Por Miguel de Loyola

Jack London (1879 -1916) recrea en Martin Eden la vida de un joven marinero obsesionado con la idea de convertirse en escritor. Se trata, según algunos críticos, de la novela más autobiográfica del afamado escritor norteamericano, donde pone en evidencia sus primeros y difíciles pasos hacia la consagración.

Martin Eden, protagonista y narrador, conoce a una joven estudiante de letras, perteneciente a la burguesía,  y enamorado de ella y de su mundo cultural, se transforma en un lector empedernido, abandonando el oficio de marinero que hasta ese momento le ha procurado el sustento, para convertirse en un intelectual asiduo a las bibliotecas de Oaklan y Berkeley, con las más claras y absolutas convicciones de llegar a ser en un futuro próximo, un afamado escritor, capaz de vivir de su trabajo como tal.

Las penurias y miserias que pasará el joven Martin Eden mientras recorre el largo periplo a la consagración, terminarán por destruir sus esperanzas, aún tras conseguir el ansiado objetivo, transformándose a la postre en un escritor exitoso. Pero los desaires y desengaños que ha tenido que pasar para llegar a esa meta, tras negarse rotundamente a trabajar en otra cosa que no sea escribir, le han robado finalmente todas  las ilusiones, y, en consecuencia, el deseo de vivir.

Tras la consagración y la correspondiente fortuna económica que acompaña al reconocimiento en los Estados Unidos (porque eso tampoco ocurre en otros lugares del mundo), Martin Eden perdonará a los suyos, a los seres pertenecientes a su misma clase social, entre ellos sus familiares, sus cuñados que lo han despreciado y basureado mientras corrían sus días confinado en la miseria, regalándoles ahora sumas impresionantes de dinero ganadas en su calidad de escritor por obras, ensayos y poesías escritas y rechazadas cuando pasaba por un desconocido en el mundo de las letras. Pero, paradojalmente, no perdonará a quienes despertaron en él esas ansias de escribir.  

¿Por qué Martin Eden una vez en la cresta de la ola perdona a unos y castiga a otros? He aquí el punto donde interesa detenerse para abrir la gran discusión de fondo planteada en la novela. Este giro que hace sorpresivamente la narración, es sin duda el más interesante de toda la historia.  Porque el relato en sí, relativo a las vivencias y experiencias vividas por el protagonista en su largo camino a la gloria, son más o menos las mismas penurias que conocemos de las vidas de otros artistas pertenecientes a la misma clase de Martin Eden. Pero acá, ocurre que una vez en la cúspide, el protagonista reniega del éxito, y cae, acaso, en la más profunda decepción (depresión).

El lector, por cierto, espera el reencuentro feliz con Ruth. Expectativas que no se cumplen, y muy por el contrario, la fría escena del hotel, el manifiesto desprecio de Martín por ella, desdibuja la moralidad con que se ha venido blindando a este héroe novelesco durante el transcurso de la narración, dejándolo en el desamparo y soberbia del hombre común, incapaz de amar, y por ende, de perdonar (de hecho tampoco puede amar a Lizzie Connolly, joven de su misma condición). Ella, Ruth, directa o indirectamente, ha sido quien lo ha impulsado a ser un intelectual, y quien, además, lo ha aceptado como novio,  a pesar de pertenecer a una clase social muy distinta a la suya. Aún así, lo ha recibido en su casa, y también lo ha visitado en su cuchitril de intelectual mendigante. Es decir, ha dado algunas pruebas importantes para su época de su amor (no hay que olvidar el contexto histórico de la situación). No obstante, Martin, cegado por el orgullo y el amor propio, no será capaz de leer estas pruebas fehacientes, y la condenará por haberlo abandonado mientras él pasaba sus peores momentos.  

No podemos dejar de preguntarnos por qué Jack London elige un final decepcionante, que traiciona las expectativas generadas en el lector. Pero si volvemos a Nietzsche, a quien Martín Eden admira y ha citado en sus más acaloradas conversaciones e intervenciones, elogiando su idea del superhombre, manifestándose, además, como un antisocialista acérrimo, quizá podamos entender este giro copernicano de la novela que prenuncia el nihilismo de Nietzsche.

“Soy el único individualista en esta habitación. Nada espero del Estado. Si algo espero de alguien es del hombre fuerte, del hidalgo que llegue cabalgando su corcel a salvar el Estado de su endeble insignificancia” les advierte un acalorado Martin Eden a Mr. Morse y al juez Blount durante la última cena en casa de Ruth. Ambos personajes lo han tildado de socialista, y lo desdeñan porque a la fecha no ha sido capaz de ganarse la vida trabajando, y ya han perdido las esperanzas en él. “El mundo es del fuerte, del fuerte que a la vez sea noble, y que no se revuelque en la artesa de la zahurda del comercio y de la bolsa. El mundo es de los nobles  auténticos, de las regias bestias blondas, de los inexorables, de los que exigen que se les diga “sí”. Y serán éstos los que aniquilarán a ustedes, a ustedes socialistas que les tiemblan al socialismo, que se creen individualistas. No será su moral esclavista, consagradora de lo manso y sumiso, lo que los salvará. ¡Oh! Es en griego que les hablo, ¿verdad? Lo sé, lo sé, voy a dejar de fastidiarlos. Pero recuerden esto: no alcanzan a la media docena los individualistas de Oaklan, pero entre ellos está Martin Eden.”

En consecuencia, advertimos que ha sido esa pasión nietzscheana la que ha mantenido al personaje en pie, sin claudicar frente a la pobreza y la adversidad, el amor a sí mismo y a una férrea voluntad de poder lo han salvado durante ese largo periplo de penurias antes de llegar a la consagración, sin doblegarse a la blandura del mundo, a los clásicos intereses burgueses de atar la vida a un trabajo que no le gusta, y que será fiel a esa moral hasta la muerte y sin perdón. Porque, la piedad, para Nietzsche, sabemos, responde a los valores blandos del cristianismo al cual desprecia, una piedad que si ha tenido el personaje para perdonar a los suyos, pero para Ruth no alcanza. Y esa carencia, latente entre líneas en la novela, le impide el perdón y su propia felicidad.

Tras esa falta de piedad, descubrimos, o descubre la novela, y por allí está su misterioso acierto, sólo puede devenir la muerte. Es decir, la nada. El nihilismo más absoluto prenunciado por el gran filósofo Friederich Nietzsche. El final de la novela, así lo confirma.

 

Santiago de Chile – Miguel de Loyola – Noviembre de 2010.