“Yo no canto por cantar ni por tener buena voz…”
-Víctor Jara-
Nos conocimos el año 81 con un fuerte apretón de manos en La Plaza de Armas de Punta Arenas.
Nacho había regresado de su exilio en Suecia luego del Golpe de Estado y se reinstalaba en un país que le costaba reconocer. Me contó entonces de su amistad con Víctor Jara, Rolando Alarcón, de su maestro Héctor Pávez, en fin, con todos quienes sentían la música como un bastión para ayudar a construir la nueva sociedad, más solidaria, justa, más fraterna. Nacho había partido su periplo artístico en el Grupo Cuncumén recorriendo Chile de norte a sur con sus canciones, la danza y el baile nacional.
Esa era su razón de ser: “con una guitarra -me decía- quizás no cambiemos al mundo, pero lo hará un poco mejor, más bueno, más amable, más bello”.
Su opción de vida fue siempre estar con los más humildes de corazón y desde sus experiencias vitales enfocar su quehacer cotidiano: organizar un grupo de folklore, reunirse con una Junta de Vecinos, crear una organización cultural. Sentía como pocos la fuerza innata de la creación artística y entonar una canción era su manera de alegrarnos la vida, realzar el espíritu e intentar modificar en algo la historia de un país que no lograba conformarlo.
Poseía ese don misterioso y envolvente de las personalidades contagiosas, de esa fuerza avasallante que intentaba superar cualquier obstáculo independiente de sus resultados. En su despedida en el cementerio de su amada Constitución una de sus alumnas señaló que a Nacho le importaban, sobre todo, los procesos. Y era cierto. Su vitalidad interior lo impulsaba a avanzar, a ser actor más que espectador. No era hombre de discursos. Su elocuencia natural emanaba de su propia vida personal. Quizás por ello nunca tuvo éxito en sus aventuras electorales, las que asumía con la conciencia de un militante disciplinado. La misma alumna agregó en la pureza de su discurso: “si los niños hubieran tenido derecho a voto Nacho habría sido elegido todo el tiempo.”
Pero no. Su elección era distinta. Su destino era otro. Su actitud humana no calzó nunca con los manejos turbios del poder formal que a menudo criticó y que siempre rechazaba.
El día de su partida fue el martes 16 de abril, día que en la mitología griega se celebra al dios Mercurio, el portador del mensaje, el mensajero de la buena nueva. Tal vez el alma de Nacho eligió ese día como un símbolo. El resumía al mensaje y al mensajero. Nos dejó la tarea de una obra inconclusa para que no olvidáramos su alegría insobornable, su irradiación fraterna, su mirada limpia, su inclaudicable amor por el ser humano.
El fue, en consecuencia, su mejor mensaje. Lo supieron sus hijos y Nahir, la madre de ellos; Patricia, su compañera la mayor parte de su existencia y sus hijos Pancho y Carlos que él asumió como propios; sus amigos de lucha, sus hermanos, sus alumnos, sus colegas; todos quienes lo conocieron y amaron.
En el recuento interminable de tu obra humana, querido Nacho, me quedo con tus bromas inesperadas, con esas llamadas a media tarde desafiando con tu elaborada ingenuidad la fatuidad de nuestra existencia.
Ciertamente, como lo dijeron tus dos hijos, Valentina y Lautaro, al abrazarnos: tu partida imprevista no fue el mejor de tus chistes, aunque con una leve sonrisa agradezco que hayas existido y me permitieras ser tu amigo.
Juan Mihovilovich
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…