Una pizca de maldad, Ah Yi (1976)

por Diego Muñoz Valenzuela

Una pizca de maldad, Ah Yi (1976), novela, Adriana Hidalgo editora, Argentina, 2017, pp 182

Ah Yi se llama en realidad AI Guozhu, escritor chino proveniente de la provincia de Jiangxi, quien hizo una carrera de policía antes de convertirse en profesional de la literatura. Posiblemente de ahí proviene su interés por las tramas policiales justamente en pueblos apartados, tal como aquellos donde ejerció como policía. Ha publicado dos volúmenes de cuentos: Cuentos grises (2008) y El pájaro me vio (2011) y las novelas Y ahora qué debo hacer (2012), que es el título original de esta novela. Ah Yi estuvo en Chile y hubo oportunidad de conocerlo y conversar con él en la presentación de su novela.

Una pizca de maldad es la historia de un joven chino, que es narrador y protagonista. Hong es la única denominación que se conoce del protagonista, que es el apodo que le asignan en la cárcel, que es donde llega tras un largo periplo que se inicia con el premeditado asesinato de una bella y gentil compañera de escuela. El tedio ha infestado la mente de Hong, que se nos aparece desde el comienzo como un horroroso cínico, un sicópata que lleva a cabo -tras una cuidadosa preparación- un crimen que carece de móvil, y que él considera será perfecto justamente por esa razón.

Sin ser una nouvelle, Una pizca de maldad se lee con agilidad e interés, como si lo fuera. El lenguaje es directo y atractivo, como corresponde al de un joven de esta época; la tensión y el suspenso permanentes. El lector se ve morbosamente atrapado por esta trama existencial, a la que se agrega -para lectores como nosotros- la posibilidad de acercarse a una realidad tan diferente e impenetrable a primera vista como la China contemporánea.

La soledad del personaje es una acertada metáfora de la soledad que vive el individuo en nuestra sociedad actual. No hay vínculos emocionales, lo cual incluye a su desafortunada condiscípula, Kong Jie, la única persona que se interesa por él de manera genuina y fraterna, a quien Hong asesina de manera horrenda. Hong se alimenta en soledad de su resentimiento y exacerba el tedio a niveles insoportables.

Para Hong, el protagonista adolescente, la vida carece de sentido. Pasado y presente se diluyen y están exentos de significado; no hay sueños que lo alienten. Está prematuramente hastiado de la vida, sumergido en el aburrimiento, de ahí deriva un vacío existencial que lo succiona como un vórtice maligno.

Hong siente el afecto de la solidaridad de Kong Jie, no es del todo insensible a sus múltiples encantos, pero -en abierta contradicción- planifica y ejecuta el crimen con absoluta frialdad, entregando en su relato una morbosa y detallada descripción de sus actos.

Hong es un ser torturado, vacío de emociones, ajeno al afecto, un producto de la sociedad actual que nos hace sentir escalofríos por su falta de humanidad. La historia se basa en un caso real, de modo que refleja el estado de las cosas.

Poco antes de cometer en crimen, el protagonista describe a su víctima: “Tenía un brillo rosado en las mejillas, el pelo bien abundante, esa abundancia, incluso, de algo que desborda; símbolos, todo ello, de una vitalidad en su plenitud. La situación económica de su familia no era buena, peor la madre debía tratar su alimentación con los estándares de las familias ricas. Ahora, cuánto más sana y hermosa parecía, más doloroso era”.

El protagonista reflexiona a modo de suma: “Este es el sentido de la vida: Aburrimiento. Repetición. Orden. Trampa. Prisión”. Curiosa combinación de Dostoievski y Kafka, más intensa en sus páginas finales (confesión, juicio), donde el absurdo toma posesión de la escena, aludiendo al sin sentido de la vida desde una experiencia extrema.

Junto con el exponencial desarrollo económico de China, se confirma -como si fuera una ley- que se produce paralelamente un hondo malestar existencial entre intelectuales y artistas. Hemos visto este fenómeno muchas veces en la historia de la humanidad; la última vez durante el siglo pasado en Estados Unidos, donde floreció una literatura diversa y crítica, renovadora.

El malestar chino hacia la modernización acelerada se refleja en la novela de Ah Yi con sólido pulso y muestra -junto a otros libros- una tendencia dominante. Mucho podemos esperar del futuro de Ah Yi, y muchísimo más de los autores chinos que vamos conociendo poco a poco. Seguramente dejarán una profunda huella en la historia de la literatura.

Diego Muñoz Valenzuela