Desde la crónica de la presentación de un libro en Chile, Ricardo Haye se permite concluir que frente a la comunicación actual el encuentro cercano es el último bastión en defensa de ideales siempre vigentes.
Por Ricardo Haye *
Desde Roca, Río Negro
Neruda está enfermo cuando Pinochet decide arrasar la democracia chilena. Inmediatamente los seguidores del cruento dictador ingresan a La chascona, la casa que el escritor tiene en el faldeo del cerro San Cristóbal, para destrozar todo lo que encuentran a su paso.
Menos de dos semanas después de la asonada militar, Neruda fallece y su esposa Matilde resuelve velar sus restos en aquella vivienda del barrio Bellavista para exhibir ante los deudos las claras manifestaciones de la barbarie que se iniciaba.
Visito la casona que serpentea colgada en los altos precordilleranos y percibo que sus paredes conservan algo indefinible pero que, aún hoy, trasunta el desasosiego del poeta por la realidad que se le imponía y la tristeza de su última compañera por el horizonte de soledad que avizoraba.
Al día siguiente Diego Muñoz Valenzuela presenta su último libro, titulado “El tiempo del ogro”. Lo hace en compañía del catedrático de la Universidad de Chile Cristian Montes Capó, especialista en el estudio de la violencia en la narrativa postdictatorial, y de René Pozo Cárdenas, sobreviviente del antiguo centro de detención y tortura conocido como Villa Grimaldi.
El acto es conmovedor por varias circunstancias. La primera es que sucede en el Centro Cultural Gabriela Mistral que, tras el ataque aéreo del 11 de setiembre de 1973 contra el Palacio de la Moneda, iba a convertirse en la guarida que albergó a Pinochet durante los primeros meses de su régimen militar.
Para confirmar ese dato se lo consulto al conductor del taxi que me lleva hasta allí. El hombre tiene los años suficientes para haber vivido esa época. Amable, pero severo, me dice que sí, que desde allí “gobernaban los traidores, los dictadores, los gorilas”. Por su argentinidad, el último calificativo me llama la atención, pero no tengo tiempo de indagar si lo emplea como un guiño cómplice con un pasajero que adivina trasandino.
La segunda causa de la emoción que se vive durante la ceremonia la aportan los expositores. Cristian Montes traza antinomias provocadoras cuando se apoya en Gadamer para aludir a la poesía y a la vida, pero solo para contrastarlo con el horror como forma cotidiana de vivir la ciudad y con el mal encarnado en la dictadura militar, que se inicia con la negación del otro, previa a su posterior eliminación. René Pozo Cárdenas habla todo el tiempo al borde del llanto; evoca las penurias de su cautiverio y reconoce la dificultad de asumir una lectura tan dolorosa, pero reconoce que al hacerlo pudo liberar los recuerdos encerrados y aliviar el espíritu. Finalmente, el autor lee el cuento que presta su título al libro. “El tiempo del ogro” es un relato breve que cuenta la historia de un encuentro fraterno y terrible.
Sin embargo, la razón más poderosa de la profunda conmoción que se vive en la sala llega desde el otro lado del estrado. Hay una pequeña multitud de asistentes compartiendo una intensa misa laica, un ritual celebratorio de la memoria, una liturgia en la que se renueva el compromiso, un instante para tonificar las convicciones compartidas.
Todos ellos saben que en las elecciones del día siguiente no tendrán grandes motivos para el festejo. Y así ocurre, efectivamente. Esta vez los pronósticos no fallan: Piñera gana la primera vuelta y de inmediato la ultraderecha nostálgica de Pinochet le ofrece su apoyo para el ballotage.
Regreso de Chile con la certeza de que, en tiempos de morboso empoderamiento de una comunicación colonialista, reaccionaria e inhumana, la hondura conceptual y emotiva del encuentro cercano es el último bastión en defensa de ideales quizás algo machucados, pero siempre vigentes en la conciencia de quienes no se resignan al despojo de sus ilusiones de una vida mejor.
* Docente-investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
En www.pagina12.com.ar
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