Por Cristián Montes, doctor en Literatura, profesor Universidad de Chile
Una característica común en estos cuentos de Antonio Rojas Gómez es la irrupción de lo extraño en lo que comúnmente se entiende por realidad. Esta decisión compositiva se sostiene y refuerza por la capacidad del discurso narrativo para producir extrañamiento y configurar perspectivas renovadas en las relaciones entre el sujeto y el mundo. Se refuerza así tanto el carácter ficcional de los mundos construidos por la palabra poética, como la cualidad de monumento del texto literario.
Tal especificidad es potenciada de manera elocuente por escritores que integran en su material narrativo situaciones de enunciación y contextos referenciales que resquebrajan los órdenes de la realidad cotidiana, acentuándose el extrañamiento en el acto de lectura. Es lo que ocurre con los cuentos de El ciego al que le cantaba Gardel, donde la irrupción de lo extraño permite insertar a la mayoría de estos relatos en el género fantástico. Lo anterior implica la duda en el lector, respecto a si lo que se le presenta antes sus ojos y entendimiento es una explicación racional o extraordinaria. En El ciego al que le cantaba Gardel se erigen mundos posibles donde lo inaudito deviene posibilidad cierta, los muertos reviven, lo tangible se vuelve difuso, etc.
En íntima relación con lo recién mencionado es posible visualizar la articulación de diversos niveles de realidad que densifican el espesor textual: la realidad degradada, la cual se adolece como una experiencia alienante y destructiva, la superrealidad, donde las graves contradicciones parecen neutralizarse y es posible imaginar un estado de felicidad y la ironización de la realidad, donde el anterior estado sucumbe ante la evidencia de los hechos. En este proceso se resignifican los fenómenos que no pueden explicarse por la materialidad de los hechos, sino a través de las fisuras abiertas por la disposición de lo fantástico, y se inauguran realidades alternativas que convocan al lector a experimentar la potencia del misterio.
Por otro lado, en algunos de los cuentos se activa una matriz de significación donde lo literario y lo filosófico se ligan a partir de vasos comunicantes varios. El material narrativo deconstruye así, por momentos, la oposición literatura / filosofía y da paso a una textualidad donde el estatuto fictivo puede entenderse como instancia portadora de un saber filosófico, en este caso una reflexión de tipo existencial.
En cuanto a la intencionalidad narrativa predominante que define el estilo, la elección temática y la imaginación narrativa, es consistente la gravitación y operatividad delconcepto de ingenio. No se trata aquí únicamente de un talento especial para configurar motivos literarios novedosos o circunstancias originales, sino de una estructuración vital que ilumina el proyecto de existencia del sujeto. En El ciego al que le cantaba Gardel, el ingenio radica principalmente en un sentimiento de libertad que disloca las normas establecidas y las convenciones lógicas. Actúa, en este sentido, como dispositivo fundamental en lo relativo al desmantelamiento de los códigos de la realidad imperante. El ingenio es, finalmente, un engranaje lúdico de la ficción, a través del cual se aprehende de cierta forma el mundo, se estimula la liberación de los marcos conductuales estereotipados culturalmente y se generan nuevas intensidades de sentido, estados de ánimo y estrategias de enunciación.
Los supuestos hasta aquí desarrollados permiten observar el despliegue de unidades temáticas como la dictadura militar chilena y los efectos que tuvo en el país, la problematización de la identidad, a partir de la relación entre el sujeto y el otro, la juventud versus la etapa adulta de los personajes, la derogación de la utopía, el delirio como forma de instalación subjetiva, entre otros núcleos de sentido responsables de los mundos representados.
Respecto a la esfera de representación en la que se moldea la dualidad realidad degradada / superrealidad y el tema de la identidad del sujeto, es sintomático el breve cuento “La gran ignorada”. Se reflexiona aquí acerca de las complejas dimensiones del sí mismo, del otro, del ser uno en el otro o ser uno desde el otro. La inestabilidad identitaria, la constante desidentificación de los personajes y el sometimiento de todo lo existente al transcurso del tiempo, son los ejes temáticos privilegiados en un discurso altamente condensado y polivalente.
