Microcuentos de Luis Ignacio Muñoz

Por Luis Ignacio Muñoz

ALGUIEN QUE BAJA LAS ESCALERAS

Tanta serenidad se veía en las piernas de la mujer bajando las escaleras del edificio. Tanta perfección en los muslos torneados como si alguien los hubiera tallado en fina madera, líneas curvas que alborotaban la respiración con solo oír sus pasos. Una leve penumbra enunciaba aquella visión hasta el talle. Ropas negras y un taconeo sobre baldosas semejaban el poder embriagante del vino. La espié tantas veces hasta que se perdía en la puerta de uno de los apartamentos y otras cuantas esperé con la ansiedad de un enamorado en la penumbra del pasillo semejante a un fantasma. Parecía que mi destino estaba dispuesto desde aquella posición a ver sus dos piernas bajar escaleras, medio ocultas en sus faldas provocadoras y el incesante taconeo en una especie de danza de tambores remotos. Tantas tardes de espera hasta la vez que la seguí hasta la puerta de uno de los apartamentos y me quedé paralizado. Era cierto el comentario de los vecinos del edificio: la otra mitad del cuerpo de la bruja no estaba en casa.

GENESIS

Algo parecido a un golpe que no hiere pero que lo sacudió como una revelación en medio de los árboles gigantes que recién brotaban como yemas vegetales en medio de un incisivo relámpago hizo que Adán se repitiera con insistencia semejante al despertar de un letargo de mil años ¿Quién soy? Y caminó por el campo invadido por el canto de millones de aves que coloreaban los arboles atardecidos. Caminó horas por entre el musgo verdoso con su justo asombro a cada aparición ante sus agrandados ojos. Vio el parto inesperado de las bestias gigantes y oyó el rugido de las fieras capaz de estremecer la frondosa manigua.

Al salir a una llanura tan amplia como el horizonte, lo cubrió una lluvia veloz e intermitente y las entrañas del mundo vibraron con el trueno. Esperó no supo cuánto. Hasta que el sol llegó a sustituir las largas goteras y el nuevo asombro de los colores del arcoíris se filtró en sus sentidos como una nueva emoción que lo hacía querer abrazar esa lejana bóveda de colores. Entonces la gran planicie se pobló de charcos color de plata con su brillo metálico. Y a todos cuantos se acercaba y estiraba sus manos, otras manos desde el fondo emergían con la misma rapidez. La imagen suya, reflejándose en el agua, sus brazos, sus piernas, su cuerpo; pero el rostro no era el suyo.  Ni lo profundo de su mirada ni la sensualidad de sus facciones podían ser su cara. Era ella, lo confirmó en el instante de un nuevo relámpago que hirió la calma de las aguas. Eva que emergía ante él al instante de verse a sí mismo.

LA CITA

Era el último recorrido por las calles de siempre. Miró de una manera más detenida el centro de la ciudad como si acabara de descubrir algo irreal en sus edificios. Algo le hizo caer en cuenta que llevaba años sin mirar nada, como si solo caminara mirando el rostro de los miles de peatones diarios.

 En ese momento se percató de la vejez de algunas edificaciones sobrevivientes al paso de la modernidad, con sus fachadas deslucidas y su pintura en ruinas. Recordaba haber visto algunos avisos publicitarios de refrescos con su color original y su impacto visual en la distancia. Pero acababa de ver un cambio en las calles y en la arquitectura y hasta en las caras de las personas que siempre vio como una repetición de rostros.

 Era como una luz repentina pronta a apagarse cuando cayeron las sombras y la ciudad se iluminara. Hubo entonces una honda melancolía capaz de confundirlo un poco pero ya todo estaba decidido para terminar su recorrido y cumplir su cita inevitable, decidida y expectante con la muerte.

