

No quiero
que mi hijo
se meta
en el escondrijo
de la pena.

A los dieciséis
ya sabe
demasiado
del mundo.

Como serpiente
de pino
se desliza
a su refugio
y deja atrás
la piel
de su previo
yo.

Muda
de piel
y se enrosca:
escamas
de lo que
ha aprendido
pero ahora
piensa
que
no
necesita.

Pescando en el río Little Juniata pienso en Li Po (Kingdom, 2013)

Conocí pescadores que murieron
en el río, embriagados, tratando
de abrazar el reflejo de la luna.
Conocí otros sacados del agua

que lloraron su propia muerte
cuando la luna desapareció tras una nube.
Este atardecer, antes que se pusiera oscuro, la mano
de la luna trazó toscas pinceladas sobre la superficie

de papel del río y las truchas, intoxicadas
de verdes tricópteros, se durmieron en un remolino
bajo el cuerpo caído de un sauce.
En sueños estos mismos peces esperaron

que el viento surgiera, que los brotes
de cerezo fueran arrojados al agua:
flores murmurando alrededor de la piedra,
tan hermosas y blancas
como las manos de los muertos.

Asesinato de la cuerva (Winterkill, 2016)

La cuerva sintió elevarse algo que no era su cuerpo
hacia las ramas más altas del pino blanco

y en este extraño ascenso notó que las alas
que amaba y con las que navegaba ya no batían.

Pudo ver su propio cuerpo desplomado por el suelo
del mismo modo que vio la imagen de su yo-cuerva

volar sobre el lago cuando ni un ápice de viento movía el agua.
Un reguero de sangre se formó bajo el ala rota

y una mucosidad salada se secó bajo los ojos. La primera bala
destrozó el hundido esternón, la segunda se anidó

entre las costillas y la última pasó a toda velocidad por la mitad
de la fúrcula, desgarrando el escudo pectoral, bruscamente

entrando al corazón. Esa tercera bala salió
de la espalda trazando una entrada en el manto de plumas

bajo la nuca. Sintió todo esto
como el repentino vacío posterior a cuando se deposita un huevo,

la cansada paciencia de esperar en un nido por días. Conocía
a los muchachos que hicieron esto, intuyó la oculta aflicción.

El muchacho compasivo que llegó primero al bosque
después que se fueron los bulldozers y cayeron tantos árboles

y fueron acarreados a otra parte. Era él quien a veces le daba
pan. Y el malicioso, al que había visto golpeado por el padre,

el que ahora usaba los puños para olvidar. Y el miedoso
que se robó el rifle calibre 22 del abuelo queriendo probarles

lo duro que era a los muchachos que empujaban y gritaban
en la cola del bus. Antes de soltar la rama

graznó en su nueva voz: más suave
y con sonido de agua salpicando contra las rocas.

Los muchachos -que tanteaban el rígido cadáver con un palito-
se volvieron hacia el árbol donde se posaba

pero no pudieron verla porque se había transformado. El
que le había dado de comer dijo que sentía que le hubieran hecho esto.

Y el malicioso inclinó la cabeza y masculló
que nada de eso importaba mierda. Y el miedoso

llevó el arma de vuelta a la casa y la puso en el sótano
donde se conservan tantos secretos.

Para Jim Harrison

Problemas de traducción (Winterkill, 2016)

La gente busca caminos en las nubes
pero los caminos en las nubes no se pueden encontrar
Han Shan

Todo tipo de distancias nos separan.

Una muerte de más de mil años de edad.

Los océanos que ruedan entre continentes, cubriendo un puente que una vez
conectó nuestras tierras.

Cuando otros te buscaban te reíste y te hiciste parte de la montaña.

Está escrito que Nicodemo y José de Arimatea se llevaron el cuerpo muerto
de Jesús para prepararlo con especias y aceites.

¿Las aves de presa y los cuervos hicieron lo mismo por ti?

Es posible discernir el canto de un pájaro por las huellas que deja en la nieve.

¿Qué cantaron el cielo y las estrellas para tu entierro?

Sigo esperando que en la muerte la montaña me trague, traduciendo mi cuerpo
a un nuevo lenguaje.

¿Cuál es la palabra, me pregunto, para el último poema que alguna vez alguien escribirá?

Sueños del padre muerto (Winterkill, 2016)

Casi cuatro años más tarde
esparcí tus cenizas
alrededor de unas matas de arándano
en un talud que se alza
sobre el bosque donde cazo
y recojo frutas silvestres
y pesco en riachuelos
las truchas de los arroyos.
Todavía me visitas.

Muchos días anticipo
la oscuridad del sueño
que te regresa a la vida,
saludable, aunque los dos sabemos
que el tumor crecerá.

Juntos, en este piadoso limbo,
esquiamos por las cumbres,
más arriba de las copas de los árboles,
o caminamos sobre la nieve
por el sendero a la arboleda de cicuta
donde hallamos los lechos disueltos
de venados dormidos.

En algunos sueños adquieres
un tipo diferente de dolencia:
un derrame cerebral
congela el lado derecho
de tu rostro, reduciéndote el habla
a una serie de gruñidos, o un accidente
de auto te deja sin una mano
o pierna, impedido de arar
el huerto o cortar la hierba de la pradera.

A veces desapareces
mientras estoy de espaldas,
tu brazo alzado apunta a un puercoespín
mordisqueando un anillo de corteza
en las ramas de un roble.

Usualmente te vas
con un simple adiós.
Todavía capaz de caminar
y cortar la leña
que necesitarás para diciembre.

Después de veintisiete años de matrimonio (Native Species, 2019)

Me imagino que tu alma tiene la textura del melón
cuando te inclinas en la tina del baño para lavarte el pelo.

Cien millones de años es un largo tiempo para migrar
pero las currucas volando por los negros gomeros

afuera de nuestra ventana navegan el mismo espacio
que sus ancestros. La gata, descendiente de Egipto,

dormita en el doblez de tus piernas
esperando que la acariciemos

debajo de la barbilla y del puente de la nariz.
En la mañana una tormenta sacrifica más de quince

centímetros de agua y ahora una vaca se balancea río abajo
rodando de un lado a otro. Tú coleccionabas caballitos de juguete

cuando niña porque tu padre era pobre y se tomaba
el dinero del forraje, de las puertas del establo, de la cerca.

Después de corregirme respecto de cómo tu alma se siente
me sirves rebanadas rosadas de sandía.

En la dulzura de tu compañía
felizmente me ahogo.

****

En el siguiente link podrán conocer más acerca del autor y sus obras:
http://www.todddavispoet.com