La oposición entre los niveles de la realidad degradada y la superrealidad permite la configuración de un marco significante a partir del cual se interpela lo ocurrido en tiempos de la dictadura militar chilena. Es el caso de “Gerardo y Antonio van a Gath y Chaves”, donde se denuncia la debacle simbólica que sufrió el país durante aquel régimen, así como los asesinatos, la desaparición de personas y la violencia institucionalizada contra quienes eran considerados enemigos de la patria. La estrategia narrativa prioriza la focalización interior al disponer el relato desde la conciencia de dos niños, decisión constructiva del autor implícito que ayuda a perfilar la forma en que los personajes actualizan el mundo, se relacionan con los demás y desarrollan su particular subjetividad. El período de la infancia es a la vez el tiempo de la felicidad y la confianza, experiencia vital o superrealidad que contrasta de manera frontal con el tiempo de la adultez, es decir, con el transcurrir de la dictadura. La oscilación entre estos dos enclaves sicológicos témporo-espaciales, suscita en la narración un sentimiento nostálgico que cubre la representación e interpela a la emoción y valoración de los afectos.
El rechazo a lo que implicó el golpe de estado y la instalación del gobierno autoritario, se exterioriza en estos cuentos en el rechazo explícito de las situaciones descritas, por un lado, y por otro en el registro de la sugerencia y los contenidos latentes del texto. Paradigmático, al respecto, es el relato “La máquina”, donde la violencia institucional, la represión, los crímenes, la ruptura del tejido social y la anomia generalizada resultante, son situaciones que el cuento expone de manera crítica. Lo que se desprende del sustrato alegórico del texto es que lo sucedido en Chile no solo consumió y destruyó la vida de miles de personas, sino también sus aspiraciones, sueños y utopías.
El tema de la dictadura militar opera también como un surtidor de significados que va sobredeterminando los textos hasta configurar una visión de mundo signada no solo por los avatares de la represión, sino también por la implantación de un sistema o modelo de vida alienante y carente de memoria histórica. Ejemplar, en este sentido, es “La larga noche de Maese Pedro”, donde el discurso se sostiene no tanto en los hechos atraídos, como en la dimensión reflexiva de la voz narrativa. Se percibe, en primer lugar, una sensibilidad crítica respecto a la pérdida de sentido colectivo que sufre un país cuando se disuelven sus espacios de pertenencia, como los barrios, por ejemplo, y se diluye toda forma de comunidad. “La larga noche de Maese Pedro” pone en cuestión algunos aspectos de la modernización y del neoliberalismo implantado, especialmente la creciente explosión inmobiliaria, con la consecuente destrucción de casas antiguas, almacenes y todo lo considerado un desperdicio económico para los intereses del mercado. En la subjetividad involucrada en el discurso se percibe un posicionamiento filosófico que matiza el orden referencial con una interpretación de sesgo existencialista: “Es que habían borrado los recuerdos, se dijo, y la vida es un solo largo recuerdo que nos vamos inventando día tras día”.
El narrador recusa directamente lo ocurrido en tiempo de dictadura y sus consecuencias en el tejido social del país. La crítica realizada se enfoca primeramente en la arbitrariedad de un poder omnímodo que asesina personas, por el simple hecho de pensar distinto. Es el caso del personaje Osvaldo Ortiz, a quien se le hace desaparecer, no por ser comunista, que no lo es, sino por ser alguien “impulsivo que quería ayudar a todo el mundo, sin reflexionar en las consecuencias”.
Anivel del discurso de las ideas, el compromiso político es valorado como elemento unificador de sociabilidad. En oposición a tal espíritu, el tiempo de la represión dictatorial se erige como el verdugo de las aspiraciones colectivas. Puede observarse en los enunciados que remiten a esta dualidad, un posicionamiento filosófico de indagación en la naturaleza humana y una construcción de personajes con una contundente capacidad reflexiva:
“En realidad la bondad y la maldad son los extremos de una cuerda, por la que se equilibra la humanidad; algunos están cerca del extremo positivo, otros del negativo. La generalidad de la gente se ubica en el centro, equidistante del mal y del bien absolutos”.
Estos segmentos discursivos iluminan la intencionalidad del texto, en este caso, el postulado de que el máximo valor de una persona es su humanidad, entendiendo por ello la relación fructífera del sujeto con el otro.
Es importante destacar que tales enunciados generales acerca de la condición humana no implican que la trama se desdibuje o pierda intensidad. Tanto el ritmo narrativo, el suspenso que matiza el orden de los hechos y cierta inclinación surrealista de la representación hacen que el lector postulado por el texto se sienta impulsado a descifrar entre líneas las claves del mundo representado.
