Por Andrés Morales
Leer este libro es aventurarse, como el título lo dice, en los “recovecos del yo”. Auscultar, ver, palpar y hasta ser voyeur de la identidad y de la arquitectura de Héctor. Un Héctor que es y no es Monsalve, un Héctor que es el del viejo Homero (a quien cita al comenzar) y es el de cualquier yo poético -asunto siempre en materia de discusión- que posee una obra literaria. Es el Héctor hijo, padre, el abuelo: es el hombre en el sentido más trivial y trascendente que esta palabra puede llegar a decir en el lenguaje, gastado y fresco, de esa feroz contradicción que es la poesía, en la comprensión llana y, también, en la iluminada.
Más de algún lector calificará este libro como “mesiánico”, egocéntrico, burdo en su desnudez, carente de pudor… No es así y, por supuesto, lo es (otra valiente contradicción). Porque, se busca mostrar lo que el poeta desea mostrar y lo que es solo materia de su búsqueda (tema central en todo el texto: el viaje, la búsqueda). No, por cierto, lo que el lector inquiere o podría inferir a través del título y las distintas partes de este volumen. Por eso este libro “juega” con su lector, como juega Juan Luis Martínez o Raúl Zurita, o los siempre próximos Jorge Manrique y Francisco de Quevedo: juega en la dispositio y en la expositio. Arma, desarma, rearma y destruye ese yo que tan protagónico ha sido en las letras chilenas y en general, en las castellanas (y en muchas otras, desde luego). Pero lo hermoso, y en esto es radical, es que este libro no se avergüenza del autor y el autor, demuestra, a todas luces, tampoco se avergüenza del libro (seguimos en un juego interminable de reflejos en el espejo único de la palabra). Ambos se miran en una extraña y tierna desnudez que ambiciona saber ser, poder ser y, finalmente, trascender. Me pregunto si este no es el destino de todos nosotros los poetas que vamos por allí y en este camino tan difícil. Me pregunto si alguien nos llega a entender alguna vez (sin menospreciar nunca al fiel lector). Me pregunto si tan solo es el juego, la búsqueda o, al fin, hay una llegada, una Ítaca donde arribar pasadas las guerras, los desastres y las pestes. Creo sinceramente, como todo buen lector de Kavafis que el viaje es la respuesta. El andar y “el camino al andar” de Antonio Machado. Pues bien, este libro es el diario de navegación de un poeta que llega, pero que parte (véase la última parte del mismo). Que busca y encuentra y que, en la pendular existencia, precaria, siempre precaria, va llenando los agujeros sin fondo de las preguntas con más preguntas y de las certezas con sabias dudas que siempre nos harán reflexionar.
Invito, me invito, los invito a leer con fruición estas páginas. A descubrir lo que ya sabemos y lo que no sabemos. A pensar con la emoción. A que sea posible ese yo de Héctor, fundamental, trágico y contemporáneo. A hacer posible que el autor sea en la medida un yo (y un nosotros) que el lector quiso dejar ser.
Santiago de Chile, mayo de 2016
En www.letras.s5.com
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…