Por Juan Mihovilovich

 “La vida es curiosa.  No avisa. Lo mezcla todo, sin dejarte elegir, de modo que a un instante de dicha le sucede otro de sangre, así, sin más.” (pág. 134)

Estamos en presencia de un libro de excepción.  Y bastaría remitirnos a la estructura de la novela, en la bien pensada y armonizada trama argumental, para entender que la vida es una suma y resta de tonalidades decrecientes, que terminan en un gris aplastante, vacuo y carente de un sentido. 

Situada en la primera guerra mundial, año 1917, la historia se halla entrecruzada por un conflicto que nunca se ve abiertamente, sino que es apenas un sonido informe, allá lejos, al otro lado de la montaña, desde donde llegan los estruendos diluidos de la metralla o los obuses.  En tanto, en el pequeño poblado, un sitio casi insignificante de Francia, transcurre “El Caso”: la muerte de una niña de menos de diez años, cuyo autor material se esboza como un sospechoso por el narrador y se diluye en El Caso figurado, que requiere de un asesino real, material, posible de identificar y de condenar.

Belle de Jour es la niña asesinada, estrangulada por alguien innominado, no obstante, que los indicios derivan en la propia figura del Fiscal: Destinat, un individuo solitario, que vive en un Palacio heredado a su padre y que transformado en un hombre viudo ha hecho de su profesión una suerte de catecismo: religiosamente investiga y acusa de tal modo que al jurado y al juez solo les resta condenar.  Sus argumentos son de tal peso y envergadura que no existe piedad humana para el investigado del momento que construye su teoría y la convierte en propuesta de sentencia.

Pues bien, Destinat es parte de la historia, pero obviamente, tampoco  es un personaje exclusivo.  Ni con mucho.  La novela tiene el propósito de evidenciarnos la destrucción de una época a partir de un relato en paralelo a la gran guerra.  Cierto, en un poblado mínimo las vidas parecieran también serlo.  A un costado del holocausto perviven los cobardes, quienes no quisieron o no pudieron ir al frente; sobreviven los obreros que trabajan en las fábricas para abastecer a los ejércitos;  funcionan los hospitales a donde llegan diariamente las víctimas casi como en juego de niños, sólo que sus resultados son siempre mortales o terminan en incapacidades físicas o mentales; sobreviven las mujeres, las que esperan,  y las viudas, que ya dejaron de esperar; y sobre todo, los niños, que reciben las enseñanzas de una maestra que llega a suplir a un par de profesores: uno que decidió integrarse a la guerra, y otro, su reemplazo, que terminó loco.   Ella es Lysia Verhareine, quien  a sus veintitantos años  será una especie de ensueño para los hombres que allí permanecen.  Pero sobre todo, para el personaje narrador, un policía ya retirado, quien recrea la historia del Caso y sus efectos colaterales 20 años después de ocurridos los hechos.  Lysia  Verhareine representa la candidez y dulzura de una feminidad que se niega a morir, mientras espera el regreso de su amado en el frente.  Y por ella el Fiscal Destinat  pareciera reencontrar el sentido de la vida, así fuera de un modo platónico, desprovisto de contacto físico, y rememorando en lo secreto de sí mismo la ausencia de su único amor ya ido.

Pero, la narración, deriva, inevitablemente, en El Caso: es el centro de historias que se retroalimentan y exponen de un modo directo las pasiones humanas en su decadencia primera y última. El Caso da cuenta de un coronel, Matziev y de un Juez, Mierck, cómplices de una forma de ser y ver el mundo: desprovistos de toda humanidad y apegados a sus instintos más primarios y vulgares, gobiernan el poblado como si les perteneciera, y de hecho, en ese mundo de fratricidios cercanos y olvidados, sus decisiones son las únicas que pesan entre habitantes que les temen y que no dudan en doblar la cerviz ante el temor de ser juzgados, con o sin razón, la mayoría de las veces.  En esa perspectiva, el asesinato de Belle Jour es imputado a dos jóvenes desertores por el juez Mierck.  Y la forma de conseguir sus confesiones a cargo de Matziev  es de una brutalidad sólo digna de un sadismo incontrarrestable.

 Pero, en el sustrato de la novela yace otro leit motiv que el policía narrador va entregando como a cuentagotas: su relación con Clémence, su esposa y próxima a dar a luz, que determinará de manera sorprendente el final del libro. He ahí la necesidad de un amor abortado, como abortada fue la vida de Bell Jour y de tantos otros esbozados en el relato y avasallados por el tiempo que en desgracia les tocó vivir.

Entremedio, un lenguaje pleno de poesía, de imágenes cinematográficas -conviene recordar que el autor es también director de cine- llenas de inefable y cruda belleza, así se trate de hechos humanamente censurables o de cuadros  naturales descritos subliminalmente.

En suma, una narración que trasciende el ámbito local y que subsume el drama de una guerra atroz que, a pesar de ser vivida a lo lejos, atraviesa la vida de todos y cada uno de los actores principales, que los mediatiza de algún modo, que los desnuda siempre y que deja como resultado esa  contradictoria sensación de rechazo compasivo por la porfiada  naturaleza humana,  que inevitablemente  termina tropezando  con la misma piedra.

Una novela singular de un escritor igualmente único.

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Almas grises

Autor: Philippe Claudel

Novela: 220 páginas

Ediciones Salamandra, 2010.