Por Eduardo Contreras Villablanca

Nuestro querido Poli Délano nació en Madrid en 1936, sus primeros meses los vivió en medio de los bombardeos contra la República, al inicio de la guerra civil española. Siendo un bebé pasó buena parte de ese tiempo oculto en sótanos, y refugios, quizás la humedad de esos lugares le fue provocando el asma que lo acompañó toda su vida, y que quizás tuvo que ver con la maldita neumonía que se lo llevó hace un año.

Desde su nacimiento, el maestro tuvo una vida itinerante. Su literatura se nutrió de sus vivencias en México, Estados Unidos, China y muchos otros países.
Desde que publica por primera vez, el libro “Gente solitaria” en 1960, ya no paró. A partir de ese año y hasta el 2016, cuando se publicó la que sería su última novela “Un ángel de abrigo azul”, escribió veinte y un libros de cuentos, diez y nueve novelas, cuatro libros de testimonios y ensayos, y fue editor de seis libros. Un total de cincuenta obras. A las que hay que agregar, yo estimo, que por lo menos unas cinco más como ghostwriter.

Fue sobradamente merecedor del Premio Nacional de Literatura, que nunca le dieron. Yo creo que le jugó en contra el ser consecuente, en más de un sentido. Desde luego, su reconocida militancia en el Partido Comunista de Chile, y también su consecuencia en escribir lo que él quería escribir, algo que parece obvio, pero que no es tan claro en el turbio mundo de las grandes editoriales, un mundo que le dio la espalda más o menos desde el año 2009.

Pero en este aniversario de su partida, no pretendo escribir sobre la vasta obra de Poli, que está ahí e invito a recorrerla a quienes no la conozcan, y a releerla a quienes ya lo han leído, porque afortunadamente, y parafraseando a Heráclito, así como nadie se baña dos veces en el mismo río, nadie lee dos veces el mismo libro; la segunda y posteriores lecturas, sobre todo en los textos de Poli, se disfrutan distinto.

A lo que veníamos, la otra obra de Poli: su inmensa labor como formador de escritores. Comenzó a trabajar en talleres en México. La palabra taller no puede estar mejor puesta. Él nos recibía diciendo, “aquí tú vienes a escribir”, y lo hacíamos, gracias a él, y cada vez con más rigor. Por mencionar algunos de sus discípulos: en México tenemos a Marcel Sisniega y Rafael Ramírez Heredia, y en Chile podemos mencionar a Marcelo Leonart y a Gianfranco Rollieri.

Haciendo un recuento de los libros publicados en Chile por sus discípulos, sólo desde 2006 a la fecha, y considerando solamente a quienes fueron sus alumnos en ese periodo (estoy haciendo un recuento de aquellos a quienes alcancé a conocer en su taller), llego a veinte y un libros en esos doce años: quince novelas y seis libros de cuentos publicados por sus discípulos.

Creo que es un legado valioso, sobre todo en un país en el que a los nuevos escritores les cuesta muchísimo publicar. Probablemente, sin Poli algunos de los que pasamos por su taller igual habríamos logrado sacar a la luz nuestros textos, pero sospecho que serían menos los libros y probablemente con una prosa menos pulida.

Y Poli va a seguir presente en cualquier lanzamiento de algunos sus talleristas en el futuro. Es más, quiero creer que de alguna forma sigue escribiendo con nosotros cada uno de nuestros textos, se publiquen o no.

A veces nos enviaba sus nuevos textos con letras grandes, Courier tamaño 12. Pero ahora lo imagino en los años sesenta con lápiz y papel, las herramientas con las que su talento se abrió paso en las letras chilenas, en una época sin computadoras, ni correcciones con control de cambios, ni búsqueda de información de apoyo en Internet. La época en la que se ganaba su lugar en nuestra literatura, nutriéndose de mucha lectura y de su prodigiosa memoria, con la que fue acumulando cientos de historias y anécdotas recopiladas en sus recorridos por el mundo.

A quienes tuvimos el privilegio de trabajar nuestros textos con él, nos entregó muchas otras cosas además de enseñanzas: buen humor, buenos chistes, mucho cariño, ejemplo de compromiso, de rigurosidad, de bondad y de consecuencia.

Creo que el vacío que nos dejó lo hemos podido sobrellevar apuntalándonos unos a otros: sus familiares, sus amigos escritores, sus talleristas (actuales e históricos), sus compañeros de Partido, sus muchos amigos, porque Poli sabía cultivar la amistad.

El pasado viernes 11 de agosto varios de estos huérfanos de Poli nos reunimos, como solemos hacer, en el bar Hemingway, en el que tantas veces disfrutamos de las tertulias con el maestro. Hicimos varios brindis por él a un año de su partida. Brindamos por este escritor que trascendió mucho más allá de este pequeño país, que no fue capaz de otorgarle el Premio Nacional que se merecía.

Es muy conocido ese lugar común de que “todos los muertos son buenos”, lo que obviamente no tiene sentido: Hitler, Manuel Contreras y Pinochet podrían morir varias veces y seguirían siendo las bestias que fueron, así que descarto ese aserto y me quedo con la versión del crítico y escritor Camilo Marks que, a pocos días de la muerte de nuestro maestro, dijo: «No todos los muertos son buenos, pero Poli Délano sí lo es». Ojalá algún día nuestro país crezca y llegue a estar a la altura de la bondad, la rigurosidad, la generosidad y la entrega del que nació como Enrique Délano Falcón, pero que a poco andar fue bautizado por Pablo Neruda como Policarpo, nuestro querido Poli.