Portada Cuartos oscurosPor Jorge Marchant Lazcano

Como en “Cuartos oscuros” juego con la imagen de Manuel Puig a quien convierto en personaje, quiero compartir algunas observaciones personales en torno al escritor argentino.

Mi primer encuentro con Manuel Puig sucedió en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile en donde el gran maestro que fue Alfonso Calderón nos dio a leer “Boquitas Pintadas” o “La traición de Rita Hayworth”, o tal vez ambas. Puig se alzaba en medio del boom latinoamericano, entonces, como una figura menor, ninguneado por el machismo de sus compañeros de letras. Sus novelas me deslumbraron completamente por su aparente sencillez, su tono de romanticismo cercano a las películas, su apasionado alegato en torno a personajes heridos en su sexualidad, la ruptura que significaba escribir de forma tan simple, utilizando materiales de primera mano. Dicen que escribió “La traición de Rita Hayworth” en sus horas libres en el mesón de Air France en el aeropuerto de Idlewild, – el antiguo Kennedy -, uno de los escenarios de esta novela que estamos presentando. Puro arte pop como se decía entonces. Con Andy Warhol a la cabeza, se estaba contagiando todo de pop. Se hacía de la copia un arte, el habla popular a la cabeza: cartas, diarios, composiciones escolares, novela rosa. ¿Dónde quedaba la “revolución” en esas circunstancias? ¿La revolución tan traicionada en los años por venir? Para botón de muestra, solamente, el señor Vargas Llosa.

El estilo me quedó dando vueltas cuando algunos años después enfrenté mi primera novela y tal como diría Marco Antonio de la Parra, “prometí un Manuel Puig a la chilena”. “La Beatriz Ovalle”, esa primera novela, era puro Puig, o un intento por parecerme a Puig. Aunque no fui capaz de construir la personalidad de un niño amariconado como el Toto de “La traición de Rita Hayworth”, asumí la voz de una chica chilena de la clase media alta, contando su torpe y graciosa parábola para convertirse en señora desperfilada. Como en esos años nadie se atrevía a hablar de frente, me comparaban con Puig como una forma de decir lo que no había que decir: que éramos sospechosamente “raros”. No pertenecía a la casta de los recios escritores, desde Manuel Rojas a Skármeta. Una periodista intrigante me hizo una entrevista en una revista femenina y la tituló “La fuerza de un hombre frágil”. La mejor forma de definirme era diciendo “es de uno de esos escritores que les gusta leer a Puig”.

El escritor argentino potenciaba una literatura transformista a través de las estrellas que admiraba: “Rita Hayworth expresa el triunfo de la vida sobre la muerte – dijo – el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión.”

Pude haberlo conocido, haberlo entrevistado en 1979, cuando le escribí no recuerdo adonde. El asunto es que él me respondió a la Revista Paula, desde Cartagena de Indias, donde habrá estado de vacaciones porque entonces vivía en Nueva York. Era una carta muy formal en donde se quejaba que Seix Barral no le hacía llegar nada de lo que se publicaba en Chile, y quería saber si Ignacio Valente había publicado alguna crítica sobre “El beso de la mujer araña” o sobre “Pubis Angelical”. Me daba su dirección en Nueva York que me ha servido enormemente para armar el escenario final de esta novela. Nunca viajé por esos años a Nueva York y jamás lo entrevisté.

Pasaron muchos años. En 1988, un par de años antes de su muerte, Puig publicó la que sería su última novela: “Cae la noche tropical”. Y en El Mercurio, Luis Vargas Saavedra hace la crítica y termina con unas palabras espantosas: “Y lo más raro –escribe – no hay personajes nefandos. Acaso el mundo de Puig, ajustándose al mundo del Sida, silencia la prédica de libertad sexual absoluta, que ahora desemboca en el cementerio. Quizás Puig escriba la novela del Sida.”