El cuento en el que se complementan con mayor visibilidad las esferas de representación, la inserción de lo fantástico y la operatividad del ingenio es “El ciego al que le cantaba Gardel”, relato que da justamente título al libro. En cuanto al nivel de la realidad degradada, la trama se concentra en la historia de un extraño cantante ciego, de pésima voz y absolutamente limitado en la ejecución de su guitarra. A pesar de ello intenta ganarse la vida cantando en las calles los tangos de su ídolo Carlos Gardel. La indiferencia del público y el escaso dinero que logra obtener por su trabajo lo exponen día a día a una constante frustración que proyecta a todos los ámbitos de su vida. Especialmente degradado aparece el círculo familiar, como consecuencia del vínculo enfermizo que tuvo y sigue teniendo con su ya fallecida madre. Considerada desde su percepción subjetiva cómo el único referente afectivo digno de ser amado, cualquier otra relación humana queda radicalmente descartada: puede tener a una mujer a su lado y al hijo biológico de ambos, pero no se siente ni pareja, ni padre.
Sin embargo, todo cambiará cuando en su precaria existencia cotidiana se introduzca un elemento fantástico que permitirá el tránsito del personaje hacia otro nivel de realidad. De pronto y en medio de su triste espectáculo callejero, un cantante con la misma voz y el encanto de Carlos Gardel le pedirá que lo acompañe en unos tangos arrabaleros. En ese momento las manos del ciego adquirirán autonomía y sus dedos empezarán a tocar el instrumento como lo haría un virtuoso instrumentista. El público enfervorizado aplaudirá agradecido al gran cantante y su ejemplar acompañante. El acontecer de la superrealidad hará posible que la escena triunfal se repita cada vez que Carlos Gardel reaparezca en el improvisado escenario y cante junto al ciego.
A pesar de la exaltación emocional, el ciego logra aquilatar que lo vivido con Carlos Gardel es una experiencia que nada tiene que ver con su vida cotidiana. Como él mismo señala: “Y eso no tiene nada que ver con la realidad”. La inscripción del texto en el género fantástico, transforma así los contenidos de la existencia degradada en una situación de plenitud: “Todo cuanto había perdido lo recuperaba en esos minutos que se transformaron en la razón de vivir. Eran escasos, pero le bastaban para sentirse colmado”. Una nueva lucidez incidirá en que por primera vez comience a valorar a su pareja y a mirarla de otra manera: “Y su dicha tranquila la trasmitía a la mujer con quien había encontrado una nueva forma de complementación”.
La desaparición repentina de Carlos Gardel implicará en la vida del ciego la derogación de la superrealidad y la recaída en la angustia y la frustración:
“Percibió la soledad, su oscura, tenebrosa soledad, cuando se dio cuenta de que el cantor ya no estaba con él. Y sintió el desconcierto de la multitud congregada para escuchar al artista perfecto, que oía nada más la desabrida voz del ciego y su guitarra asmática en un torpe remedo de la interpretación de un segundo atrás”.
Sin embargo, este recaer no significa que lo conquistado anteriormente quede anulado, puesto que en la interioridad del personaje se ha accedido a un nuevo registro emocional:
“… y al encontrar la cabellera enredada del muchacho circuló una corriente desde su mano a su corazón que bombeó poderoso, con ritmo de trompetas esta vez, y la sustancia dura e inexpugnable que lo habitaba empezó a derretirse con la suave tibieza que navegaba en su sangre”.
En otras palabras, se trata aquí del reconocimiento de la importancia del otro en la impronta personal. Amar y sentirse querido parece ser la vía que posibilita conseguir la realización de los sueños y deseos más profundos.
A manera de conclusión, es importante agregar, que además de la complejidad de los universos ficcionales que componen El ciego al que le cantaba Gardel, tanto la nitidez de la escritura como la precisión del lenguaje utilizado revelan una innegable destreza técnica y un dominio del género. Se evidencia una condición que alcanzan no muchos creadores, donde queda enmascarado el sostenido trabajo que hay detrás del acto escritural. En estos cuentos la técnica narrativa actúa en contrapunto con un necesario olvido de la misma. El ciego al que le cantaba Gardel se erige por lo mismo como un objeto de lograda factura artística, tanto en el plano de lo estético como en el de lo simbólico.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…