por Antonio Rojas Gómez
Editorial Espora – Rhinoceros
Dieciséis cuentos, de otros tantos autores, componen este libro, una muestra certera de la literatura negra en Chile, en este minuto. Hay tres mujeres, un par de adultos mayores, otro par de jóvenes muy jóvenes, varios profesores, periodistas, abogados, algún ingeniero, antropólogo, filósofo, científico. Todos fascinados con la muerte. Ajena, por supuesto. Y si es violenta, mejor. Y si producto de un crimen, tanto mejor. Son los escritores de relatos policiacos que ganan adeptos entre los lectores, cuyo número está creciendo en Chile, después de un paréntesis lamentable en que el libro y el pensamiento fueron proscritos. No así los crímenes. De hecho, algunos de estos cuentos nos hablan de ese oscuro pasado reciente. Otros, se remontan más atrás en el tiempo, a la época del Bim Bam Bum y el Burlesque, cuando campeaba una bohemia que aún tiene nostálgicos. E incluso antes, hasta los años de la Colonia, porque en los albores de nuestra historia ya se cometían crímenes. ¿Se acuerdan de Manuel Rodríguez? ¿Y de Diego Portales?
Ni el crimen ni la literatura son recientes en Chile. Tienen trayectoria larga. Chile fue un libro antes que un país, y el propio Cervantes elogió ese libro y lo libró de ser quemado junto a aquellos que le secaron el seso a Don Quijote. Hoy seguimos teniendo buena literatura y crímenes macabros que la alimentan. Y los dieciséis cuentos de Santiago Canalla lo demuestran. Todos presentan un nivel parejo de calidad, tanto en el dominio del idioma como en el ingenio para generar situaciones de interés y en la observación psicológica de los personajes, sean víctimas u homicidas.
Como el título lo indica, todas las historias ocurren en Santiago, en diferentes barrios. Desde el Matadero a Las Condes. Están representados los distintos estratos sociales, porque en todas partes se cuecen habas. Y muchas formas de quitarle la vida al prójimo: el fuego, el plomo, el filo del acero, la cuerda de la horca. Hay para todos los gustos.
Dicen que las mujeres tienen buena mano para matar. Será por eso que los cuentos de las tres autoras figuran entre los más atractivos. El que abre el volumen pertenece a Gabriela Aguilera y se titula “La Arlequina”. Está ambientado en la época colonial, en La Chimba, es decir, al norte del río Mapocho. El Santiago de hace dos siglos que nos presenta es muy diferente al que conocemos, pero los santiaguinos de entonces no difieren tanto de los de hoy. Apunta aquí una visión crítica de una sociedad tremendamente asimétrica, a través de una historia dramática de profunda humanidad.
Más adelante aparece Sonia González Valdenegro, con “Lo que se respira”. Estamos en el tiempo actual, en casa de un matrimonio acomodado, cuyo hijo, apenas un bebé, ha desaparecido de su cuna. No es primera vez que ocurre. Lo que hay detrás de esta incógnita, estremece. En buena medida por la forma en que la autora lo presenta.
Julia Guzmán Watine, la tercera escritora incluida, tiene menos trayectoria que las anteriores, pero en talento no les va en zaga. Nos trae a Cancino, el personaje que conocimos en su primera novela –“Juego de Villanos”- un librero con apetencias detectivescas, enfrentado a una situación que “parecerá absurda”, dice la protagonista. ¿Y lo es? La respuesta está sabiamente conducida hasta la frase final: “Mientras Cancino considera el prodigio como sospecha, deviene el terremoto, el cataclismo, la hecatombe”. No lo podría haber dicho mejor.
No hablaré de cada uno de los trece cuentos restantes, productos de plumas masculinas. Solo diré que todos se publican por primera vez. Como detalles singulares me limitaré a decir que hay un cuento de Poli Délano, que falleció mientras el libro se encontraba en proceso. Todos los demás autores están vivos. Y uno de ellos, además de escritor, es pintor y dibujante, José Gai, y en el cuento que aporta se mezclan la narración y el dibujo.
Los autores, por orden alfabético, son Gabriela Aguilera Valdivia, Ricardo Chamorro, Juan Ignacio Colil, Eduardo Contreras Villablanca, Poli Délano, Ramón Díaz Eterovic, Toño Freire, José Gai, Galo Ghigliotto, Sonia González Valdenegro, Julia Guzmán Watine, Gonzalo Hernández, Bartolomé Leal, Helios Murialdo, Antonio Rojas Gómez y Eduardo Soto Díaz.
Son todos los que están. Pero no están todos los que son. Hay más escritores produciendo novelas y cuentos negros no solo en Santiago, sino en todo Chile. Este libro no es más que una muestra. Pero una muy buena muestra en realidad.
Fuente: entramacultural.cl/
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