Por Andrea Bowen

El año 2017 la escritora Alejandra Basualto realizó un taller con alumnas del liceo Paula Jaraquemada de Recoleta, en el marco del programa Letras en el aula, organizado en conjunto por Letras de Chile y el municipio de esa comuna, con apoyo del Fondo Nacional del Libro y la Lectura. Publicamos una selección de los trabajos de las integrantes del taller del año pasado, como forma de difundir las obras de estas incipientes escritoras.

La literatura

Es tan natural
como la hierba crece,
sin ningún esfuerzo,
sólo sucede.

La hierba
es igual
a la literatura.
Ella sólo nace
en el núcleo de mis células
y me transporta
a lugares desconocidos,
mágicos,
indefinidos.

La literatura crea música
sin necesidad de sonido;
ella crea cuadros pintados
con trazos sutiles
que, inevitablemente,
no me dejan indiferente
ante ella.

Es capaz de dibujar
magistrales cielos,
llenos de estrellas,
llenos de melancolía
y tristeza.
Acompañados
de tormentas
angustiantes,
trágicas, dolorosas,
llenas de sabiduría.
La literatura no es literatura,
es hechizo, es belleza,
es el mundo que tú creas
a través de letras.

La literatura
es lo que soy,
lo que eres,
lo que somos.

El amor y la muerte

Abrazo un cuerpo inerte
plagado de químicos, insectos y tierra.
Lo he desenterrado
luego
de un largo tiempo
de no haberlo pensado,
y, ahora,
con el esqueleto casi a la vista,
lloro en su tumba,
desconsolada,
porque
no hay nada que se pueda hacer
con el cuerpo
cuando el alma es la que se extraña.

 

Perderse a través del tiempo

Es mejor perderse
en el verdoso arbolaje
de tu mirada cómplice.
Ser vista por todas tus hojas
inyectadas en clorofila.
Saber que cuando la angustia asalta
tus amables abejas vienen
a extraer el polen de la tristeza.
Observar tus ojos
en los instantes de euforia,
en los cuales estos se proclaman
dueños de las estrellas.

Diluir las preocupaciones
en el profundo lago del olvido
y, en cambio,
jugar contigo a que somos místicos,
misteriosos,
indefinidos.
Sólo somos dos individuos corriendo
a través del tiempo.

 

Un texto dirigido a una mujer extraordinaria

Tu cabello danzarín al ritmo del viento,
es un objeto digno de admirar.
Con esa vitalidad
posicionada en los matices de aquel color natural
que sólo tú sabes lucir.
A más de uno dejas hipnotizado con tal espectáculo.
Sin embargo, no lo notas. No te das cuenta
de cuanto lío causas en el corazón de los demás.
Así eres, tan tranquila y pacífica
como la brisa veraniega.
Parecida a la primavera,
extiendes tus pétalos derramando
belleza, naturalidad y seguridad.

MICROCUENTOS

La belleza de la muerte

Abrió de par en par los arbustos. Sus ojos se iluminaron cuando vio algo sobre ellos: era una mariposa con una anatomía que simulaba un retrato dibujado en acuarela. Pero antes de ilusionarse con que había algo vivo además de él, se dio cuenta de que estaba muerta.

Efímero

Pronto el dolor cesó. Ya no había más sufrimiento. Sólo el calor de la luz tan intensa estaba abrasándolo de lleno. Por fin descansaría.

Luces callejeras

Las luces de las calles se apagan, mientras decido no caminar más.

Segundos antes

Escucho risas. Suenan como si sus dueños estuvieran en el mismísimo paraíso. Toda la estancia está inundada en un cúmulo de sensaciones que me inflan el pecho de alegría.

Las hadas hacen una danza con sus risas, contagiándome con su atrapante magia. Los árboles dibujan arte con las siluetas de sus ramas rompiendo el cielo en diminutas fracciones, haciendo un conjunto majestuoso con los ríos, los cuales tienen el agua más cristalina que haya podido ver alguna vez.

La pequeña niña que hay en mi interior salta de la emoción, ansiosa por unirse al panorama. Pero no puedo obedecerle porque una sensación de pesadez me embarga el cuerpo. La facilidad que tenía de tocar las nubes con la punta de mis dedos ha desaparecido. Y pronto la angustia se abre paso en mi sistema cuando intento, incontables veces, poder despegar mi vuelo totalmente fallido.

