Por Josefina Muñoz Valenzuela
Conocí a Luis Vulliamy (Lautaro 1929 – Santiago 1988) a inicios de los años sesenta, en la casona que alberga hasta hoy a la Sociedad de Escritores de Chile, y que se obtuvo gracias a los esfuerzos y voluntades de muchos, especialmente Rubén Azócar y Ester Matte Alessandri, sobrina del entonces presidente Jorge Alessandri, quien consideró que era de toda justicia que los escritores de Chile tuvieran un espacio digno para desarrollar sus quehaceres.
En ese tiempo Vulliamy trabajaba como representante y distribuidor de la Editorial Universitaria, escribía sobre el mundo mapuche -su entorno desde el nacimiento- y hablaba la lengua como si hubiera pertenecido a su cultura, sin duda una rareza a nivel general y, especialmente, en el mundo literario de entonces. Y tenía un increíble y asombroso Messerschmitt. Hijo de colonos suizos, nació y vivió en Lautaro; quizás por su propia conciencia de sentirse extranjero, su relación con los mapuche se dio con total naturalidad y profunda compenetración, dando cuenta de sus vidas cotidianas y también de una historia de injusticias, atropellos y violencia que, vergonzosamente, perdura hasta hoy día.
El título de este artículo está tomado de su cuento “Joseluén”, y apunta a una situación vital y fundacional de “frontera”, en que se vuelve imperioso tratar de entender y definir qué hay entre dos mundos aparentemente tan opuestos, en este caso, el día y la noche, pero también entre esos mundos humanos que no logran encontrarse. Y aquello que está en esa delgada frontera, oculto en un recodo oscuro que exige dedicación para descubrirlo, impregna su escritura y la convierte en un espacio en que los personajes ya no son ellos y otros, sino unos nuevos, que tienen parte de esos mundos diversos, lo que va generando una existencia más auténtica y propia.
En una afortunada iniciativa, la Editorial UV de la Universidad de Valparaíso presentó a la Convocatoria 2016 del Fondo Nacional del Libro “Rito de viento y madera”, antología poética que incluye dos poemarios completos: “Los rayos no caen sobre la hierba” y “La oscura luminaria”, y una selección de poemas de otros libros. La portada se ilumina con un bellísimo grabado de Santos Chávez, al igual que las ilustraciones interiores, también del mismo artista. Como ocurre con demasiada frecuencia con nuestros autores más antiguos, sus libros ya no se encuentran en librerías y tampoco en el sitio Memoria Chilena, por lo que esta publicación permite conocer y releer a uno de nuestros grandes escritores.
Si bien la crítica nacional de la época recibió positivamente la obra de Vulliamy, en aquellos años no existía una percepción explícita del pueblo mapuche ni abundaba la escritura sobre él, por lo que tampoco había una valoración cultural y social de su presencia ni tampoco una mirada integradora de los pueblos originarios de nuestro país. En el caso de este escritor, la convivencia se dio en forma natural en el espacio geográfico rural y campesino que compartían, pero también porque esa cercanía generó un proceso de identificación y apropiación de ideas, pensamientos, concepciones de vida.
El destacado crítico Ricardo Latcham, escribió en “La Nación” del 3 de febrero de 1963 sobre tres novelas muy diversas, entre ellas, Juan del Agua de Vulliamy, porque “significa una innovación en la reducida producción indigenista de nuestra tierra”. Y agrega, “En Juan del Agua surge una visión realista, pero poética de un mundo primitivo, en que convive el supersticioso residuo de las viejas creencias araucanas con la codicia de los colonos y terratenientes criollos”. Destaca certeramente que en la novela “no se perciben seres buenos enfrentando a los malos, sino que se analiza un conflicto extraído de la frontera”, sin simplificaciones reductoras de buenos y malos, pero sí señalando la presencia de un conflicto profundo y hasta hoy no resuelto.
El volumen “Rito de viento y de madera” tiene una introducción del gran poeta Elicura Chihuailaf, al que citamos. “Prosa poética: gvlam consejos, epew relatos, que solo un conocedor de nuestra cultura mapuche (en su dualidad) podía hacer dialogar de modo -tan fluido y natural- con su palabra poética chilena (también dual). Por esto, me parece, Vulliamy es un adelantado a estos tiempos de búsqueda de aceptación de la diversidad y la multiculturalidad” (…).
