Por Rolando Rojo

Con verdadero agrado he leído el último libro de Yuri Soria-Galvarro “Cuentos del Pacífico Sur”, editado por DASKAPITAL. El agrado viene porque siempre quise que sus cuentos tuvieran la impronta, el sello y la esencia que sólo un escritor del sur, como él, conocedor de esos parajes, esos bosques, ese mar, esas islas, pudiera hacerlo y, estos cuentos cumplen a cabalidad ese deseo. En ellos se respira el olor del sur, se palpa la humedad de esos parajes, se paladea el sabor de los frutos y se oye la melodía del silencio que retumba entre las milenarias catedrales vegetales y en el mar tormentoso de esos parajes. Y Yuri sabe de qué nos habla. Ha venido empapándose de esa naturaleza y de esa cultura, a través de su profesión y de su oficio de escritor consciente y preparado. El lector agradece la riqueza de términos, vocablos y expresiones locales y técnicas que configuran, a través del lenguaje, una experiencia única e irrepetible y que acrecientan el acervo de quienes nos acercamos a esa extrema realidad por medio de la literatura.

Pero en estos parajes extremos viven hombres con experiencias extremas. Soportan el frío inclemente, la soledad, el abandono, porque muchas veces son el refugio para sus acosos sicológicos o policiales, sus pasados que quisieran olvidar, sus pesadillas, pero también para sus ilusiones y esperanzas. Allí están, a orillas del mar, esperando las lanchas que los proveen de los recursos básicos que les permiten vivir, como si el tiempo no transcurriera; vendiendo sus artesanías y el producto de su pesca a los turistas que se aventuran en barcos por esos parajes solitarios. También hay espacio para el amor, a veces, como en “La dama y el capitán” puramente fantasmagórico. La amistad y las anécdotas que circulan alrededor de la mesa de una taberna típicamente sureña como en el cuento “Continuidad de los bares”. El robo y el crimen, pero también la preocupación por el cuidado a la naturaleza, por la tala indiscriminada de bosques milenarios que lleva a decir de uno de sus personajes “se siente culpable de haber cortado tantos árboles, intuye que se acabarán algún día”. También el escalofriante relato “Miedo primitivo” donde el personaje es despedazado por una jauría de perros vengativos. En fin, hay, en este conjunto de cuentos, muchas y entretenidas historias que tienen como escenario bellísimos parajes, pero dueños de una crudeza y salvajismo donde la violencia arremete sin descanso. El narrador no hace ningún esfuerzo por romantizar o mitigar la crudeza del relato, tampoco es una apología a la resistencia física, porque los personajes sucumben ante la soledad, ante la agresividad de la naturaleza, ante sus pasados y sus propios errores.

Hay una sola manera para que nosotros, los lectores, disfrutemos de estos cuentos: la forma en que están escritos, las virtudes literarias, el lenguaje, en otras palabras, estos cuentos nos estremecen por la novedad de los temas, por la agilidad y limpieza de la prosa, por la inteligencia de las estructuras. Hay un manejo impecable de la sutileza, de la insinuación, de dejar al lector la tarea de reconstruir lo callado, lo silenciado, lo sugerido. La otra gran cualidad es que en todos, o la mayoría de estos cuentos, se cumple uno de los requisitos, a mi juicio, fundamentales del buen relato: la sensación de amenaza que pesa en cada uno de ellos. Esa sensación de amenaza no expresada es la que da intensidad y tensión a estos cuentos del sur Terminemos estas palabras con lo expresado por uno de los maestros del cuento, Raymond Carver: “El mundo es una amenaza para muchos de los personajes de mis historias. La gente que elijo para escribir sobre ellos, siente una amenaza, y creo que la mayoría de la gente siente el mundo como un lugar amenazador”.

Felicito a Yuri por su libro y no tengo duda de que los próximos tendrán esta altura y bondades literarias.