Por Aníbal Ricci
La otredad es un tema principal en esta colección de cuentos. Mi libertad queda estrangulada y mi ser se aliena al ser “visto por otro”, postulaba Jean-Paul Sartre. Pero el autor, en el cuento que da título al volumen, nos ofrece una versión humanizadora del otro. Un cantante anónimo canta como el mismo Gardel y a través de ese “cantar eterno” le transmite su amor al ciego y lo contagia de amor colectivo. Este acompaña al cantante y sus dedos se tornan eximios ejecutores de melodías que elevan su espíritu y lo acercan a su mujer e incluso es capaz de acariciar a su hijo. “La música lo conectaba con la gente” y esa conexión lo hacía amar la vida. Es una hermosa reflexión acerca del poder del arte y de cómo “la actitud” define al artista, esa fuerza que hace brotar nuevas energías más allá de si se posee o no talento. Este primer cuento nos aleja de la visión existencialista de Sartre, nos muestra una vida en los márgenes de la sociedad, pero que sin embargo logra revertir su destino aciago, todo gracias a los lazos que el sujeto establece con la comunidad, en cambio, en “Cierta mañana de abril”, la corriente existencial alcanza ribetes morbosos. Un estafeta disminuido y basureado por sus superiores es invadido por rencores profundos (contra los otros) mientras descubre poderes mentales excepcionales que pueden doblegar la voluntad de los pasajeros que viajan en el tren subterráneo. Para este sujeto “la urbe está contaminada de competencia, de odio, de veneno”. Materializa la venganza contra sus compañeros de oficina en la profundidad de los túneles de la ciudad, donde se siente “un pequeño dios”, un ser que desprecia a la humanidad y que se da cuenta de que no tiene redención. La búsqueda de identidad se cuela como tópico vital en los personajes de Antonio Rojas Gómez. “La gran ignorada” enfatiza el papel de un escritor en la sociedad, amplificando su accionar ante la proximidad de la muerte, pero destacando el rol que tiene el otro (acaso el lector) en la percepción de sí mismo. Relato breve, preciso en el lenguaje, que destaca por la movilidad en el punto de vista. Último peldaño ajeno al tema de la dictadura, eje de los restantes cuentos, que situarán a los personajes como extraños en el mundo, incomprendidos y víctimas de los horrores y excesos del estado. “Gerardo y Antonio van a Gath y Chaves” constituye una interpretación, desde el mundo de la infancia, de una era cruel donde los amigos desaparecían para siempre, dejando un vacío imposible de llenar por estadísticas incapaces de reflejar la violencia de esos años. “La máquina” simboliza ese tiempo que no avanza, las horas detenidas que extraviaban a la gente de sus quehaceres familiares. Esa máquina infernal que mantenía a los habitantes ocultos tras sus miedos. “La larga noche de Maese Pedro”, último relato del libro, refleja la historia de un detenido desaparecido que “no tuvo la oportunidad de envejecer”, un idealista al que “una detención sin sentido… una muerte sin explicación” le negaron la existencia. Maese Pedro conversa –a los setenta años– con su amigo suspendido en los trece, un niño que no conoció al país actual, ajeno a los barrios llenos de edificios que “han borrado los recuerdos”. Su amistad lo definió como persona, lo hizo un hombre bueno, un trabajador de la imprenta de El Mercurio, aquella empresa que contaba otra historia, ese otro comunicacional que convertía a los idealistas en terroristas y enemigos del estado. Maese Pedro anhela que le devuelvan a su amigo, en realidad, que le devuelvan su identidad y sus recuerdos. “El ciego al que le cantaba Gardel” es un libro que reflexiona sobre la importancia de la memoria como espejo de nuestra idiosincrasia individual y colectiva, un texto tanto literario como filosófico que nos hace pensar en un futuro incierto.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…