Alejandro Urrutia: siempre la poesía

“La casa de las ratas, Hormiguero de estrellas”

Por Josefina Muñoz Valenzuela

El año pasado comenté su poemario “Los campos mudos de la oruga”, apuntando especialmente a que sus poemas se entregaban en un lenguaje de los exilios. Este nuevo libro (Ediciones Eutôpia Ltda, 2017), comparte dicha condición, ya que continuamos leyendo una poesía que ha transformado la lengua natal.

En relación al exilio, Edward Said escribe: “El exilio es algo curiosamente cautivador sobre lo que pensar, pero terrible de experimentar. Es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar y nunca se puede superar su esencial tristeza. Y aunque es cierto que la literatura y la historia contienen episodios heroicos, románticos, gloriosos e incluso triunfantes de la vida de un exiliado, todos ellos no son más que esfuerzos encaminados a vencer el agobiante pesar del extrañamiento”.

Ya el título, “La casa de las ratas, hormiguero de estrellas”, llama la atención por la cercanía de frases que tendemos a adscribir a territorios diferentes; es más natural adscribir la casa de las ratas al ámbito de la prosa, pero, seguramente, hormiguero de estrellas la reconocemos como más propia del ámbito poético. Este es un rasgo de la escritura de Alejandro Urrutia y de muchos escritores actuales, que “borran” esos límites cada vez más artificiales entre los géneros, especialmente porque la oralidad, a menudo lúdica, mezcla los códigos en busca de diversos modos de comunicación.

¿Por qué leemos poesía? A través del tiempo numerosos estudios nos han entregado respuestas muy diversas, porque los contextos se inmiscuyen en las creaciones de todo tipo e influyen (y forman) a autores, lenguajes, temas; forman parte de la creación y requieren tipos de lectores también diversos. La poesía es el reino de la connotación: no importan los “hechos de la historia”, aunque no dejen de estar presentes, sino las relaciones entre las palabras y ese proceso de extrema condensación de significados que encontramos en cada poema. Las palabras son las mismas, pero el orden en que se presentan las convierte en algo que suele desatar en los lectores un estado de epifanía.

Podemos concordar que todo lenguaje escrito o hablado, literario o cotidiano, solo se da en plenitud cuando hay alguien que atiende su llamado; así como lo que escuchamos de otro requiere de nuestras palabras, comprensión y connotaciones nacidas de nuestras propias ideas, lo escrito requiere de nuestra respuesta dialógica a ese hablante de papel, que no existe más que en esa dimensión.

¿Cómo se forma el lenguaje de los exilios? Lo recordado, las palabras aprendidas en la infancia desde los afectos primeros, las palabras de niños y adultos con los que fuimos creciendo, las palabras escuchadas en la soledad de un lugar lleno de sonidos desconocidos que debemos ir haciendo nuestros para seguir viviendo. Un permanente traslape de lenguas, como las olas de un lago que ruedan unas sobre otras, siempre diferentes, pero siempre envolviéndonos en su rumor exigente.

La poesía forma parte de la experiencia social, no solo de la experiencia de quien escribe; en ese sentido tiene una materialidad histórica, o refiere a ella, lo que no quiere decir que sea traducible a descripciones de hechos. Ni los significados ni los sentidos ni las interpretaciones son enteramente objetivos o subjetivos, pero nacen del encuentro entre lo que está escrito (por alguien), con lectores diversos que también superponen o proyectan sus propias ideas y connotaciones y construyen un sentido más cercano o más lejano de aquello que se supone fue la intención primigenia (si es que existe algo así).

“La casa de las ratas, hormiguero de estrellas” deja caer sobre nosotros una lluvia de poemas con lenguajes fragmentados, palabras que parecieran precarias, balbuceantes, pero que adquieren un peso específico insospechado. Es una poesía que está siempre lidiando con el lenguaje (una vez más, lo único que tenemos) para mostrarnos esas huellas que dejaron los caminos perdidos de otros lugares, de otros tiempos, conviviendo ahora con el ser que se es, que está siendo y haciéndose. Una poesía que nos genera inquietud, añoranzas sin nombre que nos sitúan en el ámbito cenagoso de lo que hemos perdido, a veces sin saberlo.

