El último dinosaurio vivo, antología personal

Editorial Micrópolis, Perú, 2016, 62 pp.

Por Diego Muñoz Valenzuela

Rony Vásquez es un impulsor tan eficaz como inagotable de la minificcón y hay que festejar que existan personas como él, a quienes debemos mucho y deberemos aún más en el futuro. Ejerce sus muy buenos oficios como autor del género, editor de libros (en la misma Micrópolis, que extiende sus influencias benéficas por el continente, sin hacer caso de fronteras, tal como se debe) y revistas (la famosa Plesiosaurio), estudioso, recopilador y crítico. Vaya talento y energía que posee este dadivoso equeco para cumplir bien con tanta carga sobre sus espaldas.

En este libro, ejercicio auto-antológico, el autor nos ofrece minificciones, explora los límites para incorporar el microdrama y las llamadas twicciones, además de sus estudios y reflexiones en torno al género narrativo brevísimo.

La siguiente minificción debe haber sido escrita para la curiosa antología 201, la antología de microrrelatos compilada por el peruano José Donaire y el español David Roas, publicada por Ediciones Altazor. Allí se reúnen ficciones referidas a la recurrencia del alojamiento en habitaciones 201 en diferentes lugares.

Hotelero y huésped

-¿La 201?

-Sí, esa misma, por favor.

-Bueno. Por lo menos no estará solo.

La capacidad de ironizar de nuestro autor es materia de celebración, en este último caso con gotas de humor macabro. Humor que también se advierte en el siguiente relato, aun cuando indaga en la veleidosa naturaleza del amor, una sustancia que escapa a la comprensión y los deseos humanos.

Iluminación

Como todas las noches, Antonio y Morgana salieron a pasear. Mientras caminaban por la acera cogidos de la mano, un poste de luz interrumpió su camino; ella avanzó por la derecha y él por la izquierda. Luego de unos minutos, terminaron su relación. Habían sido iluminados.

De nuevo el sarcasmo y el humor negro a la cancha, dirigidos por Rony Vásquez en esta curiosa minificción donde el lector deberá completar la historia por su cuenta y riesgo.

El mundo de los hombres sin cabeza

-Érase una vez, el mundo de los hombres sin cabeza (…) y todos fueron felices para siempre.

-¡Abuelito, qué lindo cuento!- celebró el niño.

Segundos más tarde, su cabeza rueda a los pies del abuelo.

Una última brevísima ficción nos confirma la agudeza del autor para ironizar -probablemente- con la búsqueda del sentido a la vida que suele ocupar nuestros empeños.

Pregunta vital

Cierto día, una rosa le preguntó a otra:

-¿Por qué nos llamamos así?

Entonces, ambas se abrazaron y se marchitaron