Por Aníbal Ricci

Pido dos whiskys y espero que se ilumine la ventanilla. Atrás quedó la estación del tren urbano y los estudiantes que tuve que esquivar. Mentes preocupadas de otras cosas; pensamientos grupales que no deseaba interferir. En la puerta preguntan si tengo compañía. Respondí afirmativamente, dispuesto a ordenar por dos para saciar deseos solitarios. Habitación trece. Al interior me reciben luces azules. Me siento al borde de la cama y descuelgo el citófono.

–Dos whiskys con hielo.

Al ingresar preguntan si viene alguien conmigo. Respondo afirmativamente, dispuesto a ordenar por dos para saciar deseos más solitarios. Habitación trece. Me siento al borde de la cama y descuelgo el citófono.

–Tiene el frigobar a su disposición.

La espera valió la pena. Estoy calmado a pesar de haber caminado varias cuadras en medio de universitarios. Las luces me recuerdan el vacío de la antigua Caledonia. Invité a un travesti que en verdad era una mujer. Los mozos de la discoteca atendían encantados sus antojos. Una tabla de queso y aceitunas. Dos whiskys. Necesita juntar dinero para viajar a Suecia. Bailamos las canciones de Soda Stereo. Yo te prefiero… fuera de foco… inalcanzable… Volvemos al auto y en la oscuridad tuvimos sexo, mientras ella oculta lo suyo, pensando que mi galantería significa no haberme dado cuenta de la verdad. Abro el frigobar y destapo la botella de champagne. Inhalo dos gramos, bebo un par de copas. Avanzo al jacuzzi, doy el agua caliente y vuelvo a sentarme en la cama. Prendo el porno y muchas chicas degustan encarnaciones fálicas. Sigo jalando y bebo otra copa. Surgen flashazos de infancia. Me recuesto a observar el espectáculo. Fui elegido cuando tenía ocho años. Recuerdo los arbustos, pero no el cámara y acción. Una sensación potente e inentendible. A esa edad aprendí lo que era una elipsis. Mejor disfrutar estas felaciones mientras desaparezco el vestigio blanco. El jacuzzi está lleno y doy el agua fría para compensar. Primero tuve que vender el auto, luego perdí el departamento. Me gusta el placer. El banco fue implacable y la otra institución cerró mi cuenta corriente al percibir menos de un millón de pesos. El amor es difícil cuando enfermas. Esta esquizofrenia no permite trabajar durante un tiempo razonable. Sentí que le fallaba a mi esposa y no podía dejar de beber. Lagunas previsionales. Una botella de cerveza te puede adormecer. Quedé excluido del mundo de los cajeros automáticos. Le pedí ayuda a mis padres y le prestaron dinero a otra persona. Sentí que ya no me consideraban sujeto de crédito. El placer no es tan costoso, diez gramos y puedes volar tu cabeza. «Tu camino pasa por delante de ti y de tus siete demonios». No soy envidioso ante las injusticias. Las denuncio, soy capaz de escribir al respecto. Siempre he sentido miedo. Disfrutar de unas prostitutas besándose es tan parecido al amor. El motel cambia de música ambiental. Alguna vez odié, pero en realidad fue amor. La amaba y me engañó con su esposo, pero la ira jamás se apoderó de mí. Experimenté directo el sufrimiento, ese que enciende el chakra cuatro y te oprime el pecho. La cocaína es tan pura, las imágenes alcanzan una tercera dimensión. Solo puedo ver partidos de fútbol con mi padre. En un tiempo creí posible confesarle mis problemas. La actriz succiona aquel filorte del tamaño de la pantalla. Venimos a hacer las paces con nuestros progenitores. Nunca lo he odiado, pero tampoco puedo perdonarlo. Había construido algo hermoso con mi mujer, pero la falta de dinero destruye hasta el mejor paseo al Cajón del Maipo. El aire limpio y el cielo azul no fueron suficientes. Ya no tengo vehículo para una escapada placentera. La cordillera se alejó junto a mis sueños. La ciudad me atrapa, la droga. Hago desaparecer otro gramo y se terminan los cinco. Me saco los pantalones y me sumerjo. Las letras de Breaking Bad se confunden en el tibio elemento. Toco mi sexo e intento que despierte. Mi cabeza va a estallar y recuerda que hay otra bolsa en el bolsillo. Me arrastro y rompo el plástico. Masco el polvo y mi mente se inunda de placer. Emerjo como un submarino y mi lengua me transporta a los espejos. La luz titila al ir descendiendo. Me adhiero al piso como una babosa. Siento presencias y ciertas intermitencias. Son rojas y de verdad debo ocultarme. Repto y me invaden ondas de placer. Pequeños orgasmos me hacen retorcer. Levanto el culo y lo ofrezco al universo. Mi cuerpo hierve y cubro el rostro. «Es menester que quieras consumirte en tu propia llama». La vergüenza se equilibra con el placer. Estoy cediendo y entre los dedos vislumbro el borde de la cama. Tengo