El poemario “Los rayos no caen sobre la yerba” presenta 33 poemas, cuyos títulos corresponden a la numeración correlativa en mapudungun; un comentario precede a cada uno y entrega algunas claves sobre el poema mismo y sus sentidos más profundos, facilitando así la inmersión en una cultura que requiere develar sus códigos, porque sus supuestos no son los nuestros. En la publicación original los comentarios estaban al final del libro, pero la acertada decisión editorial de trasladarlos a la página enfrentada de cada poema potencia una mejor lectura de la relación entre ambos textos. Finaliza con el poema Tripantuhue, que corresponde al Año Nuevo mapuche, haciendo un gesto de cierre de un ciclo natural y el comienzo de otro.
Encontramos un conjunto de poemas de amor que despliegan de manera ordenada un rito cultural y social de cortejo, siempre ligado a la vida cotidiana, la naturaleza, los trabajos y los días de un joven mapuche enamorado, que debe superar etapas para lograr su objetivo: la aceptación, compañía y amor de la mujer elegida. El poema Pura (8) describe al nieto de un guerrero, con antepasados valerosos y valiente él mismo, pero nada de eso le sirve en este trance:
Mi abuelo fue un gran toqui.
Él llevó doscientos mocetones a Boroa.
Yo guardo su lanza; de las vigas
he colgado sus flechas y macanas.
La calavera de su caballo
blanquea sobre el techo de mi ruca.
Conocí al padre de tu padre;
ese sembrador bondadoso, pero oscuro,
que yace alimentando las raíces
en el cementerio de tu gente.
Nada te dejó él. Nada guardas
de algún antepasado valeroso.
Pero el nieto de un guerrero
no sabe defenderse de esas lanzas negras
que tiras por los ojos.
El guerrero se ha enamorado de la hija de un sembrador que, según la explicación inicial, está en una categoría inferior. Sin ser guerrera, ella tiene la capacidad de lanzar flechas mortales con sus ojos, de las que el guerrero no sabe defenderse. Sin embargo, sabe que las creencias y ritos ancestrales lo ayudarán a llegar a la meta; sabe que su fuerza está en la perseverancia y cuando ya han pasado 33 poemas-etapas, porque cada mes del calendario mapuche tiene 33 días, encontramos el último poema, Tripantuhue, el Año Nuevo mapuche: “Once veces treinta / y tres días, demora el sol / en regresar a su viejo camino”. El guerrero ha cantado las 33 veces establecidas, lo que significa cerrar un ciclo y esperar la madurez del fruto: “Aunque los rayos / no caen sobre la yerba, / espero que pronto, / como un sol que me viene / tú lo cantes y celebres / conmigo”. Así, el ciclo recomenzará y, seguramente, logrará conquistar a la mujer, mientras otros iniciarán sus búsquedas siguiendo los rituales correspondientes.
Este bellísimo poemario tiene la riqueza de la suma de dos culturas que han logrado amalgamarse; está el respeto por una naturaleza que ya no es un mero paisaje, sino que es una parte constituyente del ser humano. Está también presente una concepción de ciclos de la vida y de la muerte que irán viviendo y recomenzando de diferentes maneras, pero con la misma naturalidad con que discurren sus vidas, sus ocupaciones y preocupaciones, porque aquí es la fuerza de lo colectivo lo que hace posible la vida de cada ser humano y cada ser vivo.
El segundo poemario completo incluido en esta antología es “La oscura luminaria”, título que constituye una suerte de oxímoron y que apunta, una vez más, a esa realidad que está en constante transformación, pasando de un estado a otro que es su antítesis o que ya ha dejado de ser para transformarse en otra cosa. El hablante poético recuerda su vida en un mundo rural de aparente simpleza, donde la mirada se va posando en personas, paisajes, cosas, con una ternura muy campesina y muy enraizada en esa naturaleza que permite la vida.
