A propósito de su libro de cuentos “La boina del padre”
por Tulio Mendoza Belio
Academia Chilena de la Lengua
“La boina del padre” (Taller de Libros, Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2017. Prólogo de Juan Mihovilovich y dibujos de Pablo Améstica Miño), es el título de un extraordinario libro de cuentos de Adriano Améstica (Talca, 1947). Como sabemos, el tiempo de la crítica no se corresponde con el de la publicación de una obra. El crítico necesita sumergirse en el texto e impregnarse de aquello que va a indagar para descubrir por qué la obra es lo que es y nos llega de ese modo y no de otro. Esto implica otro aspecto: el respeto hacia la creación. Adriano Améstica nos entrega doce cuentos que traducen y saben ejercitar la intuición poética en la narrativa. No en vano el escritor mexicano, Premio Cervantes 1987, Carlos Fuentes, uno de los representantes del boom latinoamericano, afirmó lo siguiente en una entrevista de la BBC Digital de Londres: “Pero más que nada dependíamos de la poesía, del lenguaje. Lo que nunca ha fallado en América Latina desde Sor Juana Inés de la Cruz es la capacidad poética. Hemos tenido grandes poetas todo el tiempo. Yo creo que una gran influencia sobre el boom fueron Vallejo, Neruda, los grandes poetas de la América Latina, porque mantuvieron vivo el lenguaje. Nos dieron un gran lenguaje sobre el cual operar.” Sabias palabras que coinciden con esta otra certera declaración de María Luisa Bombal: “Para mí, lo más importante ha sido siempre el ritmo porque, aunque me guste una palabra y sea la palabra precisa la rechazo, ¡fuera! si no entra en el ritmo. Por eso tacho mucho cuando escribo…Siempre busco un ritmo que se parezca a una marea, la oración, es una ola que asciende y desciende y luego vuelve a subir… Yo creo que, en el fondo, soy poeta, mi caso es el del poeta que escribe prosa. Yo soy poeta, pero como tengo una educación francesa también soy la lógica personificada.”
Se trata, entonces, del lenguaje, más precisamente, de la lengua. ¿Y de qué otra cosa se iba a tratar si la materia prima con la cual trabajan el poeta y el escritor es la lengua, el idioma? Algo que se echa de menos en muchos escritores actuales. En su “Explico y agradezco” que preside el libro, Adriano Améstica nos dice que estos cuentos fueron escritos “en su mayoría, entre 1974 y 1988, al amparo de la noche, sin poder amortiguar el honesto tableteo de las teclas de mi Olivetti Lettera 35, mientras las calles se volvían más y más ajenas, saturadas por tantos ruidos negros. Nacen a pausas, unas frases ahora y otras cuando es posible continuar (mañana, quizás), y generalmente surgen muy mal vestidos, truncos, contrahechos y, además, no exentos del riesgo de atraer complicaciones, por el espíritu que los anima y por su aspecto contestatario, denunciante.”
PROSA POÉTICA DE LUJO
Y es lo primero que hay que celebrar en Adriano Améstica y lo hago con un fragmento del prólogo que escribió Juan Mihovilovich: “Por eso sus cuentos se impregnan, inevitablemente, de esa poesía narrada que hace del discurso un avance lento, pausado, meticuloso, que se va adentrando sucesivamente en una historia supuestamente estática, pero que deviene en una dinámica interna potente, vigorosa, que socava los cimientos de la memoria, de la evocación, del dolor, de las miserias y asperezas humanas por donde transitan sus personajes.” Esa “poesía narrada” no es otra cosa que la misma lengua de todos los días manifestada en sus amplios registros connotativos, en sus analogías sugeridoras de atmósferas y matices, en sus juegos semánticos, en la visión de mundo que entrega. He aquí un fragmento de “La boina del padre” (cuento finalista, en 2007, en el X Concurso Internacional Julio Cortázar de Relato Breve, Universidad de la Laguna, Tenerife, España): “Su madre, envuelta en la leve penumbra algodonada, cubierta hasta los tobillos con un grueso camisón de franela, peina sus frondosos y largos cabellos rizados tempranamente invadidos por lustres de plata. El rectángulo inclinado del espejo de marco amarillo sujeto a la muralla por un trozo de cáñamo y un clavo, refleja el revuelo de pájaros de sus manos. Pájaros aletargados, volando extraño, como si les hubieran cambiado el aire o el paisaje… Ella humedece de tanto en tanto la peineta en el agua del lavatorio de porcelana instalado sobre una mesita descolorida. Es un ritual de silencios fragmentado apenas por el tañido del lavatorio al ser tocado por la peineta y, luego, por el sonido espeso de ésta al desenredar los cabellos, hasta dejarlos divididos en dos alas, cada una poco a poco transformada por los dedos en trenza.” Realmente es un lujo leer la prosa de Adriano Améstica. Conoce a cabalidad los íntimos mecanismos de ese reloj que es el cuento, sabe que debe ganar por nocaut, como dijo el escritor y boxeador argentino Abelardo Castillo (su amigo Julio Cortázar lo cita, sin nombrarlo, en su ya clásico texto de 1970:“Algunos aspectos del cuento”, por esta razón se le atribuye a él esta comparación). Y agrega que la novela lo hace por puntos.
