“La vida repentina”, Eugenio Mandrini

Macedonia Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2014, 108 pp.

Por Diego Muñoz Valenzuela

El poeta y microficcionista bonaerense Eugenio Mandrini es un escritor de notable envergadura. A pesar de sus publicaciones, premios y profusa inclusión en antologías, resulta ser menos reconocido de lo que debiera ser. Así ocurre, con excesiva frecuencia, en el veleidoso mundo literario. Es preciso señalar su obra dentro del género narrativo brevísimo como imprescindible a la hora de considerar la construcción de un panorama del mundo hispanoamericano.

Además de su obra poética, en microficción ha publicado: Criaturas de los bosques de papel” (1987), “Las otras criaturas” (España, 2014) y la colección objeto de esta reseña. Sus libros de poemas son “Antes que el viento se apague” (1989),Campo de apariciones” (1993), “Párpados para el ojo que sale de mí” (1999), “Conejos en la nieve” (2009), “Con voz de perro lunar” (2014). Obtuvo, entre otras distinciones, el Primer Premio Municipal de Poesía (2008/2009).

La frontera entre microficción y poesía está claramente representada en la obra de Mandrini, quien juega en los mismos bordes. Eso se expresa -más que en el lenguaje cuidado y expresivo- en el sentido de las narraciones breves, ocupen estas breves líneas (el caso del primer texto incluido en esta reseña), como en aquellas que exceden las dos páginas (un límite inaceptable para algunos estudiosos, severidad que no comparto pues para adscribir un texto a la categoría de la microficción considero más importante la concisión que la brevedad).

Lo fantástico constituye la materia del fugaz texto que sigue, junto con una ironía simpática (que parte desde el mismo título) y una metáfora tan deliciosa como simple.

Fantasma tradicional

En mitad de la noche, la sábana se despertó y salió a trabajar.

La segunda minificción podría inscribirse como parte del silabario de un ácrata consumado. Iconoclasta, rebelde, sorpresivo, complejo relato. Conspira contra todo lo probable y lo aceptable. Lo usual o lo normal quedan abolidos dentro de la narración, desde el propio discurso de ambos personajes. El título -como en el primer texto- vaya si significa, y forma parte fundamental, estructurante, de la microficción.

Cuento del lunes enloquecido

-He venido a matarlo -dijo el empleado de más antigüedad.

-Sea realista -dijo el banquero, imperturbable-. Piense que veinte años atrás, podría haber comprado un fusil. Quince años atrás, una pistola 32. Diez años atrás, un cuchillo de mesa. Pero hoy apenas si le alcanza para un alicate, un desafilado y en­deble alicate nacional. En suma, usted no está en condiciones de matar a nadie.

-Sin embargo, he venido a matarlo – dijo el empleado.

-Ridícula pretensión la suya -dijo el banquero-. Trae usted las manos vacías y no se le notan bultos sospechosos en los bolsillos…

-Aun así, voy a matarlo -dijo el empleado.

-¿Pero cómo?-dijo el banquero, al fin intrigado-. ¿Cómo lo hará usted?

-Así -dijo el empleado y comenzó a desanudarse la vieja y sucia corbata endurecida como una soga.

Vida, muerte, fantasmas forman parte de una zona bien delimitada -aunque ciertamente infinita- que Eugenio Mandrini privilegia en sus ficciones breves. El tercer texto aborda el tránsito desde la vida a la muerte. Intensa belleza, precisión de lenguaje, metáforas sugerentes que abren preguntas complejas que flotan en la mente y la imaginación del lector activo.

La hora de la fragilidad

El anciano posó frente al espejo y al ver la confusión de líneas que, como miniaturas de mapas, cavaban su cara, se preguntó si el espejo se había trizado o si era la suya una cara de añicos de vidrio, y a partir de entonces se hizo transparente, o murió, que viene a ser lo mismo.

