Por Federico Gana Johnson

Casi todos los cuentos inscritos en este libro se identifican con el sentido del título: son de la vida real, reflejan experiencias. Y todos, también, se transforman en literatura. Primer aplauso. Sobre todo, desde la primera línea del primer cuento, se ejemplariza el estilo que unificará a prácticamente todos los relatos: el golpe certero que atrapa al lector. Y esto habla de un aprendizaje literario, que para eso son los Talleres. En este caso, el Taller Literario de la poetisa y editora Alejandra Basualto.

Señala esa primera línea, en el cuento El Desquite, de Elba Contreras Guzmán:

“Todo cambió desde el día en que el muchacho apareció en la puerta; el hombre apenas la entreabrió y procedió a cerrarla enseguida…”. La misma autora, dicho sea de paso, en otro cuento titulado Bájese Señora, Terminó mi Recorrido, de una manera muy personal demuestra su valentía y sinceridad. (El que exhibe, se expone, es la máxima literaria de todos los tiempos).

Precisamente, de una o de otra forma, con la libertad infinita que proporciona el arte de escribir, la producción cuentística que muestra este libro (que se llama Reflejos porque eso son los relatos), refleja la personalidad diferente de cada autor.

La condición descrita en el párrafo anterior hace del volumen que comentamos una verdadera antología, como corresponde basada en la diversidad. Es un logro meritorio y eficaz de la guía y creadora del Taller pues orienta y descubre las capacidades de cada autor y autora, en el preciso estilo de uno y otra.

Los autores Emilio Contreras Guzmán y Sergio Espinoza Reyes acusan, el primero, que le “cuesta manejarme en la atmósfera incierta que permite fantasear sin freno, pero me doblego ante esta libertad gratuita…”. Y, el segundo, que “solo había escrito para la ciencia”. Sin embargo, en Coloquio Bajo Tierra y Hágalo Usted Mismo, respectivamente, vencen sus visiones de bioquímicos y entregan textos donde triunfa lo literario sobre lo eminentemente científico. Es otro logro del Taller.

Ivette Lataillade Meza demuestra en Y No Encontré las Pinzas que siempre se escribe un cuento “para decir otra cosa”. Lo mismo logra Lucía Marín Navarro con Estación República y esa meta alcanzada es meritoria.

Gonzalo Robles Fantini, con su cuento Tazas Sucias, y Pamela Román Cárcamo, con La Verdadera Historia de Elvis, sobresalen inobjetablemente. Robles usa la pluma con evidente seguridad, otorga fuerza a cada palabra, viste la escena del relato con infinidad de detalles que le dan realidad absoluta. Hay mucha calidad allí en esas Tazas… y ello puede venir de la propia confesión del autor: “Escribir inaugura nuevos sentidos en mi trayecto vital. Es otorgarle significado y simbolismo a un recorrido que, de lo contrario, sólo alberga banalidades”. Perfecta descripción de Literatura, así con mayúscula. A su vez, Pamela con su muy aplaudible historia, basada en el sueño que despertaba el cantante norteamericano, presenta un relato que se puede leer varias veces y siempre entregará novedad final.

A Matacaballos de María Soledad Romo López, ofrece un estilo muy único, muy aceptable y rítmica redacción del texto, que parece apurado, pero está perfectamente hilado, y el propio título así lo acusa. Y el último exponente en esta antología es el ciudadano británico James Seviour que, con su texto Metro a Marte, grafica el por qué escribe: “…que la fantasía no supera a la realidad, pero no todos quieren escuchar lo que parece común y corriente”.

En palabras finales, la anterior frase apoya rotundamente el esfuerzo de reunir autores y autoras y eso es lo que se agradece: que esta antología “Reflejos” abra puertas para que la literatura fluya. Y ventanas, para que entre el aire que a veces se requiere pues, qué duda cabe, todos tenemos algo que contar. Y se puede.