Una Muestra de Los Pescadores de Perlas

LOS PESCADORES DE PERLAS, Ginés S. Cutillas (Ed.). Montesinos, 2019.

En la presente antología se recogen los microrrelatos publicados en los últimos años en Los pescadores de perlas, la sección dedicada al género de Quimera. Revista de literatura.

El siglo XXI ha instaurado definitivamente el microrrelato como el «cuarto género narrativo». Este título bien merecido se lo podemos agradecer tanto a los maestros que llevan décadas transitándolo como a las sucesivas hornadas de autores que han utilizado Internet como medio de encuentro con lectores activos y ávidos de emociones fuertes.

Nos encontramos ante una buena muestra de lo que se está haciendo actualmente en el ámbito del microrrelato en español, compuesta por ochenta escritores de nueve países distintos: autores consagrados, pero también voces emergentes que intentan hacerse un hueco en el apasionante mundo del texto breve.

Sin duda, nos encontramos ante una obra de referencia dentro del género. A continuación se incluyen textos seleccionados por el autor del libro, Ginés Cutillas, de dos autores, mujer y hombre, de los cuatro países más antologados: España, Argentina , México y Chile.

José María Merino

Convivencia

La primera vez que lo oí, pensé que alguien había entrado en casa. Eran las siete de la tarde, mi mujer se había ido al cine con unas amigas, yo estaba en la sala leyendo el periódico y me llegó su murmullo desde el otro lado del piso. Me levanté: al fondo del pasillo, tras la puerta abierta de mi estudio, brillaba la lámpara de la mesa y una voz tarareaba una melodía familiar. Me quedé escuchándola hasta descubrir que el causante del tarareo era yo mismo: me había quedado allí a pesar de haberme ido a la sala. Muy asustado por el incidente, regresé a la sala y permanecí escuchando el tarareo hasta que se extinguió. Volví a mi estudio: la lámpara estaba apagada y no había nadie.

Unos días después, otra tarde en la que también mi mujer estaba ausente, se repitió el fenómeno: esta vez me encontraba en mi estudio, enfrentado al ordenador, cuando empecé a escuchar la televisión en la sala. Desde el pasillo, vislumbré mi propio bulto sentado en el sofá con el periódico en las manos.

Ahora, cuando me encuentro solo en casa, soy consciente de estar en la sala o en el estudio, pero sé que al mismo tiempo me encuentro en el otro lugar. Mi temor inicial se ha ido apaciguando, pero permanezco sin moverme hasta que mi ruido en el otro sitio se extingue y la luz se apaga, horrorizado de que algún día podamos encontrarnos yo y yo.

Isabel González

Avisos de desastre

Conocernos de otra forma. Tal vez tú demasiado viejo y yo demasiado joven. Yo fascinada por los pliegues de tus ojos, y tú alentado por los pliegues de mi sexo. O mejor, yo vieja y tú de veinte. Alumno y profesora de plata a la luz de la luna. Quién sabe. Los dos ya muy ancianos o los dos tan críos que nos recordáramos hasta la muerte. Sucedió sin embargo ayer. La pelota de tu hijo rodó hasta el banco donde yo acunaba al mío y viniste a recuperarla. Tu esposa te lanzó un beso desde la pradera. Mi marido volvía de comprar el pan. Te agachaste bajo mi falda y cuando tu mano rozó mi tobillo, abrazaste la pelota como si fuera un ancla. Yo estreché a mi bebé de plomo. Dos vidas tan conclusas que haría falta un cataclismo.

Pía Barros

Precauciones

Cuando juegan, lo hacen mirándose a los ojos. Las manos intercambian claps en diferentes secuencias, el canto es un susurro melodioso. Las niñas duermen en la misma cama y cierran los ojos a las nueve en punto. Sincronizan el sueño por el que avanza el cartero que hoy les ha gritado una mala palabra. En casa, el cartero espasmódico escupe saliva y espuma, deja de respirar. «Otro tonto y ahora sin correo», maldecimos al alba.

Nunca interrumpimos los juegos de las gemelas, sonreímos al paso y les deseamos buenos días. En este pueblo temeroso, sabemos que los sueños y la vida duermen en el mismo sitio.

Diego Muñoz Valenzuela

Destrezas con el origami

El macho origami era azul, metálico y siniestro. Le complacía mortificar a la alba hembra origami, que era dulce y resignada, afín a los vestidos ornamentados con vuelos que le otorgaban una apariencia más propia de ave que de fémina. El origami azul se abocaba a desbaratar los minuciosos dobleces de sus vestidos, en vez de presenciar las funciones de teatro Kabuki a las que ella lo arrastraba a contrapelo. La origami blanca lo reprendía con ternura y él le respondía con frases y gestos brutales.

Un día, antes de salir camino del teatro, el macho le arrojó por la espalda un rojo alacrán de papel. Ella se dio vuelta a tiempo, deshizo los dobleces con gran expedición y construyó un pájaro amarillo que revoloteó ante las narices del maligno cantando bellamente. El origami azul enfurecido soltó a un embravecido elefante anaranjado que embistió a la ingenua, pero ella volvió a utilizar sus destrezas y lo transmutó en un dragón violeta. El dragón voló delante del origami azul y expelió una bocanada de fuego que lo redujo a cenizas.