MARGOT EN EL ESPEJO

En un sueño me bebí el café de Margot, mientras ella se miraba al espejo con su blanca espada desnuda frente a mí y su cabello mal recogido en la nuca. Me lo bebí a sorbos cortos. Ella seguía mirándose la cara en el espejo como muda. De pronto alguien abre la puerta en silencio, entra y nos mira. Me da temor su desnudez, me semeja una figura de yeso y trato de cubrirla. El visitante vuelve a salir sin decir nada ni hace ruido.

Ya despiertos, ella me mira con disgusto y no disimula su enojo. Cree que de verdad me tomé su café.

COMO PRUEBA DE GRATITUD

De común acuerdo decidieron abrirle la jaula a la joven torcaza (Juan la había atrapado muy pequeña en el monte cercano) Y al quedar libre emprendió vuelo hacia las ramas de los eucaliptos y desapareció. Los dos sintieron un extraño y enorme alivio porque algo del dolor del encierro se les contagiaba al mirarla todos los días. Desde entonces venía a visitar la casa y pasaba horas en los eucaliptos y las acacias. Hasta el día que los hombres armados vinieron una mañana a decirles que tenían que irse de aquella tierra que ya no les pertenecería más, no llevaron más que la ropa puesta y el deseo de irse lejos. Cuando la casa quedó sola y poco a poco fue quedando en ruinas, aún venía la vieja torcaza en las horas tranquilas a quedarse largo rato sobre el tejado roto y los adobes descascarados como si albergara un deseo secreto en cada visita.

REENCUENTRO

La viuda me reconoció en plena ceremonia. Al principio su cara contraída y contrariada parecía negar, después se quedó quieta como una piedra gigante. Cómo iba a explicarse mi presencia allí, seis meses después para alborotar su nuevo matrimonio si estaba convencida de que su primer esposo yacía debajo de toneladas de tierra.

EL NUEVO DECRETO QUE NOS RIGE

Desde entonces el peligro se hizo constante todos los días y a toda hora. Ya ni ganas daban de demorarse en las calles porque el miedo se hacía cada vez más evidente en los rostros y en cada movimiento brusco y agresivo que generaba ese temor obsesivo. No era para para menos porque en realidad el peligro aumentaba a cada instante del día o de la noche.

Y no era para menos con el nuevo decreto del gobierno aun oloroso a tinta fresca y papel caliente. El contenido era muy claro y contundente: se le había dado la libertad incondicional y sin excepción a todos los presos de las cárceles del país.

SUEÑO PARLAMENTARIO

El congresista que se durmió en plena conferencia empezó a roncar tan fuerte que sin querer y como lo hacía cada vez más con intensidad empezó a despertar a los demás legisladores dormidos.

UN HOMBRE SINGULAR

Ella siempre se enteró de todas y cada una de sus andanzas. Supo de las tres amantes en periodos diferentes de su vida y aunque siempre se lo reclamó, él no podía negar su asombro y a la vez cierta admiración por ella y su capacidad para averiguar cosas tan bien guardadas. Nunca supo cómo elle lograba descubrirlo. Así pasaron los años.

Tu abuelo era muy singular –me decía años después–: contaba dormido todo lo que hacía despierto.

EL UNIFORME DE ISABEL

Estaba en la cocina cuando mi hija entró, saludo apenas al pasar apresurada por el corredor y se encerró en su habitación.  Unos minutos después golpearon en la puerta y le abrí a la señora que venía con la niña de apenas unos cuatro años, tomada de la mano que no paraba de llorar.

–Señora, es que su hija le acaba de pegar a la mía en la salida del colegio, mire como la dejó—y me di cuenta que había botado sangre por la boca y la nariz, tuve la impresión.

–Isabel—la llamé y acudió más rápido de lo que me imaginé— ¿le pegaste a esta niña? ¿Sí o no fuiste?

–No, yo no fui.

–¿Tú le pegaste?— volví a insistir en un tono más drástico y vi que se sonrojaba un poco.

–No, mamá.

Pero fue en ese momento que la madre de la niña acabó por darle un giro inesperado a la situación.

–Señora, perdóneme la equivocación, la niña que la golpeó tenía uniforme del colegio y su hija no lo tiene.

