Por: Juan Mihovilovich
“Quienes vivimos en las ciudades aisladas del globo somos presa del capricho de dioses delirantes y casi siempre paganos. Nuestros sueños son la ambrosía que nunca sacia sus apetitos.” (pág. 84. Bon Jovi se lo llevó todo)
Oscar Barrientos ha redescubierto un universo trastornado, imaginativo, desfachatado, hilarante a ratos y ha colocado en el centro de su narrativa actual a una Patagonia desconocida, la que subyace tras el mundo cotidiano y que, no obstante, toma, precisamente de ese mundo, sus elementos dispares y erige un monumento literario potente y renovado.
Aquí, emerge el habitante rústico, el apartado del modernismo en ocasiones, el símil de un puestero náutico disminuido o engrandecido por su locura como en el caso de Cetáceo de tierra, historia que relata los avatares de un ex ballenero que ha construido un monstruoso artefacto a partir de su anterior ocupación y que, mimetizado en la epopeya de Jonás, ahora engulle en sus fauces insaciables toda la materia misma, el caldo de cultivo de sus apetencias siniestras y grotescas.
Ese paganismo, la idea de un dios ausente o establecido en base a dioses accidentales y mentirosos de una modernidad falsa y estrafalaria, surge con toda su fuerza en estos relatos perspicaces, poseídos de una encantamiento que subyuga y que nos deja sumidos en la perplejidad de la duda: si reírnos de nosotros mismos o sentir que están tomándonos el pelo a cada instante con historias que suelen mofarse de nuestra propia existencia, sin que nos percatemos de la absurdidad del mundo contemporáneo, de la ridiculez existencial en que nos movemos, así se trate de un reino particular desmitificado, como lo es en este caso La Patagonia, y consecuencialmente de una urbe moderna y cada vez menos aislada: Punta arenas y sus alrededores, impregnados de visitantes circunspectos disfrazados de turistas que huyen de sus flamantes encierros, intentando resumir y recuperar en sus viajes el sentido atávico de las geografías ya algo póstumas del espacio global que hoy se habita.
Quizás por ello nos sacude ingresar a estos mundillos infectados de pistas extravagantes, como en el caso de Corazón de Látex, un esperpéntico muñeco deportivo que monologa sobre su tránsito desde Usa hacia el sur del continente y que nos evidencia esa ausencia de sentido, de estar sobreviviendo con un corazón plastificado, carente de emociones, tantas, que el mismo “mono” desarticulado nos refriega en nuestras narices la necesidad de una eternidad que no queremos ni necesitamos, que no ansiamos ni construimos en la realidad que nos convoca.
O bien, incursionamos anonadados a los espacios del Dr. PC, un sesudo informático de población, escondido entre un cerro de computadores en desuso y al que acude el protagonista porque se ha esfumado completamente el contenido de su Notebook personal, lo que lo convierte al instante en un ser angustiado a punto de perder su paraíso terrenal. Allí reside toda su información: sus fotografías, sus mensajes de amor, su investigación académica, sus sueños y su memoria completa. Sin ello no es nada. Y este “cerebro” de las comunicaciones le muestra el origen del problema: Vectrom, una especie de animal cibernético con trazas de ángel exterminador encubierto, que se apodera de las energías contenidas en los dichosos aparatitos, como si emulara a una sanguijuela moderna e insaciable. Esta parodia de la tecnología nos muestra un submundo que probablemente exista, que quizás sea el anticipo de una virtual hecatombe, así el personaje se esmere en asociar la recuperación de la información a un sujeto afiebrado y alocado que posee ciertas claves que nos pueden resultar inverosímiles.
Luego, ingresamos en cuentos secretamente vinculados, lúdicos casi siempre, pero asociados a estas carencias tan ciertas y ocultas del devenir mundano. Barrientos Bradasic nos trae entonces historias que retratan lo que esa Patagonia, otrora salvaje y virginal, comienza a perder, a extraviar, al ser subsumida en los apetitos insaciables de personajes modelados por un sistema que atraviesa y subyuga las bondades consustanciales al individuo, a su necesidad de “ser” y no adscribirse al “tener”; que procura en sus sueños rotos embriagarse todavía en vocablos ausentes que se han desvanecido de modo irremediable: la solidaridad humana, la empatía, la fuerza del paisaje y sus arrebatos casi místicos que elevan la condición humana en medio de la soledad y la vastedad de las llanuras, sus lagos, islas y fiordos magallánicos.
Por eso, Claude, nos resulta un castor abominable introducido exprofeso entremedio de los bosques que comienza a aniquilar como una replica imperfecta de la depredación del hombre nuevo y una parodia siniestra de su reproducción. Y por lo mismo la aventura de Los pingüinos son aves migratorias, nos parece un chiste cruel, una incursión trágica del manejo de las especies con un afán comercial dislocado, irracional, que nos resultaría dramático y espeluznante, si no fuera porque está matizado de un humor negro, con la descripción de un personaje de segunda, que irrumpe con sus afanes emprendedores bajo la égida de sus ansias de ser otro, así se ampare en las reconocidas corruptelas de moda.
Y pasamos por Jovi Bon llevó se todo, en la misma idea de intentar desnaturalizarse en la personalidad ajena, cual Gilgamesh, esa narración más antigua de la historia con que el autor establece un paralelismo notable y revela el arte de la imitación como una loca huida de sí mismo, de olvidarse de la procedencia y adherir -de nuevo- a un modelo impostado, vacuo, escarnecido al extremo y a todas luces hilarante, salvo la tristeza implícita que conlleva el término del absurdo sueño impostado.
Por último, la aparición del Mariscal Tito, el viejo líder socialista de la fenecida Yugoslavia, en el fantástico cuento (tanto por su estructura como por su mensaje) No alineado en el paralelo 53 Sur, historia aparentemente desfachatada, que nos trae la figura del mítico estadista que pretendió establecer un nuevo orden mundial al margen de los dos imperios de la época. Y que, por arte de birlibirloque, es arrojado a la realidad puntarenense como un ser de carne y hueso desde la cuarta dimensión. Adherido al guía que le sirve de sustento en su periplo discutirá con el cónsul croata local, recorrerá los sitios donde la paupérrima política puntarenense entreteje sus redes, discurseará con su anfitrión sobre los grandes líderes del siglo pasado, los desmitificará y concluirá la narración con la evocación nostálgica del “joven partisano que se empeñó en sembrar un tratado de hermandad en la Torre de Babel, en el pandemónium de los Balcanes”.
Un compendio de once cuentos que, además conlleva Ángeles con rostro de Lechuza, Quillas como espadas, Big Mouth, Marioneta Meridional, todos ellos de gran factura, en el mismo nivel de los ya descritos.
En suma, un libro memorable de Oscar Barrientos Bradasic y, además, una suerte de “bisagra narrativa”, en el entendido que abre puertas insospechadas a un autor ya reconocido y que advierte, por sobre la insinuación, que estamos ad-portas de otras obras relevantes, marcadas, a no dudarlo, por un sello propio, personalísimo, y que lo sitúa en lo más alto de nuestra literatura reciente.
Autor: Oscar Barrientos Bradasic
Cuentos. Lom Ediciones. 143 págs. 2018
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…