Entonces, de un momento a otro, la estancia ya no posee un cielo con matices pasteles, tampoco los ríos se acuestan sobre el pasto ni los árboles crean arte con su anatomía. Ahora, todo se ha convertido en una tormenta carmesí caliente, que brota en gran cantidad fuera de mi cuerpo a una velocidad alarmante, y sólo puedo pensar en lo hermosa que me veía siendo un hada…

No se trata de la realidad

Ella me mira. Sus ojos me inyectan confusión pero, a la vez, noto cómo me examina de pies a cabeza sin siquiera mover sus pupilas. Se queda eternos segundos así, analizándome, reduciendo mi tamaño ante su mirada implacable. De pronto, hace un ligero movimiento de cabeza con tanta gracia, que me veo hipnotizada por el modo cómo su mandíbula hace un equipo perfecto con su cuello verdoso. Una de sus manos escamosas emprende un viaje en busca de mi cabello pero, en ese instante, siento algo firme rozar mis pies, y luego veo millones de ellas haciendo sonidos tan melodiosos que por un momento creo perder el control sobre mí misma.

—Sara, tómate tus pastillas. No te lo volveré a decir.

Me regaña mi madre una vez más en el día, pero sólo me limito a cruzar mis manos sobre mi regazo y sumergirme con las sirenas.

Mi verdadero yo

El viento chocaba contra sus alas. Los dos parecían estar de acuerdo, como si pudieran entablar una conversación en medio del silencio. Como si los dos no necesitaran más que tocarse para sentirse en comunicación. Sólo eran el búho y el viento, bailando en un limbo de sensaciones ligeras como el papel. Al ave le gustaba estar así y más aún cuando esas mismas sensaciones se presentaban raramente. Él prefería detenerse a observar el más ínfimo detalle de cada hoja, de cada flor, de cada mariposa que revoloteaba alrededor. Y mientras que el resto del mundo se movía con la velocidad de una estrella fugaz, él sólo decidía deleitarse con la suave sensación de estar tranquilo en el mismo sitio, con su fiel y enigmática compañera, la luna, adornando la noche.

Pocas eran las cosas que lo hacían sentirse libre, y entre ellas estaba el bosque, aún mejor si era en el turno nocturno. Había algo entre el montón de árboles juntos que lo hacía preguntarse a sí mismo «¿por qué no había venido aquí antes?» Era como si una parte de él hubiese estado escondida ahí toda su vida y él a penas la hubiese encontrado. Todas sus interrogantes, todas sus inquietudes, todas sus culpas, perdían la importancia que la civilización le daba, al contemplar uno de esos imponentes y hermosos árboles. Se sentía en paz, y para él eso era felicidad.

Mi abuela

Ella nunca había sido una madre ejemplar y, además, toda su vida había sido innecesariamente dolorosa. Muchos golpes había recibido su corazón y el dolor se había extendido hasta sus huesos, haciéndole imposible a cualquier cirujano reparar las múltiples fracturas y desgarres en su cuerpo.

Ya era tarde. Pero el tiempo no se detiene ni siquiera para los enfermos. Así que la mujer tuvo numerosos hijos, los cuales más tarde le darían nietos. Nietos escandalosos, revoltosos, desobedientes. Y por estos rasgos dominantes de los niños, la señora era quisquillosa a la hora de cuidarlos: los mandaba a todos -los que estuvieran- a sentarse en el sofá de la sala del apartamento en dónde vivía desde hacía muchísimos años, y para entretenerlos les encendía la televisión y dejaba puesto cualquier canal, que era de todo menos entretenido.

Los niños querían siempre cambiar el canal, pero era casi misión imposible hacerlo sin que la abuela comenzara a regañarlos: “¡no cambien el canal que se puede dañar eso y el dinero sus madres no me lo regalan!”. Esta clase de palabras era lo que su boca soltaba a menudo, sin embargo, los niños, lejos de sentirse dolidos, sólo trataban de reprimir sus risas en un intento terriblemente fallido.

Había tardes que parecían nunca iban a terminar. La señora hablando y quejándose de todos los dolores que aparecían día tras día. Sus nietos sólo se miraban entre sí con expresión de fastidio, seguro deseando nunca haber nacido. Para colmo, las niñas más grandes eran sometidas a tejer… ¡A tejer! Esto incluía una técnica que te hacía doler la cabeza. Las niñas nunca aprendieron, por supuesto, así que la abuela se rindió, un poco tarde, pero lo hizo.
Sin embargo, y dejando de lado lo fastidiosa que podía llegar a ser, la señora les tenía un inmenso cariño, el cual quedaba grabado en cada café matutino, en cada malta, en cada tequeño, en cada macarronada, y -aunque parezca ridículo- en cada gorrito que les tejía.