El tiempo siempre es un protagonista importante, el que fue, el que está siendo y llevándose partes de la vida. Varios de los nombres de los poemas van recreando ese mundo para nosotros: Senderos, atajos, caminos, Un camino solitario, El molino, La choza … El siguiente es un fragmento de El poeta:
Cuando las palabras no bastaban,
porque una estéril raíz las destruía,
se solía escuchar como al descuido
al poeta de la aldea.
Solo él averiguaba entonces por las voces
que el viento musitaba en la oreja de los pinos.
El maqui, por ejemplo, ciertos años maduraba tarde,
y una vez, sin motivo se resecó la vega
donde los camarones levantaban sus torres
para saludar al aire.
El poeta es un nuevo Homero que da cuenta de lo que sucede, porque tiene dotes de adivino, de vate, un machi-sacerdote para su comunidad. El cúmulo de sucesos cotidianos, aparentemente sin importancia, oscuros, se van convirtiendo en luminarias por obra de la palabra poética.
Finaliza el libro con una selección de otros de sus poemarios. Muchos están cruzados por la muerte (propia) y el amor, también por el desencanto y la tristeza de las pérdidas. En Así es la historia, el hablante dice que “Luis Vulliamy amaneció muerto.” Los versos finales reivindican el amor eterno, más allá de la muerte:
Todo para estar de nuevo junto a Bevy,
y pedirle que se besen y se miren a los ojos.
Eternamente.
Que para eso Beverley y Luis fueron tan grandes
que solo vivirán después de muertos.
Pocas semanas después de la temprana muerte del escritor, Luis Sánchez Latorre publicó su poema El cumpleaños de mi sombra en una separata de la revista Efímeros, a manera de homenaje a un colega y gran amigo. Desarrolla en él una gran interrogación sobre la vida y los temas metafísicos del ser: que soy yo, mi sombra y/o yo, cómo se separan o conviven. Como señalaba antes, creo que Vulliamy fue un maestro del análisis de esos estados intermedios que impregnan nuestras vidas; ese tránsito entre la vigilia y el sueño, el paso de la luz a la oscuridad, y la escritura como la llave para aprehender esos segundos de drástica transformación externa e interna que va generando el discurrir del tiempo en nuestras vidas.
Para finalizar, el fragmento 15 de El cumpleaños de mi sombra:
Y cuando tengas que desprenderte, Sombra,
de mi lado y por cualquiera suerte,
te ruego vagues un tiempo por la tierra
haciendo nido en cada una de mis huellas,
besando cuanto amé o saludando cuanto quise.
Ven después y acuéstate conmigo.
Fundida a mí serás todos los rostros y deseos
en una sola amada que busqué.
Sin duda, son palabras estremecedoras de uno de nuestros grandes poetas, así como lúcido y certero narrador, que merece ser conocido, leído y pensadopor las nuevas generaciones.
Obras:
Ritual del hombre inquieto, poesía, 1954
Piam, cuento, 1957
Girasol, poesía, 1959
Doce poetas de La Frontera, antología, 1959
Aquella lluvia lenta, novela, 1962
Juan del Agua, novela, 1962
Los rayos no caen sobre la yerba, poesía, 1963
El mejor lugar del mundo, novela, 1963
La oscura luminaria, poesía, 1964
Isla Firme, novela, 1965
El paraíso de los malos, novela, 1965
Déjenme en el Paraíso, poesía, 1969
El Fuera de la Ley, poesía, 1971
Me saqué la Polla Gol, novela, 1988
El cumpleaños de mi sombra, poesía, 1988
Cuando ya no esté aquí, antología, 1991
Rito de viento y de madera, antología, 2017
Por fin encontré la poesía de Luis Vuillamy, hijo de una prima de mi madre que nos pasó a ver a Freire camino a vender libros…
Hijo de colonos suizos que hablaba mapudungun como el mejor mapuche. De Lautaro, a orillas del río cautín.
Retrocedan a leer la poesía lejana de mi pariente también lejano.
SS : Excelente la leccion de vida que nos da Luis Vulliamy. Lo poco que he podido leer de su obra me estremece por su lucidez, su ternuna y su admiracion y afecto por el gran pueblo mapuche.