Cierro esta breve selección con un cuento que excede la extensión habitual asignada a una microficción. Desde ya reitero lo dicho antes: concisión por sobre mera brevedad; menos aún conteos de caracteres o palabras, que vienen a criterios matemáticos mal aplicados o trasladados mecánicamente al campo del arte. Este texto me parece de extrema belleza y provisto de una carga de significado que no se agota con las muchas y sucesivas lecturas que de él he realizado. Siempre me parece que se me escapa algo esencial de su contenido y eventuales implicancias, como si ocultara las claves de una comprensión integral del mundo en que vivimos. Encierra un misterio mágico, natural y maravilloso en su maestrísima concisión.

Un paseo por la playa puede torcer el mundo

Luminoso y opaco, seco y mojado, inexplicable y reminiscente, el pez estaba allí, debatiéndose entre la arena sucia de la playa, a pocos metros del mar frío del otoño.

Lo miré con un viejo desgano. Después el pez me dijo: Hola.

No le contesté. Yo no tenía ganas de hablar. No había nadie en la playa. Sólo papeles revoloteando, alguna lata de conserva, algún furtivo globo de pasión, muy seco ya, y las sombras de las gaviotas que, a esa hora del crepúsculo, cruzaban como lamparones.

-¿Por qué no me saca de aquí y me lleva con usted? -preguntó el pez.

-¿Y qué haría contigo? -dije.

-Soy delgado y gris -contestó-. Podría muy bien servirle de cuchillo de cocina. dije. Lo tuteé, yo estaba molesto, había llegado hasta allí para otra cosa, algo gravísimo y atroz.

-Podría dejarme en la pared del fondo de su casa -insistió el pez. Él no me tuteaba. Era una cosa seria, quiero decir, era un pez serio. Yo también era algo serio, y estaba allí para un hecho total y definitivo-. Piense que los excedentes del mar, quiero decir sus humedades, siempre desembocan en las paredes del fondo de las casas -siguió-Y yo en la suya estaría como en el agua.

-¿Y para qué otra cosa más servirías? -le dije.

-También podría llevarme a la cama -me dijo-. Si usted me entibia un poco con las manos y me deja deslizar entre sus piernas, podría simular a una mujer. Nadie como nosotros para parecernos a los muslos resbaladizos de una mujer.

No había nadie en la playa. Yo había llegado hasta allí para algo terrible. El pez continuó:

-Dado el caso, hasta podría servirle de alimento -dijo-. Y, en última instancia, podría arrojarme a los gatos. ¿Qué me dice usted?

Me agaché para levantarlo.

En eso, una ola compleja como una red, lo atrapó entre sus sedas y se lo llevó de allí a los tugurios de donde tal vez nunca debió salir. Y otra vez quedé solo. Yo había llegado hasta allí creo que para suicidarme. Y ahora no estaba tan seguro de ello. También podría estar allí para confesarme. Las dos palabras se parecen demasiado. Avancé unos pasos por la arena hacia el mar, pero ya había oscurecido tanto que el mar podía estar en cualquier otro lado, lo había perdido de vista.

Regresé al hotel en medio de una lluvia fría y rápida como un traje de peces. Mi mujer me dijo:

-Tenés buena cara. Parece que el paseo te hizo bien.

Mañana regresaré y alquilaré una lancha para buscar al pez evadido, y saber qué era, si una escama de sirena, un resto de buque fantasma, o un milagro de agua turbulenta. Sé que esa indagación me llevará años y nuevos delirios, y en la búsqueda ya no sabré qué hacía yo en esa playa sola donde había papeles revoloteando, alguna lata de conserva, algún furtivo globo de pasión, muy seco ya, y las sombras de las gaviotas que, a esa hora del crepúsculo, cruzaban como lamparones.

Poco puede agregarse tras estas lecturas. Recomiendo la lectura de este libro, breve y maravilloso, poético y narrativo, esencial, místico y real. Prefiero termina con sus propias palabras, en una entrevista de la Internacional Microcuentista, cuando se le pregunta acerca de la pasión por el microrrelato:

“Dentro de la literatura mi pasión o mi desvarío siempre fue la poesía. Hasta que descubrí que también la microficción, con base narrativa, puede ser elaborada desde el lenguaje indirecto que es propio de la poesía, o sea, incorporando la metáfora y la imagen visual y mental. Es decir que, desde entonces, mi pasión se duplicó”.