Juan Cameron el exiliado y posmodernoPor Luis Eduardo García

 

La poesía del chileno Juan Cameron (Valparaíso, 1947) convoca el concepto con la expresión directa y la cultura popular para lograr una poesía sorprendente y llena de revelaciones, al mismo tiempo que conmovedora. Me confieso un lector tardío de la poesía de Juan Cameron, lo cual desde luego no distorsiona mi entusiasmo y mi lectura crítica. La lectura más remota que realicé de sus trabajo es el poema «Asignaciones forzosas»: «Si muero/ repentinamente/ declaro/ que nada me debo/ que lo adeudado lo pagué con versos/ que no graven mi recuerdo/ con censos ni hipotecas/ por último/ de rematarme/ ofrezcan precio ilusorio/ para impedir ser adquirido nuevamente/ por el suscrito que firma a mano muerta/ y que ha vivido/ mano a mano/ en la sorda ilusión de cancelarse».

Luego leí completo el libro «Perros de circo» publicado en el 2011, un libro compacto y sorprendente. Este es el Cameron que a mí me gusta, el descarnado, el directo, el que lanza jabs directos al plexo solar «Perdonad el pelaje descastado/ este brillo es de tanto restregarme/ de la baba/ la rabia/ la patada/ Perdonad el mordisco por la espalda/ Es mi ternura agreste/solapada/ pero ternura al fin/ (la única mía)/ En verdad salí cachorro// en la calle me hice perro».

Jugarse la vida

Esto es lo que se llama «escribir con las tripas». Los que escriben con las tripas son aquellos que, según Almudena Grandes, «se juegan la vida en lo que escriben», los que construyen y destruyen al mismo tiempo el mundo para poder ser ellos mismos. Un poeta que «se juegan la vida en lo que escribe» lo hace porque no sabe hacer otra cosa, porque el acto creador es el aire que respira, porque no encuentra otra manera de ser y estar.

Una de las constantes en la poesía de Cameron es su condición de exiliado, de sujeto arrancado de su espacio natural y social, de ahí esas imágenes duras extraídas de la vida corriente: y otra es la del creador posmoderno, en el sentido de irracional, a contracorriente, contrario a la rigidez y el funcionalismo de la vida. El humor, entre otras cosas, abre espacios para que el poeta hable críticamente de sí mismo: «Se le dijo/ se le advirtió/ usted/ ama demasiado sus antiguos amores/ no se renueva/ usted/no conoce las Islas Esporádicas/ cree/ en utopías/ en la reconstrucción/ del Muro de Berlín/ habla con la boca llena de los miserables/ no baila al ritmo actual/ no se moderniza (….).

La complicidad, la connivencia con el lectores uno de los ‘ganchos’ que me ha aproximado a la poesía de este chileno.

Un lector es cómplice cuando siente afinidad con lo que lee, cuando le dice con viejas palabras las nuevas ideas que él imagina pero que es incapaz de escribir. Así es exactamente la poético: aquello que los poetas escriben y que los lectores aspiramos a comprender del todo, aunque nos parezca que nosotros también podríamos hacerlo tan bien como ellos.