que expiar mis culpas. Ser juez, vengador y víctima. Caer en mi propia trampa. El colchón está apenas a un metro de distancia. Tengo otro orgasmo e intento revivir al muerto… pero estas explosiones no requieren erecciones. Cubro mi rostro y quedo boca arriba. Mi cuerpo se encoge y mi lengua quiere arrancarse. La meta sigue a un metro de distancia. Las piernas flaquean y mis manos tiemblan. Debo lanzar una novela en tres días. Estoy a punto de perder el sentido. Mi cerebro hierve y deseo cerrar los ojos y sucumbir. Las letras deben salvarse y otra vez tengo que corregir. La sexualidad aniquila al ego, escribí en un cuento. ¿Será necesario destruir al escritor para que surja el relato prístino? Estoy desbocado y lamo el suelo y me retuerzo en todas direcciones. El placer es infinito. Debo controlarme ante estas cámaras que me acechan. No me importan las luces y me deslizo veinte centímetros al volver mi lengua contra el piso. El rojo es señal de peligro. Mi voluntad pierde fuerza y las emociones ocupan su lugar. Orgasmos sucesivos me transportan a una discoteca. Deseo bailar al ritmo de la música. Repto otros quince centímetros. Las letras me dan el poder de resistir. Debo arriesgar mi vida por retomar el control. Dios… permite que llegue al límite. «Que se juegue la vida en un juego de dados». Chupo algo de razón y gateo otros veinticinco centímetros. Soy un ovillo y puedo girar hasta casi llegar. Dios no quiere que lo logre. Me extiendo de espaldas y agarro mis genitales. Me doy vuelta y elevo mi culo al universo. Estoy totalmente desquiciado. Lanza los dados. Dios quiere romper el ego del escritor. Mi lengua se bifurca y desea ir en todas direcciones. Ondea el aire entre los dedos. Me queda una última gota de razón. ¡Qué se cree este escritor de mierda! Siento el mejor orgasmo de mi vida. ¡Me cargan los escritores… son gente rara! Pero este tipo me da lástima. Quizás permita que llegue al límite. Me quedan cinco centímetros, no soy dueño de mi cuerpo. Me quemo en diez segundos o tendré una muy buena historia que contarles. Giro sin órbita de un lado a otro, voy a descubrir mi rostro y mi lengua da con el borde del colchón. El orgasmo supera todo lo imaginado y me deslizo sobre la cama, con el rostro oculto, disfrutando de cada imagen. A lo lejos vislumbro la ventanilla. Su puerta está abierta y la luz encendida. El porno vuelve a mis oídos. Observo las caras y quisiera ser parte de esa fiesta, pero me ahogo entre las sábanas. Me falta el aire y tengo que toser para despejar mis pulmones. Este espacio es demasiado peligroso. Siento terror por la oscuridad y el infinito. Me atemoriza estar a la deriva. Cubro el rostro y me zambullo en el jacuzzi. La tibieza da un poco de seguridad. El espacio es redondo y me despojo de las ropas. Siento mi cuerpo y adopto la posición fetal. Giro en medio de este nuevo elemento. Vislumbro la escotilla y la aseguro. Afuera está oscuro. Despresurizo y me quito el casco. Inspiro profundamente el oxígeno. Soy la doctora Ryan Stone. Los satélites orbitan la tierra a gran velocidad y destruyen todo a su paso. Odio el espacio. La libertad extrema, la inmensidad que destruye y aplasta. Estoy desnuda y recorro mis senos. Mi vientre está vacío y mi sexo intacto. Lista para enfrentar otra nueva aventura. La cápsula espacial es un útero donde puedo recuperar el aliento antes de ingresar a la atmósfera. Me quemo en diez minutos o tendré una muy buena historia que contarles.

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

Nace en Santiago en 1968.

Ha publicado:

«Fear» (2007), novela que devela una sociedad que ha perdido límites, en la mirada de un sujeto que no entiende el engranaje de las ciudades.

«Sin besos en la boca» (2008), cuentos que abordan diferentes formas de amor, locura y odio.

«Tan lejos. Tan cerca» (2011), novela tras la búsqueda del poder y su multiplicidad de aristas.

«Meditaciones de los jueves» (2013), treinta relatos que incluyen un misceláneo entre reflexiones, cuentos y crónicas.

«El rincón más lejano» (2013), novela que incursiona en el rol de la familia como distorsionador de la visión de mundo.

«Siempre me roban el reloj» (2014), novela tras los pasos de un escritor, mezclando lo tangible del diario vivir con el mundo onírico.

«Reflexiones de la imagen» (2014), comentario de películas a partir del existencialismo.

«El martirio de los días y las noches» (2015), novela oscura que profundiza en la premisa de que el pasado nunca termina de ocurrir en nuestras vidas.

Ha participado de las antologías: «Tren de Aterrizaje» (2005), «Hombres con Cuento» (2012), y «Justos y Pecadores (2014).