Marino Muoz LagosPor Ramón Díaz Eterovic

El pasado 14 de abril, a los 91 años, falleció el poeta Marino Muñoz Lagos, dejando tras de sí una obra poética de singular calidad, un prolongado trabajo de divulgación literaria y un valioso trabajo como dirigente de los escritores de Punta Arenas.  Los poetas -y Muñoz Lagos es un ejemplo de ello- contribuyen a fijar la memoria emotiva de un pueblo, a templar su lenguaje y a nombrar las cosas y los personajes que le dan identidad. Su obra está sólidamente arraigada a la más rica tradición de la poesía magallánica y del sur de Chile, a la que entregó su vida de poeta y también de infatigable difusor del trabajo de otros escritores, a través de sus crónicas en los diarios «La Prensa Austral» y “El Magallanes” con una generosidad y continuidad poco frecuente en el panorama de las letras chilenas. Dudo que exista en Magallanes un autor que no le adeude algunas líneas de estímulo, un consejo o algún juicio crítico siempre útil en ese aprendizaje permanente que es la escritura. Por otra parte, su fructífera labor a la cabeza de la Sociedad de Escritores de Magallanes se concretó con la edición por más de un año del Suplemento Literario de la misma sociedad, la creación de la editorial de autores regionales, y la publicación de una de las más completas antologías existente hasta hoy de cuentistas y poetas de la zona.

Poeta de nacimiento y profesor por vocación, Muñoz Lagos se afincó el año 1948 en la ciudad de Punta Arenas, y nunca más se alejó de ella, sentando fuertes raíces familiares y poéticas a orillas del Estrecho de Magallanes. Desde el lar austral construyó una voz lírica respetada por sus pares y recogida en numerosas antologías y revistas publicadas en Chile y el extranjero. Su obra se inició en 1949 con el libro «Un hombre asoma por el rocío», y continuó, entre otros, con los títulos: «El solar inefable» «Dos cantos”, «Chile a través de sus poetas”, «Los rostros de la lluvia», «Entre adioses y nostalgias», «De distancias y soledades»; y “La muerte sobre el trébol”. A estos libros, se unen otros, como «Crónicas del diario soñar» y «Crónicas de sur a norte» en los que Muñoz Lagos revive anécdotas de sus andanzas con escritores como Nicomedes Guzmán, De Rokha y Pablo Neruda; fragmentos de la vida magallánica de antaño y apuntes sobre las obras de un vasto conjunto de escritores y poetas. Estas crónicas muestran otra faceta del trabajo de Muñoz Lagos, la del testigo y protagonista de la vida literaria y social de la región de Magallanes.

Muñoz Lagos dijo en alguna oportunidad que su poesía es «inevitablemente humana, auténticamente provincial y emotivamente familiar». Un certero resumen para comprender las claves de su andadura poética en la que emergen, una y otra vez, distintos elementos del quehacer y de las vivencias cotidianas y terrestres del poeta. Los versos de Muñoz Lagos tienen al mismo tiempo la suavidad de la nieve y el ímpetu del viento que ha acompañado su existencia. Su poesía, en apariencia sencilla, tiene la vitalidad del poeta sensible que sabe captar la anónima biografía de sus semejantes y recrear en logradas metáforas el rigor o las bondades del entorno geográfico en que habita. Muñoz Lagos es el poeta de la nostalgia y del hombre enfrentado a sus tareas cotidianas. Sus textos dan cuenta de una artesanía laboriosa que decanta los versos hasta dotarlos de una pureza que refleja la fibra de un poeta con voz propia, segura, reconocible.  En él, y para decirlo al correr de uno de sus versos: «La poesía enseña sus secretos (…) y hacen suyos la emoción y el entendimiento».

Conocí a Marino Muñoz Lagos a comienzo de la década de los años ochenta y desde entonces mantuvimos una amistad alimentada con cartas, libros y largas conversaciones en Santiago o en su cálido hogar de Punta Arenas. En la memoria conservo una noche santiaguina, en la que, al calor de unas copas, el también muy querido poeta magallánico Rolando Cárdenas nos emocionó con la declamación del poema de Marino «Retrato vivo de mi padre muerto». «Lo conocí de cerca. Lo traté tantas veces. Conversamos del tiempo, del trigo y de la esperanza», termina diciendo ese poema, uno de los más bellos en la poesía chilena en torno a la figura del padre. También recuerdo otro momento, cuando tuve la oportunidad de acompañarlo en el lanzamiento capitalino de la edición bilingüe de su libro «Los rostros de la lluvia», fruto de la traducción efectuada por el profesor estadounidense David Petreman; o una noche de amistad en la Casa del Escritor, junto a Jorge Teillier que en su poema «Blasón de la Frontera establece que: «desde un finisterrae sueña Muñoz Lagos en volver a asomarse en Mulchén al rocío»;  o por último,  esos días maravillosos que compartimos durante el Encuentro de Escritores Magallánicos del año 1982, junto a escritores como Francisco Coloane, Rolando Cárdenas, Oresthe Plath y Osvaldo Wegmann.

La muerte de Marino Muñoz Lagos cierra una etapa destacada de la poesía magallánica, con poetas como Rolando Cárdenas, Carlos Vega Letelier y el mismo Muñoz Lagos, quienes sentaron las bases de un decir poético particular en su forma y contenidos, y que lograron dar a conocer sus obras en todo el país, rompiendo el aislamiento y el centralismo tan característico en nuestro país. Con justo pesar, Marino Muñoz Lagos fue despedido en Punta Arenas por muchos de los que valoran su labor de maestro y su esencial voz poética.