¿Sobre qué bases tendría Puig que escribir la novela del Sida, me pregunto? ¿Sobre la base de que escribía sobre personajes nefandos, niños descubriendo su homosexualidad, presos condenados por delitos sexuales? Puros prejuicios. Manuel Puig no escribió la novela del Sida porque la vida se le acabó antes de tiempo, a los 58 años de edad. O tal vez por miedo, porque le tenía pánico a la idea del Sida. A este respecto hay una graciosa anécdota en la película que el director argentino Javier Torre hiciera sobre el escritor. Viviendo en Río de Janeiro, teme estar infectado y acude a hacerse el examen acompañado por una íntima amiga. Al momento de dar a conocer su nombre, la amiga dice: Manuel… – él la mira aterrado -. La amiga completa el nombre: Manuel… Mujica Láinez.

Casi veinte años después, terminé yo escribiendo la novela del Sida, al menos en Chile, “Sangre como la mía”, cuando nuestra visión de mundo se había ampliado notablemente. España ya había conseguido leyes sobre el matrimonio igualitario. Era el año 2006, y en nuestro país el tema de la diversidad sexual estaba comenzando a madurar. Comenzaba a hablarse de uniones civiles lo que era un avance frente a algunos años antes, cuando si mirabas de manera equivocada a alguien en la calle, podías terminar en la cárcel.

Entonces pudimos volver a escribir de personajes nefandos en el tono nefando de Vargas Saavedra. Es decir, hablar del pecado abominable que no se podía nombrar, porque aquello es de lo que no se podía hablar jamás, el principal castigo a los homosexuales durante quinientos años. El mundo entero se había ajustado a la realidad del Sida, y el que no se ajustaba estaba jodido, y la libertad sexual absoluta volvía a vivirse como en los años setenta, en la misma gloria de entonces, condujera o no condujera al cementerio, eso terminó siendo cuestión de cada cual.

Han pasado casi diez años entre una novela y otra. Ahora estoy enfrentado nuevamente al mundo de la homosexualidad, desde su visión, a mi juicio, más extrema. Quizás muy oscura, como correspondió con mi generación y con las que nos antecedieron. Valga Manuel Puig y sus miedos. Una vez más muevo a mis personajes por Nueva York, como lo hice en parte en “Sangre como la mía”. Tal vez esta sea la última vez. Vuelvo mi mirada hacia atrás y me encuentro con la mirada y la escritura de Manuel Puig, aquel que pudo escribir la novela del Sida desde el prejuicio exacerbado de un crítico chileno, pero que nos dio en cambio, algunas de las obras más rupturistas, desde todo punto de vista, de la literatura latinoamericana contemporánea. Al mismo tiempo, el realismo de las páginas de Manuel Puig es el producto de determinadas situaciones de vida que nutrieron su labor. Y fue el mismo quien lo sugirió cuando relacionaba cada novela con un lugar: “A través de mis novelas – dijo – es posible descubrir fácilmente donde viví en las distintas fases de mi vida.”

A todos los escritores nos sucede cuando hacemos una suerte de ficción de nuestra propia biografía. Es casi imposible separar la ficción de aspectos biográficos. Es lo que sucedió con “Cuartos oscuros”. No lo estaba pasando bien cuando comencé con ella en el año 2013. Si la hubiera comenzado a escribir este verano, tal vez habría sido otra novela. Entonces me sentía un poco al borde de un precipicio, y en un intento por salvarme hice que el narrador se pegara un salto mortal que pudiera, tal vez, liberarlo. Era a mí mismo a quien intentaba salvar. El rescate vino a mi vida finalmente por otro cauce. Queda finalmente este testimonio necesario de la desesperanza humana, porque tal como lo dijo D.H. Lawrence: “Siempre hay que creer en la narración, nunca en el narrador.” Aquí, en “Cuartos oscuros”, están los hechos, las fantasías extremas, los lugares existentes o inexistentes, el morbo, la confusión, los sueños. El narrador se desvanece, no sabemos que fue de él una vez que cerramos la novela.

