Por Claudia Vila

Poeta, profesora de lenguaje de la PUCV y crítico literario

Si es que hablamos del margen, debemos reconocer la existencia de un centro hegemónico que es un organismo controlador de las funciones que acaban siendo periféricas, porque no se encuentran dentro del eje normativo. Por ello, hablar de márgenes depende del punto en que uno se sitúe y siempre involucra un desplazamiento del nivel de realidad al que se quiera acceder. En este sentido, Latinoamérica es representativa del margen en función de los países poderosos y víctima de sus propios gobernantes, lo cual trae consigo características inherentes a la condición del sujeto inserto en este espacio, como: melancolía, enfermedad, pobreza, abandono, frustración, alcoholismo, entre otros aspectos negativos, que se complejizan porque finalmente significan mucho más que eso.

En cierta forma, percibimos que Latinoamérica es un cuerpo territorial, sexual, anárquico, en constante transformación y acomodo dentro de un sistema político-económico y social que no es del todo amigable. Ello es retratado en las narrativas sociales de los años 90 y 2000 que intentan exponer estas problemáticas utilizando diversos recursos ficcionales y apropiándose de la voz de los marginados, quienes habitan espacios culturales que, de cierto modo, retratan el carácter del ser Latinoamericano, estos no están exentos de peligros, pero dentro de todo nos conllevan a plantearnos diversas interrogantes fundamentales para entender estos contextos.

Uno de los escritores que plantea esta problemática es Fernando Vallejo, quien ha escrito varias obras significativas del ser marginal que constituyen un ejemplo de Latinoamérica como cuerpo enfermo y lacerado por diferentes huellas difíciles de borrar. Algunas de las obras que lo retratan son El desbarrancadero y La virgen de los sicarios, entre otras y son emblemáticas porque en ellas se representan problemáticas de Colombia como el narcotráfico, los sicarios, la corrupción, el sida, etc. Asimismo, estas se retratan en toda Latinoamérica que no está exenta de conflictos similares como: la cesantía, marginación, pobreza, analfabetismo, etc. Ya lo señala Vallejo en su documental, al referirse al colombiano estigmatizado en un aeropuerto internacional: “no los quieren porque se le asocia con la coca, los secuestros, la muerte y las desapariciones, entre otros”. “Dios no existe y si existe es un cerdo y Colombia un matadero” (Vallejo 3). Ello se refleja en el resto de Latinoamérica que siempre está marcada por el peso de todas las llagas que la identifican como tal, en desmedro de sus cualidades que le ayudan a reformular su identidad identificada con todos los males mencionados.

Este cuerpo debilitado está hambriento de placer y posee una sexualidad bullente que es típica del carácter del Latinoamericano. No obstante, no debemos olvidar que la noción de la función de cuerpo en Chile y el resto de Latinoamérica a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX era evidentemente reproductiva por ello la mujer sólo era un instrumento fecundador lo que significaba una vida miserable e indigna debido al alto número de hijos que no podían mantener:
Asinada en cada una de aquellas cuevas vivía una familia entera, por lo jeneral bastante numerosa, los vicios del padre constituyeron la primera escuela de los hijos, quienes amamantándose desde que nacen de la corrupción i el escándalo, llega a ser su alimento, su modo de ser ordinario. Allí no existen, no pueden existir ni el pudor ni la decencia (Salazar 76).

Ello implica que la noción de cuerpo como vía de placer inagotable es un concepto acuñado en la sociedad actual y por ello, las variantes de este placer carnal han sido expuestas abiertamente hace unos pocos años; si bien hace mucho tiempo los practica la humanidad. Esto trae consigo consecuencias evidentes como la relación entre cuerpo como fuente de placer con el “castigo divino” asociado a la enfermedad del Sida; tal como se le denominó por diferentes autoridades eclesiásticas sobre todo por las costumbres liberales relacionadas con la homosexualidad, lesbianismo, entre otros, lo cual se percibe desde una mirada hegemónica que no acepta estas prácticas:

El SIDA continúa suscitando una serie de asociaciones, que incluyen tanto determinadas preferencias y prácticas sexuales como un cierto estilo de vida, vinculado al descuido y la irresponsabilidad, así como, eventualmente, a la autorresponsabilidad. En consecuencia, esta patología aún permanece relacionada a ciertos tabúes sociales así como al cuestionamiento de determinadas normas que rigen la convivencia entre los seres humanos (Kottow 248).

