Yo mi hermano juan MihovilovichPor Carolina Rivas

El tema de la voz, la gran protagonista de “Yo mi hermano”: es una voz apelativa, inquisidora, reclamante, dura, enferma por la desafección del otro, del hermano que abandona al menor a su suerte.

Esta obra que se lee sin pausa, a mi juicio tiene varios estadios: podemos hacer la lectura de la relación entre dos hermanos a lo largo de la vida. Dos hermanos muy diferentes, de los cuales uno es el que lleva esta extraordinaria voz narrativa que no da respiros, que a ratos crece a dimensiones enormes y cósmicas para luego retrotraerse hasta un minúsculo instante, un destello de luz que se extingue como cierre de cada capítulo.

El tema de la voz, la gran protagonista de “Yo mi hermano”: es una voz apelativa, inquisidora, reclamante, dura, enferma por la desafección del otro, del hermano que abandona al menor a su suerte. Entonces, con este recurso literario de hablarle al otro en un dialogo, a veces delirante, el texto adquiere una fuerza y arrastra un dolor que conmueve hasta los huesos. Es tanta la intensidad, que apenas si se necesita nombrar a los protagonistas, hay un personaje  que lo lleva y es la vieja Diamantina, una tía de ambos. Los otros son los padres o el abuelo materno, o el paterno; la novia de la infancia del hermano mayor, por ejemplo, solo se señala con una solitaria letra C.

Y, esta misma voz que reclama, acusa, recuerda sucesos minuciosamente escogidos, por momentos se vuelca sobre sí misma y explora un universo interior, su propio universo con ferocidad, como un aullido interminable. Es ahí cuando vemos los abismos que habita este hermano abandonado en un hospital. Pero también los otros cientos de lugares que esta mente afiebrada recorre, entre las estrellas, planetas lejanos, ciudades mágicas enterradas que viajan de continente en continente, seres luminosos que se entremezclan con recuerdos concretos de la infancia como la fuente de las dos focas, el escondite en la copa de un árbol, la calle Sarmiento, las aguas del río las minas o el jardín de la casa donde alguna vez nuestro protagonista fue genuinamente feliz.

A ratos, este monólogo me recordó al minotauro deslizándose por los pasillos de ese inexpugnable laberinto en una soledad indescriptible.

Otra lectura, si queremos verla de esa manera, es extrapolar aquellos momentos concretos en los que el autor nos entrega datos duros como la notable anécdota del joven jugador de ajedrez: el hermano menor lo es, es más, si persevera podría llegar muy lejos, pero en una partida muy importante toma una decisión que lo hará ser ironizado por su hermano. Un hermano envidioso  que no pierde oportunidad de humillarlo. ¿Será esta historia un detonante de la posterior enfermedad mental? No pude sino acordarme de otro jugador, en una maravillosa novela de Stephan Zweig, que pierde la razón mientras está prisionero y lo único que puede hacer para mantenerse ocupado y olvidar su encierro en practicar una y otra vez las más famosas jugadas de ajedrez que contiene el único libro que ha logrado obtener…

¿Será esa humillación? ¿O será quizá el período en el que el hermano mayor se vuelca a la religión y lo arrastra hasta que el menor lo pierde todo, mujer, familia, casa, jardín tan cuidado? Preguntas que uno se hace al vuelo mientras el texto avanza y se derrama de manera irreparable y ya no hay forma de salvación.

Luego, un pasaje desgarrador en el que, desesperado, sacude a la madre de los hombros para que le entregue unas monedas para comprar cigarrillos…dinero que envía el mayor, un hermano aparentemente a cargo del enfermo, pero distante porque ya hace mucho tiempo que le ha soltado la mano y esto no tiene perdón. Hay pasajes en esta novela, donde la ausencia del afecto se puede tocar con los dedos.

Pero la novela es generosa y a veces nos da un respiro en párrafos tan bien logrados como éste, sobre el silencio:

 “Nada mejor que el sonido del silencio.  Allí, en su compañía, se puede estar horas y horas escuchándolo. ¡Es tan hermoso oír el silencio, tiene tantos tonos y matices! Uno puede figurarse hasta los silencios más discretos o altisonantes.  Me gusta adentrarme en su quietud íntima como si un viajero asomara la cabeza por la ventanilla de un lejano vehículo en movimiento.  Llego a sentir que los veo e imagino que silencioso es, por ejemplo, el sonido de un tren, de un barco o una pistola de fogueo; su disparo es un reguero mundo que cruza el espacio sin herir a nadie; el movimiento de la hélice en el mar deja una estela de calladas burbujitas que a nadie molestan; el traqueteo sobre los durmientes remueve cadenciosamente mis pensamientos. ¡Qué delicia! ¡Todos los silencios aquietados en un solo y vasto ruido en la inmensidad del universo!” (Página 24)

Yo mi hermano es una historia dura, que remece los sentimientos de quien la lee. Es, al mismo tiempo, una suerte de armisticio luego de un largo y doloroso ajuste de cuentas.

Con un lenguaje muy acertado y gran fuerza narrativa, es una novela que hay que leer para conocernos también un poco más a nosotros mismos y nuestras mezquindades, nuestros pequeños y miserables intentos de ser más o mejor que ese otro, que ese yo, mi hermano, uno mismo, una historia que duele, pero que redime también el alma.

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Yo mi hermano

Autor: Juan Mihovilovich

Novela: 130 páginas. Editorial LOM, 2015.