 

Mikhail

El sol brillaba con la suficiente intensidad como para hacer que gotas de sudor recorrieran mi frente, humedeciendo los cabellos rebeldes que se habían salido de mi enmarañada trenza. Me encontraba rodeada del espesor de los árboles encandilados por los rayos solares que, a la vez, formaban un frondoso bosque alrededor de la diminuta cabaña en donde había pasado más noches de las que recordaba.

Estaba completamente sumergida en los preciosos textos de Sam, en cómo describía a Bess y a Mikhail, envueltos en una historia trágica pero terriblemente romántica. Tenía que confesarlo, me había enamorado del demonio de los ojos grises con sólo leer los primeros capítulos.

Mi boca se sentía seca y decidí levantarme del pasto y entrar hacia la cabaña para ir por un vaso con agua, pero justo en ese momento mis oídos captaron un sonido extraño; al principio era muy débil como para ser sonido, pero luego fue tomando forma de murmullo. Un escalofrío recorrió mi médula espinal cuando me percaté de un detalle: no parecía un ruido proveniente de algún pájaro, ni siquiera parecía un ruido proveniente de algo natural; era algo que nunca antes había escuchado.

Entonces, ahí ocurrió.

Una, dos, tres, cuatro y otra cantidad de voces que no logré contar, comenzaron a salir de entre los árboles. Podía sentir -aunque no las viera- cómo ellas se deslizaban lentamente por el pasto y se acercaban a mí, seguras de sí mismas, como si pudieran saborear el miedo que hacía palidecer mi rostro. Ya estaban tan cerca que todas en conjunto se escuchaban fuerte y podía distinguir que eran masculinas. Además, parecían estar cargadas de una furia inefable ya que las desconocidas palabras que soltaban, eran como si las escupieran.
De un momento a otro, sentí cómo mis hombros los apretaban fuertemente y ya me encontraba en el suelo. Una imagen ante mí hizo que soltara un grito fundido en el terror más puro.

Era él, era el demonio de los ojos grises, era Mikhail. Sus gigantescas alas similares a las de un murciélago lo hacían ver amenazante y la mirada cargada de perversión que me dirigía había hecho que mis latidos salieran disparados a una velocidad descontrolada. Estaba petrificada sin poder creer lo que mis ojos veían, cuando luego sus manos atraparon mis tobillos con tanta fuerza que me lastimaba; comenzó a arrastrarme hacia una dirección que desconocía. Yo daba gritos hasta sentir cómo mi garganta ardía, pero era inútil, estaba sola con un demonio. Pronto ocurrió algo que me alarmó: mis zapatos comenzaron a mojarse, y rápidamente mis ropas también, hasta que sentí cómo el agua inundaba mis fosas nasales, a la vez que la angustia se apoderaba de todo mi sistema. Trataba de agarrar un oxígeno inexistente en un intento fallido, pero ya era demasiado tarde, varios puntos negros se pigmentaron en mi campo de visión y todo se volvió negro…

Era un día soleado. Los rayos del sol daban de lleno contra mi rostro, impidiéndome ver algo más allá de entre mis pestañas; el calor ya era realmente insoportable aún con las ligeras ropas que tenía encima; y una incesante voz en mi cabeza se quejaba varias veces y me exigía hacer algo para refrescarme.

Estaba a punto de entrar a mi casa cuando una voz ronca y profunda pronuncia lentamente mi nombre. Yo volteo bruscamente hacia atrás encontrándome con el vacío. Me quedé unos instantes inspeccionando la estancia arbolada que rodeaba la pequeña cabaña en donde vivía hace tres meses, sin embargo por más que observé atentamente cada detalle, no logré encontrar nada. Le resté importancia al asunto y luego, una idea atravesó mi mente: cerca de ahí había un pequeño lago donde podría sobrevivir al calor, por lo menos, el resto de la tarde.

Sin ni siquiera una toalla, me dirigí hacia lo que parecía ser la solución a todos mis problemas. Entonces, ahí ocurrió. Comenzó como un murmullo débil, casi imperceptible y luego todo el caos se desató en mi cabeza. Las voces masculinas eran feroces, parecían tener una rabia contenida en cada palabra que pronunciaban -desconocidas a mi idioma-. Eran imponentes, casi podía asegurar que creían ser dueñas de mi mente.

De un momento a otro, unas manos firmes arrastraron mis pies hasta la orilla del lago y luego sentí cómo el agua mojaba mis zapatos, rápidamente ascendía empapando mis ropas y, por último, mis fosas nasales se inundaban con el líquido, a la vez que la angustia se apoderaba de todo mi sistema. Trataba de agarrar un oxígeno inexistente en un intento fallido, luego varios puntos negros se pigmentaron en mi campo de visión y todo se volvió negro…