Por Constanza Liberona
El año 2017 la escritora Alejandra Basualto realizó un taller con alumnas del liceo Paula Jaraquemada de Recoleta, en el marco del programa Letras en el aula, organizado en conjunto por Letras de Chile y el municipio de esa comuna, con apoyo del Fondo Nacional del Libro y la Lectura. Publicamos una selección de los trabajos de las integrantes del taller del año pasado, como forma de difundir las obras de estas incipientes escritoras.
14:47
Huecos de entendimiento
por falta de sabiduría
Huecos de alma
por falta de ideales
¡Huecos de corazón
por falta de ti!
¿de ti?
Huecos de corazón
por falta de amor propio
17:17
Me encuentro con los ojos cerrados en una plaza vacía, pero aún así escucho niños jugando y corriendo.
¿Será que el vacío está en mí?
10:40
Deberías darle el veneno
con miel
para que cuando se dé cuenta
ya sea
demasiado
tarde
13/06/2017
Perdón
por querer a otros más que a mí misma
por enamorarme de las espinas y no de los coloridos pétalos de la flor
Perdón
por no comerme la comida
por miedo a las cucharas
por miedo a que se caiga
por miedo
Perdón
14/06/2017
Me abrasas
cuando me abrazas
con tus brazos
llenos de fuego, amor
y brasas
MI MUSA
Fui a la montaña a buscar a mi musa, que fuese tan ligera que al caer en mis brazos se convirtiera en agua.
Pero tengan cuidado, que si se fijan, se pueden perder en las constelaciones de marfil que hay bajo sus ojos, que siempre nievan, tan fríos de tormentos.
Estará ella junto a mí acurrucada bajo la tranquilidad de mis caricias. ¡Despertaste! Te has dado cuenta que perder la cabeza no es un problema, dices que podrías ser capaz de morir en mis labios, tranquila, que yo ya me he perdido en ti, y morir no sería nada nuevo.
EL MONO DAMIR
El Mono Damir es mi tío abuelo. Yo siempre le he dicho tata y el a mí me llama Conita. La verdad es que he vivido más con él que con mi papá, en el segundo piso de una casa en el cerro, junto mi mamita Rosa, la bisabuela de las historias del internado de monjas, y por supuesto, mi madre.
Me regaló mi primera mascota, una coneja gris a la que llamé Antonia. Se comía los cables del computador y de la plancha de mi bisabuela; creo que por eso ella no la quería mucho. Mi tata también me escondió los motivos para llorar: cuando la coneja se murió, me dijo que se había ido al campo con su pololo. La verdad, en ese momento me sentí feliz y pensé: Está tan grande, ya tiene pololo y se va de la casa. También me regaló un pato. Recuerdo que llegué del colegio y me dijo que me tenía un regalo. Lo vi y no sabía qué era, creía que era un cisne o un pollo; no tenía ni idea de aves, luego lo fui a tocar y el estúpido pato me graznó la mano.
Pero no sólo me dio mis primeras mascotas, me regaló todos los lindos recuerdos de mi infancia: los fines de semana me llevaba al parque a saltar en la cama elástica o columpiarme, también al río; una vez me metí y la corriente simplemente me llevó, al instante él se metió al agua y me rescató a mí y al perrito de juguete que me acompañaba. También me llevaba de excursión al cerro, me enseñaba los insectos y los árboles y también cómo sobrevivir, por si a él se lo llevaba el lobo feroz.
Cuando lo veo, puedo entenderme a mí misma, como mis gustos musicales o el hecho de por qué soy tan impaciente, y hasta, a veces, intolerante. Le conté eso el otro día, y me dijo que no está bien ser así, y a la gente así hay que matarla.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.