Sin embargo, desde otro punto de vista el sexo para el cuerpo posee una función liberadora porque le permite completarse con la pareja y alcanzar su máxima expresión. Un ejemplo de estas dos formas de plantear el cuerpo, se aprecia en las dos obras mencionadas, en El desbarrancadero: “Esa marihuana es bendita, ¿o no, Darío ¿¡Claro que lo era, por ella estaba vivo! El sida le quitaba el apetito, pero la marihuana se lo volvía a dar” (Vallejo 7)

Volví cuando me avisaron que Darío, mi hermano, el primero de la infinidad que tuve, se estaba muriendo, no se sabía de qué. De esa enfermedad, hombre, de maricas que es la moda, del modelito que hoy se estila y que los pone a andar por las calles como cadáveres, como fantasmas translúcidos impulsados por la luz que mueve a las mariposas (Vallejo 3).

El autor expone (en forma autobiográfica) la forma terrible del Sida que atrapa los cuerpos, los succiona y ya no queda ningún rasgo de la dignidad de la persona, sino que más bien se va consumiendo de a poco hasta caer y de esta manera se puede retratar el cuerpo de Latinoamérica que ha sido víctima de esta enfermedad; lo que implica perder parte de su identidad para convertirse en un cadáver que es uno de los estereotipos conservado en estos días. Además, este organismo es un cuerpo doliente que ha sido torturado, masacrado y amenazado en sus propias raíces debido a todas las dictaduras y crisis socio-políticas vividas en sus territorios. De acuerdo a ello, Vallejo expone de Colombia lo mismo que se refleja en Latinoamérica: “La patria que nos cupo en suerte, que les cupo en suerte es un país en bancarrota, unas pobres ruinas de lo poco que antes fue, miles de secuestrados, miles de asesinados, millones de desempleados, millones de exiliados, millones de desplazados, el campo en ruinas, la industria en ruinas (…)” Esta descripción implica el daño provocado a este cuerpo territorial devastado por diferentes enfermedades de la sociedad contemporánea que lo coartan en su dignidad y constituyen diferentes llagas en su identidad como nación.

Por otro lado, las formas de placer carnal también son retratadas en La virgen de los sicarios, representado en el amor que siente Vallejo por uno de los muchachos que es un sicario y justamente retrata un tipo de amor que ha sido continuamente denigrado por el poder hegemónico al catalogarse de pecaminoso porque atenta contra las normas establecidas socialmente: “Todo lo tuyo es mío corazón hasta mis papeles de identidad” (Vallejo 17). De ello se infiere, que este amor también constituye un placer culpable del cual se apropia el poder hegemónico para señalar lo debido y lo inadecuado, en relación al cuerpo que es parte de nuestra intimidad. Se advierte que el hombre Latinoamericano no es dueño ni siquiera de su cuerpo para decidir sus acciones sobre él, tampoco sería dueño del territorio sobre el que otros legislan y usurpan para ejercer diferentes maneras coercitivas y de empoderamiento que lo restringen hasta el punto de matar su propia identidad; así como el anhelo de los ciudadanos de ejercer el derecho sobre sus tierras y la forma más adecuada de resolver los conflictos.

Referencias bibliográficas

La desazón suprema. Retrato incesante de Fernando Vallejo, Luis Ospina (2003).

Kottow, Andrea. “El SIDA en la literatura latinoamericana: prácticas discursivas e imaginarios identitarios”, Aisthesis, nº 47, 2010.

Salazar, Gabriel. Ser niño «huacho» en la historia de Chile (siglo XIX). Santiago: Ediciones LOM, 2006.

Vallejo, Fernando. El desbarrancadero. Madrid, Alfaguara, 2001.

Vallejo, Fernando. La virgen de los sicarios. Santiago, Punto de Lectura, 2012.