Benignas insaniasPor Ricardo Bugarín

VUELO

Se me cayó una miguita de pan al suelo. En el instante preciso en que iba a recogerla, un raudo gorrión la apresa y remonta vuelo. Es tanta la altura que ha alcanzado el vuelo que, diciendo la verdad, tengo miedo de soltarme y caer en el vacío.

 

VIOLENCIA DE GÉNERO

Después de diversas confrontaciones, nos pusimos de acuerdo. Hicimos nuestra versión libre del “Entremés del mancebo que casó con mujer brava”. Cuando cayó el telón, la crítica nos enrostró un proceso por violentar al género.

 

ADVERTENCIA

Jonás le andaba con ganas a la ballena y su mamá le decía: mirá Jonasito, esos bichos son muy traicioneros. Muchos gorgoritos por la cabeza, mucho vaivén con las olas, pero en cuanto más, zas, te dan un bocanazo. Y no agregó nada más porque, en cuanto se dio vuelta, Jonás ya no estaba

 

EXAMEN DE CONCIENCIA

Le indicaron que repensara la situación, que repasara las visiones, que analizara las frases ya vertidas. Le sugirieron ser cauto con el análisis y sincero consigo mismo. Le dijeron que, para su tranquilidad, le sería otorgado el tiempo necesario –en estos casos las urgencias son contraproducentes-.

Luego de un tiempo prudente tomó sus cosas, sacó los útiles necesarios, dispuso todo lo que es preciso disponer en estas circunstancias, pero se negó a entregarles la cabeza.

 

ÚLTIMO CUMPLEAÑOS

Se venía destejiendo. Yo la vi desde lejos y noté que algo le sucedía. Avanzaba con rapidez, pero observé que iba dejando como una extraña estela detrás de sí. Al llegar a mí y abrazarme, ya era un montón de lanitas enruladas. Igualmente le agradecí tanto esfuerzo: una sonrisa silenciosa fue su última presencia.

 

UNA DE AMOR

Zenobia Lucero recorrió todas las comarcas centrales con su guitarra al hombro. No bien llegaba a un pueblo, se ubicaba en alguna esquina y comenzaba a extender su repertorio. En Chirubí fue el encuentro. Un mozo grande, como de dos metros, se le presentó con un violín y, entre arpegios y arpegios, le arrobó los sentidos. A Zenobia nunca le parecieron tan alocadas y tan bien dispuestas, como en esa oportunidad, las siete notas que con mágica alternancia invadían los espacios. Ella se enchirubitó, se enviolonó, se agarró un mocetón de dos metros y se olvidó de su guitarra. En las playas bajas de la costa dicen que se los ve muy amarraditos y melodiosos. Él engalana las noches con su violín y ella hace pajaritas de papel que va lanzando al viento. Las historias de amor son muy chiquitas, pero profundas.

 

EGEO

A las dos de la mañana me despierto y siento el alarmante dolor de mi pierna derecha. Haber caminado desde la tarde anterior los sucesivos recorridos que ofrecía la agencia, tiene sus consecuencias. Quiero incorporarme y no puedo. Intento desplazar la colcha y las sábanas, pero mi pierna no responde. Vuelvo la cabeza y encuentro que el fuste de una columna me impide todo movimiento. Intento salir del asombro y compruebo que una cierta cantidad de marmóreas hojas de acanto están dispersas sobre la colcha y sobre la alfombra que tapiza la habitación. Llamo al conserje y le explico lo que me sucede. Amablemente y conocedor, seguramente, de la angustia de la que estoy prisionero, me dice, desde el otro lado del auricular, que esas son típicas consecuencias de exceso de turismo. Conforme, intento retomar mi sueño y decido que en cuanto pueda me regresaré a mi país, que es menos riesgoso y menos culto.

 

ÚLTIMO VERANO

Fuimos por el carnet y vimos que el doctor le pegó una rápida relojeada al Jairo. Siempre supimos que el Jairo tenía un aspecto explosivo. Aquella temporada se había desarrollado más de lo costumbre y, si se lo miraba bien, parecía no caber en sí mismo. Llenamos el formulario requerido y nos hicieron pasar al cuartito de las fotos. Vimos que, mientras hacíamos la cola, el fotógrafo le pegó una rápida relojeada al Jairo. Siempre supimos que el Jairo daba mejor tres cuarto que nosotros y parecía un ganador. Cuando terminamos con eso, con papeleta en manos, nos mandaron por el pasillo al fondo y, de a uno, fuimos entrando en el cuartito. La ansiedad de la última espera nos ponía un poquitito nerviosos a todos pero cada uno intentaba disimular con el pensamiento más aplanado que se le viniera a la cabeza. En eso estábamos cuando vimos salir al Jairo, rápidito y agachado, rompiendo foto y papeleta. Se diría que intentaba no encontrarse con nuestras miradas. Cada uno obtuvo su carnet, pudimos ingresar a las piletas pero, desde aquel verano, nunca supimos más del Jairo. Fue como si se lo hubiese tragado una tormenta.

 

CONSECUENCIAS DE LA POBREZA

Éramos tan pobres que lo único que teníamos para comer eran hostias fritas en grasa de velas. Mamá las traía el domingo y las racionaba para toda la semana. Después, en el tiempo de las brevas, mejorábamos la dieta. De ahí, dicen las tías, nos viene esta piel traslúcida y nacarada que nos da caritas de ángeles, esta esmirriada figura que parecemos muñequitos de altar, estas dulces miradas que nos dan un aire celestial. ¡La languidez tiene tantas transformaciones!

 

RICARDO ALBERTO BUGARÍN

(General Alvear, Mendoza, Argentina, 1962)

Escritor, investigador, promotor cultural.

Publicó “Bagaje” (poesía, 1981). En microficciones ha publicado: “Bonsai en compota”(Macedonia, Buenos Aires, 2014), “Inés se turba sola”, (Macedonia, Buenos Aires, 2015) y “Benignas insanias” (Sherezade, Santiago de Chile, 2016).

Diversas publicaciones periódicas y revistas especializadas han publicado trabajos suyos tanto en Argentina como en Ecuador, España, Italia, USA, Venezuela, Chile, México y Uruguay.

Textos de su libro “Bonsai en compota” han sido traducidos al francés y publicados por la Universidad de Poitiers (Francia).