Pero me vuelvo hacia el valle,

a la sagrada, indecible, misteriosa Noche.

Novalis. Los himnos a la noche.


Pero yo había soñado y el sueño es una tijera

Abierta por los ángeles de la noche.

Rosamel del Valle. Orfeo.

 

Esta luz salió de la Oscuridad, que fue tallada por los golpes del Más Recóndito, y de manera similar de la almacenada, fue tallada por algún proceso oculto la oscuridad el mundo inferior en la que reside la luz. Esta oscuridad fue llamada noche.

El Zohar.

I

Somos el humo que abrazado a su propósito de fuego

quema la luz, borra el incendio. Nos sostiene

la piel de la imagen arrancada, la palabra

que se cae y se quiebra en la otra orilla de la voz  nos sostiene.

 

Somos la mirada que apunta desde el fondo del animal,

dejándonos huir  

como el fuego a la arcilla persigue la presencia.

 

No viene la composición del tiempo, únicamente

el tacto en la continuidad de algo que no comienza; 

llovida en la ceniza la piel, únicamente,

como una sed de arena quemante en los ojos,

un remolino de metal entre tus manos.

Mientras

anudas  el viento en la hélice vacía  ¿Qué es lo que se pronuncia

en ese nombre borrado que te arrancas?,

¿A quién despierta la luz dormida al fondo de tus ojos?

¿A los durmientes o al sueño

en los durmientes?

¿A dónde crece la precipitación de lo que junta el vidrio a lo continuo

sin reflejar jamás?

 

Has dicho que no hay accesos, que la cumbre

es la sombra del fuego

en un planeta oscuro, un rincón sellado

de escombros en tus párpados,

enterrado

en los entresueños de las manos a tientas;

solamente un pájaro ciego buscándose la voz 

en el abismo cerrado de la distancia.

 

Has dicho que no hay accesos,

con los brazos desollados entre las costillas

como dos culebras asidas en el hambre;  

en una dirección de regreso que no vuelve,

de llamada que se avergüenza;

de rostro y de figura

desatadas del cuerpo que propagan.

 

Torres se deshacen hacia dentro de tus ojos.

A la hora en que la sangre lame tus heridas por dentro.

A la hora en que tobillos pálidos sostienen tu vuelo.

 

Pero no puedes cantar con los dientes rotos

mordiéndote la boca, ni nombrar

sin que te derrames

en aquella región jamás pisada que son los días,

cortados con su espada rota,

con su sabor a metal de muchas manos, los días,

arrancados aun en su seca semilla:

una red de humo que te quema

en los ojos las imágenes. No puedes sacar

al animal inconcluso

que se ahoga creciendo en tu garganta, que te adormece

de categorías y estructuras

y horas y semanas lanzadas hacia el cenizado

petróleo de los comienzos.

 

Porque hemos perdido la semilla entre la estría del agua,

porque algo fue despojado, lento en la respiración de la piedra.

Porque vimos alejarse la siembra, hacia abajo,

enredadera de humo en la sien de su brote,

en pasos opuestos al girar del retorno

a través del mundo.

 

Vimos cerrarse las raíces del árbol sin haber nacido,

lanzar únicamente  un viento de canto quebrado

entre las ramas; florecer raíces de agua seca.

Porque los campos están quemados y nuestros hijos

mueren antes del amanecer oscuro. Vimos a la cierva sin ojos:

Una espuma en la tierra,

sucediendo, respiratoria,

como una lenta cabellera que crece.

 

Entonces hemos de viajar, descender,

hacia el rayo que cierra lo que alrededor cubre de límites:

generar una línea igual a sí misma para que se incendie la serpiente

en la voz inmóvil que cruza el fluir,

en el curso bajo el cual está grabado el río:

 

Nuestro rostro está entremedio de la cara y el aire.

 

Y allí hundirnos, subir, profundizar, enredar la piel del círculo

en un trazo que se abra como magnolia de bronce,

avanzando y hundiéndonos

de la corola

hasta la raíz dispersa de la tierra.

 

Prendo mi calidoscopio en lo oscuro

y veo al vacío, como riéndose.

 

* * *

 II

 

Volveré a mi voz cuando sea su eco,

abierto anillo en la línea que persigue, únicamente

la dirección de arrastrar mi cabello a través de los surcos

me da el salto en la profundidad desenterrada del cielo,

porque no me voy pero sigo llegando

incesantemente al reverso del límite que ciega las orillas.

 

Volveré al tiempo tatuado en la ceniza,

naciendo como una gota en el metal, naciendo

en la escritura tornasol del vértigo,

en una hoja que gira sumergida en el polvo

rompiendo en puntos disímiles su peso sin raíz.