Los Olvidados

En las bolsas de basura abandonadas en el caño, los muñecos abandonados y mutilados, con dolor y esfuerzo han logrado hacer salir, en un angustiado gesto de auxilio, pedazos de piernas, nalgas rotas y hombros sin brazos. Hay alrededor suyos regueros de suciedad y soledad. Su grito, aunque fuerte y dolorido no lo escuchan los despistados peatones cuando van por la calle.

LAS MANOS DE MI GENERAL

Mi general ha dicho que seré el nuevo jardinero, y esto, que a muchos de mis amigos les hace sentir envidia, a mí no me enorgullece. Me dice que colecciona guantes de todas las marcas y de todos los lugares del mundo. A pesar de ser ahora un jubilado conserva ciertas arrogancias del poder. Y cierto toque de aristocracia que pareciera llegar con los años.

Cerca de la quinta hay un inmenso bosque de eucaliptos y mi general lo recorre todos los días apenas sale el sol y el cielo empieza a ponerse azul. Camina durante largas horas con la cara levantada mirando hacia el techo del bosque que da una tonalidad especial entre las ramas y el color del cielo.

A veces –muy pocas–, no lleva los guantes puestos, pero no saca las manos de los bolsillos y menos cuando alguien está cerca. Muy pocos nos hemos enterado de que no lo hace para que no podamos ver sus manos teñidas de rojo indeleble.

COSAS DE NIÑOS

Me quedé unos instantes en la calle mirando a los niños correr en plena algarabía. Llevaban un pájaro herido al estrellarse contra el panorámico de un Renault 12. Eso dijeron mientras corrían en busca de agua, golpeaban en las puertas de las casas y algunos lloraban al ver que no podrían hacer nada para salvarlo.

–Qué sensibilidad tan extraordinaria de estos niños—me dijo la joven profesora que ese día iniciaba labores.

–Sí, me impresiona—le dije, y le empecé a referir cómo ayer le habían roto la cabeza a golpes al niños de otro curso que no les quiso entregar un balón que había traído de su casa.

NI TE CASES NI TE EMBARQUES

Decidió hacer las dos cosas a la vez un martes para probar que tal le iría el resto de su vida. Se casó ese día por la mañana y en la tarde se embarcó en un crucero. No murió en el naufragio. Se ahogó un año después en una piscina.

UNA DEMOCRACIA

La demora fue bajar del bus para reordenar sus pensamientos y sus huesos que creía desvertebrados. Sentía que le faltaban fuerzas para gritar algún insulto o dar un portazo. Estaba magullado, deprimido. Desde ese momento pensó en la democracia. Y algo repentino y revelador se le cruzó por la mente. Podría existir democracia y cumplirse con toda perfección en los autobuses: pagaba lo mismo los que iban sentados y los que iban de pie.

LOS ZAPATOS NUEVOS

Que agradable sentía el calor en los pies al empezar a caminar con los zapatos nuevos. Una deliciosa comodidad a cada paso. Todo era caminar y sentir esa nueva y estupenda frescura en las pisadas a medida que avanzaba cada metro.

En eso llevaba ya más de una hora disfrutando aquel agrado cuando el aluvión de agua, gajos de árboles y lodo lo obligó a correr y sentir el agua helada y sucia ascendiendo con prisa hacia sus rodillas.

Luis Ignacio Muñoz

Escritor de cuento y microrrelato y algunos intentos en la poesía. Textos publicados en las revistas colombianas Maguaré, Trans-Fugas, Hojas sueltas; varias antologías regionales y en las reconocidas revistas especializadas en Narrativa Breve Brevilla, e-Kuóreo y Piedra y Nido, 2018. Libros publicados: Reloj de Aire 2006, Cuentos para rato, 2014, Inocencia de la noche, 2016.Premio departamental de narrativas, Cundinamarca, 2016. También se ha desempeñado en la docencia como tallerista en el campo de la literatura infantil y escrituras creativas en varios municipios de la zona centro cercanos a Bogotá.