Por Antonio Rojas Gómez

“El hombre nuevo”, novela, Bartolomé Leal.

Editorial Tambo Quemado, 171 páginas.

El hombre nuevo era una meta de la Unidad Popular. La Unidad Popular llegó al poder, con Salvador Allende, en 1970. Estamos hablando, entonces, de cuarenta y cinco años atrás, casi medio siglo. Se mantuvo en el poder apenas tres años, muy poco para dar forma a un hombre distinto del que entonces existía. Después vino la dictadura, que a lo largo de diecisiete años introdujo cambios sustantivos en la vida nacional y formó generaciones nuevas, estas sí distintas de las anteriores que la UP buscaba cambiar. Pero el hombre nuevo formado por la dictadura resultó el opuesto del que procuraba la Unidad Popular. Si Allende soñó con un ciudadano comprometido con el país, culto, solidario y participativo, Pinochet no formó ciudadanos sino consumidores, y los valores que les inculcó fueron los del egoísmo, el hedonismo y el exitismo. Pero estas son consideraciones mías, válidas como advertencias para los lectores que se enfrenten a esta novela de Bartolomé Leal, que resulta sorprendente en el ámbito literario actual, en el que proliferan las historias críticas de la dictadura, pero escasean, si es que existe alguna, ambientada en los años previos, los de la UP.

El hombre nuevo que encontramos en estas páginas, es un sujeto sin formación política, sin educación, sin ideas, sin dinero, sin calificación laboral. Con ganas de vivir mejor. Se apellida Zeta, es hijo de un inmigrante español. Y en los vaivenes de la economía de aquellos años, llega a ser interventor de la fábrica en que trabaja. Viene el golpe militar y, por supuesto, se exilia. Vive en Francia, soñando con el Chile que imaginaba, manteniendo viva la ilusión del regreso para recuperar las banderas de lucha y retomar la tarea inconclusa. Pasan los años, transcurre su vida con desencuentros y reencuentros, dando palos de ciego para intentar un lugar en el mundo, que le resulta esquivo. Finalmente, recuperada la democracia en Chile, regresa. Pero en el Chile nuevo tampoco existe un sitio para él.

Es una historia amarga narrada con ironía, lo que la convierte en refrescante y hasta graciosa. Bartolomé Leal, un buen escritor de novelas policiacas, sabe conducir la trama y su pluma es ágil y amena. Elige aquí un punto de vista lejano, cuenta desde fuera, no se involucra, trata a sus personajes –su personaje, porque Zeta es el único protagonista y los demás, comparsas- con distancia, desde una tercera persona aséptica. Leal no lo quiere a Zeta, no le resulta simpático, no sería amigo suyo. Se limita a contar su historia de forma descarnada, y el resultado es un golpe duro a los sueños políticos de mediados del siglo anterior.

Un libro que invita a pensar, que nos presenta una realidad innegable, incómoda, pero que es necesario aceptar para comprender un poco mejor lo que en realidad somos como país y como sociedad.

Fuente: Revista Occcidente