Y el agua antes de ser un rostro abierto que se quiebra

como una estatua de pájaros entre las manos;

el líquido antes de ser la piel que sella lo visible,

toca con su ortiga el tacto

partido de la sed y el sonido sin cara, aún yermo,

que dentro del viento repleta el mensaje.

 

Ahí es donde se seca la procesión trenzada de los signos,

ahí es el sendero por donde corre el sueño de pestañas que se queman,

el contacto llagado del arpista en el arpegio del vidrio:

materia descompuesta en ruedas enraizadas;

el lugar que me lanza en la cuerda ciega del rayo

hacia la composición hundida

de los dientes en la fruta del tiempo.

 

Subiré

a la materia en su légamo, poblador

en las hebras amanecidas de los ojos,

el humo pesado de sangre que se pega a la piel,

el humo del sacrificio con su lengua áspera entre la arena,

la llama encerrada en la ceniza

me crece con su oscuridad profunda de alas que baten

y cantan,

como la piel del río en sus rotas dagas, ciego,

contra la continuidad entre la roca que lo florece.

Caeré, pez atravesado de espuma en su contorno, mirando

a través del lino de la niebla, los ojos encendidos del aire.

 

Volver a la negra orilla de la silueta que no se alcanza.

 

Volver hacia la oblicua cicatriz del mar.

 

Entonces el quebrarse

del puente que atraviesa

el ladrido vacío hacia donde cae la voz,

entonces la rueda de repeticiones

choca contra un mismo tiempo en diferentes nombres

y se le agotan las raíces de la mirada

mientras escarba el aire con el pestañeo endurecido de la distancia.

Volveré a mi voz cuando el yo sea su eco,

volveré al árbol que ahonda sus brazos en la piedra sahumada

hasta quebrarlos; al grito del pájaro que se incendia,

como un émbolo en el vacío repitiendo su designio.

Repitiendo. Tirar

de los ojos lo perdido,

de las uñas hasta escribir el polen seco de la sangre,

atracción como de salto que se mira;

tirar de la lengua lo nombrado.

Porque tengo intuición de pájaro

que en la llamada grita buscándose;

tengo el abrazo de lo desecho

en los restos de infinito que me nombran sin repetirme,

golpeándose tierra contra los ojos, humedeciendo alfileres

entre la imagen y el pulso. Puedo oler

el brillo de una gota en la selva,

en el corazón y en medio

de las escondidas vidas que la palpitan.

Volveré a mi voz cuando el yo sea un cauce de flechas enterradas,

solamente el viento roe las cadenas del mar hasta florecer el tallo del silencio.

 

Arranco del tiempo su fuga que sigue en lo inconcluso, 

detenido en la expresión que abarca: escalera cubierta

de simulacros que no terminan de caer.

Es el sitio amarrado al remolino ciego de las olas,

es la fuente detenida de cicuta, el tacto de un leopardo

que nace desde la espuma,

violento de belleza; un sonido

de espuelas que se parten

sin tocar el tambor polvoriento donde danza.

 

Para caminar hay que desprenderse los ojos

de la red de figuras que los apresan,

porque en este camino que no avanza no has de oír

lo que te ve pasar, las vidas que te ven nacer.

Eres un rasgueo entre los dientes,

venido desde el nunca, venido

desde todos los orígenes

como un nacer que se precipita.

Tienes

la oblicuidad de un capullo encendido

a través del espejo que se acerca hasta cernir las orillas:

la indecisión entre la fuente y el reflejo irrumpe una mano

que ya le han esculpido una mirada enterrada en el dónde

de dos momentos nacidos en iguales asas desde la raíz;

una mirada de relámpago que muere con los ojos abiertos

mientras quema el apoyo de su salto.

Ahora

el vacío es un tacto con lo restante.

 

Ahora, que tengo las alas cortadas de un pájaro pesándome

el vuelo en el aire de la voz.

Sonata de libélulas nocturna,

retorno ritmado que se trenza, dedos

que interpretan los arcos de sonrisas,

las hebras y el brillo de la sal en tu cabello

o la manera en que cae tu ropa como máscaras

de un teatro que se realiza sobre la constancia atravesada

por el precipicio de la saeta y tu piel

se toca con la piel abierta de la nieve.

Es el trance de una ola antes de morir. 

* * *

Guillermo Mondaca nació en Coquimbo, en 1991. Es licenciado en Letras y Ciencias del lenguaje con mención en Investigación por la Universidad Finis Terrae (Santiago de Chile). Ha publicado Nocturna (Edit. Fuga, Santiago de Chile, 2013), su primer libro de poesía. Ha sido becario de la Academia de escritores de Lo Prado (Santiago de Chile 2014-015) y de la Fundación Pablo Neruda, La Sebastiana (Valparaíso 2015).