Cuartos oscuros, de Jorge Marchant Lazcano

Ediciones Tajamar, Santiago de Chile, 2015.

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Texto leído por Jorge Marchant  Lazcano en la presentación de “Cuartos oscuros”. 9 de julio de 2015.

 

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Publicada por Tajamar Editores, “Cuartos oscuros”, la nueva obra del escritor chileno, se inscribe en el ciclo iniciado por “Sangre como la mía” (ganadora del Premio Altazor, 2007) y que prosiguió con “El amante sin rostro” y “La promesa del fracaso”, todas publicadas por Tajamar Editores.

“Sangre como la mía”, llevada al teatro con mucho éxito por el director Jimmy Daccarett, ha tenido repercusión internacional al ser publicada también en España, y traducida al francés (Autrement Editions, París.)

Todas estas novelas, en especial “Sangre como la mía” así como “Cuartos oscuros”, develan una temática en torno al dolor asumido desde la homosexualidad, en personajes que se han quedado fuera del actual proceso de revaloración de las diferencias sexuales, ya sea por edad, por enfermedad – la estigmatización del sida – o por rebeldía.

“Cuartos oscuros” es un intento por llevar esta literatura a un espacio casi al borde del precipicio.

En efecto, en ella el narrador y protagonista es un escritor chileno anónimo, quien ha decidido quemar las naves, romper con su inquietante pasado, y esperar el final en Nueva York. Pero la intimidadora ciudad no tiene nada de sofisticada: es el último paradero al cual fue a dar el escritor cubano Reinaldo Arenas en circunstancias relativamente parecidas, o Manuel Puig, el escritor argentino, quien creó allí algunas de sus obras más emblemáticas (“El beso de la mujer araña”).

Acudiendo todos los días a almorzar a una institución que atiende a pacientes con sida, es allí donde el protagonista ve por primera vez a un norteamericano ciego y desvalido con el cual se obsesiona, al extremo de seguirlo por las calles en un viaje hacia lo desconocido. Los pasos errantes del ciego por avenidas y túneles subterráneos, lo llevarán a la más amenazante oscuridad, simbolizada en un cine perdido en Queens, donde tal vez ambos podrían encontrarse y aferrarse de alguna forma a la vida.

Apasionante relato en clave de thriller en donde la fantasía se confunde con la realidad. No otra cosa es la referencia a un personaje simbólico de “El halcón maltés”, la novela negra de Dashiell Hammett, a quien le cae una teja al costado y al tomar conciencia de la inminencia de la muerte, decide darle un cambio drástico a su vida: “Se sintió como si le hubieran quitado la tapa que cubre la vida, permitiéndole ver su mecanismo.” Otro tanto sucede con Manuel Puig, en una suerte de homenaje, convertido en un extraño inquilino que ha convivido en el pasado, en un departamento del Village, con algunos de los personajes de la novela.

Jorge Marchant ha señalado: “Es, a mi entender, mi novela más dura. Pierde cierta carga de melodrama y sentimentalismo que pudieron tener novelas como “La promesa del fracaso”, y se entronca con obras donde hay un estudio de la desesperanza humana e incluso del mal, como “Habitaciones exiguas” del norteamericano James Purdy, o “La noche del oráculo” o “El libro de las ilusiones” de Paul Auster.

De “Sangre como la mía” dijo el prestigioso crítico Camilo Marks en su libro “Canon”: “Nunca, antes o después de «Sangre como la mía», se había escrito un texto con ese telón de fondo tan vibrante, vital, apasionado.”

El crítico teatral Pedro Labra, ante su versión teatral, señaló: “Sangre como la mía” traspone al escenario el atrapante y rico flujo narrativo del celebrado libro homónimo (2006), la obra más madura y sólida de Jorge Marchant, y sin duda, la más honesta, consistente y profunda ficción novelesca escrita en Chile reflejando la problemática de ser homosexual en nuestro país.”