Terry Eagleton afirma que “Un poema es una declaración moral, verbalmente inventiva y ficcional en la que es el autor y no el impresor o el procesador de textos, quien decide donde terminan los versos” (En Cómo leer un poema”, p. 35). En el caso de este libro, el autor decide también el uso de una sintaxis que borra el orden lógico, desecha la puntuación, corta las palabras según las va recordando, a medias, como un rompecabezas del que ha perdido muchas piezas. Y así entramos a mundos que también podemos reconocer como propios, aunque las experiencias sean muy diversas, ya que nuestra propia ‘casa de las ratas’ está llena de palabras de aquí, de allá y de acullá, de palabras inventadas, de recuerdos pasados y presentes, de atisbos de futuros posibles.

En la p. 9 leemos:

dentro de la avellana de luz llevo la semilla de luz de la avellana colgándose de su ram

ita por eso vengo ciega mis pupilitas en las suelas de mis pies descalzándote de ti el sen

de ro ya lo traza solo haces más la huella tu paso asesina los tréboles muriéndose de

sed

des cargue meto do a qui

todos los caminos no seré yo quien le

usted me igual le asigno labores de bordado somos de un tiempo que vi

ene así es nuestro amor

 

Desde el porfiado recuerdo se intenta reconstruir una vida ya borrosa, acudiendo a un lenguaje también en parte olvidado, al que se aplican estructuras de otro modelo. El mundo pasado y presente se ha transformado en algo irreconocible, y solo las palabras -insuficientes, desconocidas, transformadas- pueden recuperar algo de esos insistentes recuerdos de lugares, personas, acontecimientos, sucesos mínimos, que invaden los espacios reales e imaginarios.

 

La cercanía de palabras que no lo están en el lenguaje cotidiano ni menos en el imprevisible lenguaje poético, crea oleadas sorprendentes de nuevos significados y sentidos que hacen de la lectura una explosión que no da tregua:

 

 

“en las tardes de verano

desde el mar el sol sobre la ciudad semi

de la tarde la tarde sin crujientes la semitarde de la seminoche

y tus rodillitas lamedoras del entablado de naranjas del piso

                a través del piso los punzones del techo

                al cantar te marcan el ritmo los de abajo

sincopado sincopado regresante la cruz del sur

gamada

que me muerdas la raíz me dices y se entonces

el rezo agua del venimos las abiertas del cardo razón de abejas

mí el ella” (p. 12)

 

Sin duda, esta es una poesía de los exilios y del intento de reconstruir una identidad que, aunque nunca es única y para siempre, ya que se edifica permanentemente, ahora debe crearse desde nuevos modos de nombrar al mundo y la propia vida, desde lo perdido y lo encontrado, desde espacios y tiempos mentales y aquellos del aquí y ahora, donde todo convive. Así, la vida nueva se construye a partir de desgarros, de jirones de recuerdos confusos, de trocitos indefinibles, y solo entonces es posible que, desde la casa de las ratas vaya naciendo un hormiguero de estrellas que iluminen la vita nuova y le den nuevos sentidos.

Retomando a Eagleton, “(La poesía) En su forma más meritoria es un producto sumamente perfeccionado del conocimiento humano. Pero persigue esa devoción por el significado en el contexto de las dimensiones menos racionales y lúcidas de nuestra existencia, permitiendo que los ritmos, las imágenes e impulsos de nuestra vida subterránea hablen en medio de su exactitud impecable. Esta es la razón por la que es el tipo de lenguaje humano más completo que pueda imaginarse, aunque lo que constituye el lenguaje, irónicamente, es precisamente su condición de incompleto. Lenguaje es aquello de lo que queda por venir”. (p. 31)

Sin duda, la literatura nos permite descubrir desde las infinitas estructuras de lenguaje, ‘aquello de lo que queda por venir’. Y desde ese mundo que solo existe en el papel, imaginar cómo somos, cómo hemos sido, cómo queremos ser, no de manera estática, sino en ese devenir en el que estamos siendo.

Como lectora, la poesía ocupa un lugar especial en mis días. Me alegra que existan libros como este, que desafían los cánones y avanzan a nuevos territorios poéticos, llevándonos a ellos y haciéndonos encontrar tesoros que requieren abrir caminos para encontrarlos. Y una vez descubiertos, la felicidad de reafirmar que la literatura es vital para descubrir infinitas vidas posibles y habitar en ellas.