Ana María Shua

Peleas familiares

Las peleas familiares son raras en nuestro circo, incluso en las fiestas de fin de año. Las ofensas suelen ser involuntarias y se olvidan rápidamente. Imagínese usted: nadie quiere pelearse con su cuñado, el lanzador de cuchillos. O incomodar a su suegro, el hombre forzudo. Hasta la equilibrista o la ecuyere tienen los músculos bien desarrollados. Ni siquiera nos conviene irritarnos con los enanos, que son muchos y actúan mancomunadamente. Por eso, apenas hay un atisbo de pelea, se convoca al mago para que la haga desaparecer. Puede que su magia no sea más que ilusionismo, pero en cambio es un hombre muy conciliador.

Raúl Brasca

Cinco palomas

Después de que no respondí a la afrenta recibida, la condena de mi padre me oprimió el pecho. Sabía que no quería despreciarme pero que no podía evitarlo. Una vez más me obligué, entonces, a hacer lo que esperaba de mí: partiría en busca de venganza. Él, como si lo hubiese previsto, ya tenía preparados el caballo más veloz y las cinco palomas mejor entrenadas de su palomar: quería estar siempre al tanto y ser el primero en enterarse cuando hubiera cumplido con mi deber.

Me puse en camino y apuré el paso cuanto pude. Atravesé bosques, crucé ríos y montañas. Más de una vez necesité detenerme, pero el arrullo incesante de las palomas me recordaba a mi padre y lo impedía. En un pueblo me dieron noticias de alguien que respondía a la descripción de quien buscaba y al fin pude soltar la primera con un largo mensaje lleno de promesas. Tan solo una remota posibilidad y me había llenado de esperanza. Sentí urgencia por soltar la segunda. Lo hice apenas supe que estaba en el buen camino: «Confirmado, es él, la venganza está a pocos días de cabalgata». La tercera partió antes de lo debido cuando avisté la presumible guarida del que me había infamado; el mensaje mentía: «Sé dónde está, estoy agotado pero no descansaré». Lo cierto era que ya no soportaba a las dos palomas que me quedaban. Sin novedad concreta, solté la cuarta al día siguiente: «Pronto no tendrás que avergonzarte de mí».

El infeliz a quien perseguía se sorprendió al verme; le dije: «No quise ni quiero responder a tu ofensa porque ella no me alcanzó, pero te mato para dar paz a mi padre». Luego, escribí el quinto mensaje: «Tu honor está a salvo». Y mientras la última paloma se perdía lejos en el aire, yo, recién resucitado, me alejaba sin prisa en el sentido opuesto.

Javier Perucho

Infidencias de Humbert Humbert

Retozaba con Lolita sólo cuando su ciclo circadiano se anunciaba por los cólicos, justo en ese instante olía su cuenca, oteaba sus enaguas y, si mostraban rastros de sangre, me disponía a sorberla por la noche. Mentira que gozara de ella. Conmigo no conoció hombre. Únicamente me importaba su ninfulidad y la sangre virginal que escurría de su vértice, por eso nunca la penetré, ni la poseí por otros frentes. Sangre, virgen y nínfula: una promesa triplicada de vida: la mía. Nada más buscaba su sangre menstrual, que bebía directamente de su fuente, labios embrocados en otros labios. A ella no le gustaba —eso decía, la muy ladina, pero sus pupilas se iluminaban con lujuria gatuna en cada lengüetazo—, mas yo me afanaba hasta que dejaba de arañarme o empujarme o gritarme maldiciones en ese dialecto de carretonero para que no sorbiera más de su manantial. Al resistirse felinamente a que le chupara el líquido de su musgo, se intensificaban sus gemidos, espasmos y desmayos. Cuando terminaba su periodo —días de luna, así los llamaba Lolita— daba la espalda a esa mugrienta infanta pedorra en nuestro lecho. Yo lo único que quería era mantenerme sabio, joven y blanco sorbiendo sus fluidos. Nada más.

Ethel Krauze

Tratado de albañilería

Cuando somos jóvenes cuánto nos perturban y nos denigran los chiflidos majaderos de los albañiles a media calle. Nos roban nuestro ser.

Cuando somos maduras los vigilamos calle tras calle: sus reacciones a nuestro paso representan un termómetro infalible de nuestra vigencia en el radar. Sonreímos de gusto y luego les contestamos con un ademán grosero.

Cuando somos viejas nos sentimos libres y serenas en las calles, dueñas de nuestro cuerpo y nuestra dignidad.

Transitamos por fin del objeto al sujeto. Pero cómo los extrañamos, qué bien nos caería ahora ser miradas con lujuria aunque fuera desde el ojo rudo del albañil.

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Biografía

Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) es autor de los libros de relatos La biblioteca de la vida (2007) y Los sempiternos (2015); de la novela La sociedad del duelo (2013); de los libros de microrrelatos Un koala en el armario (2010, finalista del Premio Setenil) y Vosotros, los muertos (2016); y del ensayo sobre el género Lo breve si bueno, etc. Decálogo práctico del microrrelato (2016). Su obra ha aparecido en varías antologías, entre ellas Por favor, sea breve 2 (Páginas de Espuma, 2009), Velas al viento (Cuadernos del Vigía, 2010), Mar de Pirañas (Menoscuarto, 2012) o Antología del microrrelato español (1906-2011) (Cátedra, 2012). Miembro del equipo de redacción de Quimera. Revista de Literatura, donde coordina la sección de microrrelato. Profesor de la Escuela de Escritores.