
Reflejos. Antología de cuentos del Taller La Trastienda, que dirige Alejandra Basualto.
Editorial La Trastienda, 134 páginas.
Por Antonio Rojas Gómez
Leer una antología de aprendices de escritores es como ver un partido de fútbol Sub 20. Hay jugadores buenos y otros no tanto; algunos son promesas ciertas; otros, ya se advierten como realidades que podrían brillar en las grandes ligas. Por cierto, el conjunto es desigual, pero se nota la mano del director técnico, y debemos reconocer que Alejandra Basualto tiene a sus muchachos bien entrenados y ha conseguido que dominen aspectos técnicos esenciales del arte narrativo. En este volumen se encuentran cuentos buenos, pero incluso aquellos que no lo son están escritos con corrección.
Algunos autores, en la página en que se presentan a sí mismos, reconocen su condición de aficionados, que no esperan superar. Escriben para su satisfacción personal, para dar cauce a las vivencias que se aglutinan en su interior, desde la niñez en algunos casos, y que terminan por hacer explosión, en el sentido de manifestación brusca de ciertas emociones. Pero estas explosiones liberan energía, luz y calor, que alcanza al lector si están bien orientadas, aun cuando no envuelvan grandes aspiraciones. Todo el mundo puede escribir, hay muchos talleres que ayudan a hacerlo correctamente.
El talento es otra cosa. Pero el talento también hay que cultivarlo para evitar que se marchite.
Asomos de talento encontramos en “Estación República”, de Lucía Marín Navarro (Pág. 44), que trata de dos niños abandonados por su padre cuarenta años atrás. En “La verdadera historia de Elvis” (Pág. 96), de Pamela Román Cárcamo, quien presenta al sorprendente doble chileno del ídolo del rock. También en una historia de ciencia ficción, “Metro a Marte” (Pág. 120), de James George Serviour, quien tiene la particularidad de escribir en inglés, su lengua madre. Pero los otros cuentos de estos autores decaen, no han alcanzado aún un nivel parejo de excelencia.
Se advierte mayor maduración literaria en Sergio Espinoza Reyes, autor de “Don Armando” (Pág. 69), una historia de amor entre un hombre maduro y una adolescente, enfocada desde una perspectiva muy diferente a la que utilizó Navokov en “Lolita”. También en María Soledad Romo López, con su “Negro José” (Pág. 112), un obrero introvertido que trae reminiscencias de los personajes campesinos de Rafael Maluenda. Y en Gonzalo Robles Fantini (Pág. 75), quien muestra más dominio en el tratamiento de los personajes, desde una lavadora de tazas en un café de poca monta, a un profesor de filosofía angustiado por la imagen de su padre desdeñoso, y a las frustraciones de un treintañero enamorado.
Acompañan a estos puntos más altos Elba Contreras Guzmán, Emilio Contreras Guzmán e Ivette Lataillade Meza. Nueve escritores en ciernes a los que deseamos perseverancia y fortuna.
Publicado en Revista Occidente, mayo de 2018
¿Cuándo una entrevista al escritor?