PIEZAS PERFECTAS
Adriano Améstica se nos muestra como un verdadero maestro, por ejemplo, en su cuento “El insecto” (p. 21): “Mientras intenta hilvanar algunas frases, un insecto, inidentificable para sus escasos conocimientos de entomología, aterriza sobre la hoja en blanco y luego de desplazamientos rápidos en distintas direcciones, se acerca peligrosamente al punto donde si él presionara sólo una de las amarillentas y gastadas teclas de su vieja máquina de escribir, útil para ese efecto, acabaría con esa minúscula vida. Especula acerca de las más de cuarenta posibilidades de disparo que le ofrece la máquina, en tanto el insecto, muy lejos de advertir que es el objeto en la mira de sus impulsos insecticidas, ignorante de sus malas intenciones, continúa, despreocupado, con sus veloces desplazamientos. Mueve las dentadas antenas rojizas, izquierda y derecha, derecha e izquierda, arriba y abajo, de inmediato cada vez que se detiene y antes de reanudar su carrera. Tiene aspecto de torpedo, vivaz, enloquecido, de plumilla sin tinta que escribe letras y deja huellas invisibles sobre la superficie de la hoja, y él se obliga a seguir sus movimientos, a no perderlo de vista, imagina, como hacen algunas bestias, tensando sus músculos, midiendo la distancia, calculando el salto, el alcance de sus garras, para lograr una presa.”
La continuidad que expresa el carácter lineal de la lengua se percibe como una unidad en la cual la cohesión y la coherencia, la recurrencia de elementos en todos los niveles, la progresión, la intensidad, la tensión, la significación y la sorpresa, nos entregan notables piezas de una conmovedora perfección, ya que aunque la narración esté traspasada por lo más bajo y perverso del ser humano, lo cual podríamos resumir con la antigua locución latina atribuida a Thomas Hobbes: “Homo homini lupus” (“el hombre es el lobo del hombre”) o con ese verso de Jorge Luis Borges: “Es el ojo de Caín que sigue matando a Abel”, todo lo ominoso, lo despreciable, nos llega expresado con esa cuota de humanidad que nos entrega la poesía y que constituye algo así como un bálsamo sanador y, tal vez, una esperanza, aunque no pueda haber ni haya que invocar el olvido.
CREACIÒN DE MEMORIA
Hacemos hincapié en esas formas generadoras de significado porque, recordando a Octavio Paz, “el fondo surge de la forma” y todo es un “decir que es un hacer que es un decir” y en ese tránsito, entre esos decires, aparece la obra de arte, el verdadero artífice. Eso es lo que descubrirá un lector inteligente y apasionado cuando lea este libro de Adriano Améstica, porque su escritura nos entrega fragmentos de una realidad que crea memoria desde la memoria histórica y eso, como afirma el poeta español Juan Carlos Mestre, “es determinante en la deuda que uno tiene con la memoria y con el lugar de la memoria, porque el lugar de la memoria es siempre el lugar de una fundación moral” y esa nueva realidad así creada, como afirma otro poeta español, Luis Antonio de Villena, es “forma que emociona”. Y Johannes Pfeiffer, en su libro “La Poesía”, nos explica que es ese “modo de verdad [que] se ha vuelto realidad en el encanto de la forma.”
¿Cuál es, entonces, esa especie de juicio o proposición que no se puede negar racionalmente y nos llega a través de una forma que emociona y encanta pues nos somete a sus poderes mágicos y nos sorprende y cautiva nuestros sentidos? Adriano Améstica lo sabe, nosotros también, aunque algunos quieran negarlo. Y aquí estamos frente a lo que Roland Barthes llama en El grado cero de la escritura, “una moral del lenguaje”, es decir, “una escritura cuya función ya no es sólo comunicar o expresar, sino imponer un más allá del lenguaje que es a la vez la historia y la posición que se tome frente a ella.” Los cuentos aquí reunidos, diversos en su temática y motivos, pero que son los temas recurrentes de una escritura que, como hemos dicho, crea memoria desde la memoria histórica, tienen como nexo unificador una forma, un modo de ser (toda obra la tiene), pero lo que quiero destacar, es que lo que une a estos textos es, precisamente, lo que la tradición ha llamado “estilo”, la manera de escribir, el “carácter propio que da a sus obras un artista.” Y Adriano Améstica, en este tipo de poesía narrada (no de poemas), que son sus cuentos, logra resolver los desafíos del tiempo de la descripción, de la profundidad, sin tener urgencia ni temer al proceder acumulativamente para desembocar en esa apertura o explosión cortazariana que cierra o remata sus logrados textos.
CONCEPCIÓN, Mayo de 2019.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…